DE NICANOR PARRA CON AMOR… ¡DESPUÉS EL DILUVIO!

Nicanor Parra le hace un test a la antipoesía para distanciarse de sus pares y presentarse en su desnudo diván, solo frente al diluvio azul del vals poético chileno…

Por Rolando GABRIELLI

Desde Ciudad de Panamá

Nicanor Parra se reinventaba a sí mismo con vicio, competía con la antipoesía y se convertía en un artefacto si la situación lo ameritaba. Toda la realidad y su surrealismo, la ficción, lo que estuviera a su alcance lo introducía al caldero de las palabras y a su vida. ¿Por qué no fue actor? No lo sabemos. Hombre de performances continuos, infinitos, convertía a la realidad en un pobre subproducto de sus actos.

Esta es una historia larga a principio de los setenta, es Parra a todo color, en una entrevista kafkiana que nunca se hizo y armé muchos años después a miles de kilómetros de La Reina, Chile, con toda la veracidad del caso, bajo los efectos del personaje, la atmósfera vivida y la poesía chilena en su contexto. Ha sido un viaje también al intenso mundo parriano, al interior de su montaña rusa, aunque nadie en la fecha de esta fallida entrevista llegaría a pensar que el personaje sobreviviría hasta los 103 años.

Estas son notas post-parrianas a un viejo encuentro y a sus días finales, cuando el antipoeta yace en Las Cruces. Estas notas hablan también del amor de los poetas no sólo de Parra, Neruda, Huidobro De Rokha, que estremecieron sus vidas y amenzaron con hundirlas en un dulce naufragio.

“Sin amor, la poesía viaja en círculo, se muerde su propia cola. Lagarto de su propio pantano, no tiene mucho sentido para el poeta mirarse al espejo en off. Los poetas quieren sentir el lecho caliente, la humedad insondable, el fruto púber palpable del pozo de estrellas y algo más que las nostalgias amarillas del pasado”.

Aquí abrimos parte de la Caja de Parrandora, la historia siempre tiene y tendrá la última palabra.

LAS VÍBORAS EN EL PARAÍSO ANTIPARRIANO
La entrevista kafkiana

La nubosidad gris sobre Santiago a medida que la tarde se recostaba sobre mi viejo reloj Tissot, presagiaba unas lluvias memorables, de esas que sobrepasan los paraguas, nos humedecen las entrañas, en los días fríos invernales, que parecen interminables ataúdes grises flotando en el aire. Pero la misión periodística era ineludible: entrevistar al antipoeta en su casa de La Reina, en las faldas de la cordillera de Los Andes, uno de los baluartes naturales de los chilenos, escogido por Nicanor Parra como un refugio personal frente a la omnipresente poesía de la cordillera de la Costa.

Me subí a un microbús como un fantasma londinense, un domingo, poco después de las dos y media de la tarde, a esa hora en que las calles están desoladas y viven el feroz desamor del tiempo indefinido, camino a la casa de rústica madera del autor de Poemas y antipoemas, Obra gruesa y de un pecado de juventud, como le llamó a su libro inaugural, Cancionero sin nombre (1937), de indiscutida influencia garcilorquiana. Sin embargo, los gérmenes de la antipoesía pareciera que ya tenían nombre, en ese Cancionero, tan olvidado por el propio autor, y que en su momento recibió aplausos y rechiflas.

Largo viaje hacia las faldas de la cordillera, quizás un poco menos lento, por lo despejado de las avenidas dominicales, iba yo pensando en la antipoesía del antipoeta en este antimomento de la historia chilena, cuando el calendario marcaba el principio de los setenta, ya convulsionado y que ardería de punta a punta, como la milonga borgeana.

Ya Parra gozaba de las mieles del éxito y la controversia, e intentaba bajar del Olimpo al joven Neftalí Reyes Basoalto, empujando aún más al precipicio a Pablo De Rokha y codo a codo en la pelea con Gonzalo Rojas, quien le dedicaría unos versos lapidarios: “Antiparreando, remolineando / que Kafka sí, que Kafka no, / buena la cosa / roba-robando / se va Cervantes / entro yo. / Publiquen grande lo que escribo / que se oiga en USA y en Moscú / Sabes que más, Rimbaud: ni tú. / Me arrastro, claro, pero arribo”.

PARRA, UN NUEVO VÉRTIGO

Tinta y sangre de la polémica chilena, esos versos no los he visto en ningún libro de Gonzalo Rojas, pero se dijeron en su momento y difundieron en la revista Punto Final.

En su poema “Manifiesto”, Parra fija posiciones y dice que esa es su última palabra: los poetas bajaron del Olimpo y agrega que la poesía es un artículo de primera necesidad. Condena a tres de los cuatro grandes, sólo se le escapa la Mistral. Sí, condenaba la poesía del pequeño dios (Huidobro), de la vaca sagrada (Neruda) y la del toro furioso (De Rokha).

Años más tarde, este huaso chillañejo, que se le escapó a Lucifer cuando le echaba más leños al fuego infernal de la antipoesía, diría sobre Neruda, a Jorge Teillier, en una entrevista para Árbol de Letras: “Admiración y respeto religioso por el hombre y por su obra”.

Reconocería que De Rokha es uno de los cuatro grandes de la poesía chilena del siglo XX. Y en un homenaje a Huidobro en su centenario, lo calificaría como su maestro. El “troesma”, como Teillier le llamaba a Gardel. Pero volvería a arremeter contra Neruda y De Rokha. “Qué sería de la poesía chilena sin este duende”, se pregunta Parra, y responde: “Todos estaríamos escribiendo sonetos, odas elementales o gemidos”. Vuelve a poner sus picas en Flandes y le toca también a la Mistral. Nadie está vivo para contestar, ni el homenajeado, de quien Parra confiesa: “prácticamente lo aprendí todo de Huidobro, gracias”, agradece, el discípulo tardío. “Kafka —había dicho Parra en su oportunidad—, es mi maestro absoluto”.

Cuando llega Parra, debemos señalar y reconocer, que la compleja, variada y personalísima poesía chilena, ya estaba instalada en el siglo XX y la cancha trazada con líneas gruesas.

UN SACRISTÁN QUE TAÑE A REBATO

El crítico Jaime Concha da cuenta de algunas cosas al respecto y se hace una pregunta interesante en 1973, al inicio de su ensayo Poesía Chilena: ¿Qué significa que un pueblo pobre y subdesarrollado como Chile pueda darse el lujo de tener poetas? Concha recurre a la historia, y nos dice que por Homero, el autor de La Ilíada y La Odisea, sabemos de los griegos, de su existencia guerrera, de sus pasiones y sus crímenes. Todo eso nos cantó el aeda ciego a través de la palabra, lo que sigue haciendo el poeta. Concha agrega más adelante en su ensayo que la poesía chilena tiene algo de nuestra cordillera de Los Andes. Hay grandes cumbres, volcanes formándose o en erupción, lagos y ensenadas, ríos e hilillos de aguas cristalinas. Además, en su perfil geográfico y poético, explica, se debe señalar la existencia de un conjunto de anillos o de vértebras que van forjando el relieve de este paisaje poético. “Es un perfil colectivo, en que hebra a hebra, gota a gota, grano a grano, se va construyendo un gran volumen material que constituye el canto, el lenguaje de todo un pueblo”.

Concha apunta directo sobre Parra, Cancionero sin nombre, subraya, una obra que posee una singular coherencia poética. Su poesía, acota el crítico, “se potencia y se electriza con sustancias populares”.

Parra ha tenido tiempo para hacer su obra gruesa y substantiva y ponerse a paz y salvo con los “monstruos” de la poesía chilena, a los cuales miró de reojo y con los que tuvo sus pequeños rounds en la vida real, con excepción de Huidobro que nos abandonó antes de que Nicanor se subiera a su propia montaña rusa.

La idea de un nuevo vértigo le hizo poner en marcha la empresa de la antipoesía. El físico montaría a la poesía en su propia máquina voladora, su objetivo sería la tierra —el primer, segundo y tercer piso—, el sótano de la psiquis humana, y con la obsesión del sacristán, cuando tañe a rebato las ciegas campanas de la aldea, comenzaría a repicar, con autoridad vaticana.

VIVA LA CORDILLERA DE LOS ANDES

“Viva la cordillera de Los Andes, muera la cordillera de la Costa, eran las ganas que tenía de gritar”, reconoce Parra en Versos de salón, y yo iba hacia su incrustada casa cordillerana.

“La razón ni siquiera la sospecho”, abría el verso parriano en su segundo cuarteto, pero repetía los dos primeros con más fuerza. “Hace cuarenta años que quería romper el horizonte, ir más allá de mis propias narices, pero no me atrevía”, sigue confesando el ladino Nicanor. “¡Se terminaron las contemplaciones!”, remachaba, para que no hubiera dudas, sobre el camino que esperaba recorrer, ya escogido, frente a la poesía nerudiana. Isla Negra, igual, cordillera de la Costa, la ecuación parriana perfecta… Ahí estaba el mensaje. Parra le había encontrado un nombre definitivo al nuevo cancionero de su poesía, la antipoesía.

Con estas ideas iba en el micro camino a La Reina, la lluvia ya era un hecho natural, y el abrigo no impedía que se me calaran los huesos. Al descender de la resbalosa pisadera, sentí los primeros goterones, abrí el inútil paraguas y las emprendí cordillera arriba, entre el lodo y el agua, a casa del poeta, subiendo la loma de quien ya estaba en plena fama, con el Premio Nacional de Literatura bajo el brazo, en una batalla campal contra el presidente de la Sociedad de Escritores de Chile y todo lo que oliera a establecimiento. El hombre demolía lo que encontraba a su paso, y estaba en plena construcción de sus Artefactos

ALICIA Y “LA VÍBORA”,
DOS MARAVILLAS

Llegué empapado a las puertas de su casa. Toqué madera varias veces. Nadie abría. Hasta que de pronto, Nicanor, con medias de lana blanca y en un tono misterioso, confesional, dijo: “entre”, pasé, y seguí con mi paraguas y pesado abrigo café, cerrado, de estrujar, hasta el cuarto donde se encontraba viendo televisión. En una pantallita en blanco y negro alcancé a divisar algunos personajes conocidos. Parra, recostado en una dura cama-sofá, me dijo, “es Alicia en el País de las Maravillas”. Yo seguía con mi abrigo, el paraguas estilando en la mano, de pie, y afuera un aguacero de esos que caen realmente del cielo y mojan sin respeto. Estábamos en la semipenumbra, donde todos los gatos son negros, aparentemente.

Entre la lluvia y Alicia comenzaron a llover verdaderos peñascos verbales sobre mi pequeña humanidad. “¡Qué hace aquí este degenerado, cómo lo dejaste entrar!”, gritaba su mujer de ese entonces y madre de una de sus famosas hijas. Comencé por hacerme el sueco. No me di por aludido. Recordé el poema maravilloso de Nicanor: “La víbora”. En fin, dejé que las palabras se fueran al viento, como el pasto al rocío. Pero seguían cayendo los ladridos, como si la lluvia no fuera a parar. Epíteto tras epíteto. Yo incrustado en el piso, mojado, mirando lo que el viento no se llevaba, ni de a vaina, digo ahora en buen panameño. De pronto, Nicanor abandona su concentración frente a la maravillosa Alicia en el País de las Maravillas, y me dice: “Compañero, quiero saberlo todo…” Se recogió en la cama y volvió sobre el film, en medio de los gritos monocordes, únicos de la mujer, la cuarta, la quinta, la lotería mía en ese entonces. Yo la había conocido en Osorno, en unos trabajos de verano que dirigía el colorín Jaime Ravinet.

MADAME PARR

Aún tengo grabados sus desorbitados ojos azules, echando chispas por el cuarto húmedo de La Reina. Yo, un simple reportero desaliñado por el mal tiempo y el pequeño temporal de la calle, que me había conducido al tornado dentro de la casa de Parra.

La mujer no abandonaba el monólogo, hasta que atiné a decirle, por qué no va afuera y ve si está lloviendo, lo que la volvió a sacar de las casillas. Parra ya miraba con unos grandes ojos de huevo frito. Alicia se había ido por el espejo a la otra realidad, donde yo hubiese querido acompañarla en ese momento. Pensé en alguna escena de Charles Chaplin para abandonar mi propia escena, en la comicidad inexplicable del silencio y absurdo. Al menos contaba con el mágico paraguas.

La lógica se apoderó de la situación por fin y me indicó el camino de la puerta. Me despedí de Nicanor, sin bombos ni platillos. Regresé con las manos vacías a la Agencia de Noticias. Me dije, al subir a la micro: “Hemos inaugurado un nuevo capítulo de la antipoesía, totalmente kafkiano y muy propio de Ionesco, ambos personajes respetados y conocidos por Parra, y que hoy convirtieron las aventuras de Alicia en una inocente salida al patio de la casa en búsqueda del conejo perdido, juego de muñecas, respecto del show de madame Parra”.

ASILO CONTRA LA OPRESIÓN

Cerrado el capítulo, seguí viendo, conversando, como si nada, con Parra, por los prados del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, una especie de “asilo contra la opresión” de la intelectualidad más radical del Chile de los setenta y mucho antes y hasta el 73. Allí se había instalado el profesor de física a disparar a diestra y siniestra su antipoesía, convencido en la revolución permanente de la palabra, una especie de Trotski del lenguaje, francotirador consciente, con la clara misión del borrón y cuenta nueva en la poética chilena, primero, y latinoamericana, después, hasta estremecer la poesía hispanoamericana. Con su cuaderno de apuntes casaba el idioma que salía del vulgo, escribía con su gótica letra y ejercitaba sobre la poesía al aire libre en un toma y daca permanente, con el brillo del juglar, la sabiduría de un clásico griego y la calma contenida de un caballero inglés. Parra apuntaba tan alto como podía, para instalar su propio Olimpo en la tierra de la antipoesía. Cabeza fría, corazón caliente, decía el profesor de mecánica racional en su famoso Manifiesto, con el cual intentaba agregarle la quinta pata al gato de la poesía chilena.

Para Parra, como Neruda, Huidobro, y la misma Mistral, por hablar de los principales mitos de la poesía chilena, sin excluir a De Rokha, protagonista indispensable del siglo XX, al igual que Gonzalo Rojas, más adelante Lihn y Teillier, el olvidado Alfonso Alcalde, Armando Uribe Arce, Oscar Hahn, Gonzalo Millán, Manuel Silva Acevedo, Omar Lara, la mujer y el amor, ocupan un lugar de privilegio en su poesía, vidas, actuaciones públicas y privadas. Cuenta, entre paréntesis, la leyenda, que una Mónica Silva devastó sentimentalmente al antipoeta, a la que dice que perdió de puro pajarón (tonto).

El amor es el gran tema en la poesía de todos los tiempos y el folletín clásico y universal, son los “20 poemas de amor y una canción desesperada”, de Neruda. Los poetas chilenos no son la excepción, y Parra tampoco. Neruda, quizás el más devoto y pantagruélico en su obra, con los Cien sonetos de amor y numerosos textos como la “Oda al amor”, y tantos otros personalísimos, “Tango del viudo”, en Residencia en la tierra, e infinidad de textos alusivos hasta el final de sus días

SUN Y EL TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS

Los poetas no sólo escribían, sino que vivían el amor, verdadero desorden de los sentidos en no pocas ocasiones. Parra incursionaba en el amor como en la antipoesía, de manera experimental, acuciosa, obsesiva, sistemática, y la realidad también se hacía poesía, palabra impresa.

Quién eres tú repentina / Doncella que te desplomas / Como la araña que pende del pétalo de una rosa, se interroga en Canción, y agregaba: Caes con el sol, esclava / Dorada de la amapola / Y lloras entre los brazos / Del hombre que te deshoja.

Pero la historia detrás de la historia está en su poema “La víbora”, y de suma actualidad hoy que el autor de La cueca larga, Canciones rusas, Hojas de Parra, es nuevamente candidato al Nobel de Literatura, y una selección de su obra se traduce al sueco.

Es el folletín parriano, equivalente al famoso poema nerudiano “Tango del viudo”, “La víbora”, poema que se decía en su tiempo en Santiago que le dedicaba a su ex mujer, una sueca, intriga amorosa que hoy adquiere primerísima plana por tratarse de la reputada poeta sueca Sun Axelsson, quien convirtió la vida de Parra en un triángulo de las Bermudas. Sun, además, era la novia del traductor del antipoeta al sueco, Lasse Soderborg.

Cuando Inga Palme, su mujer, también sueca, se enteró en Chile de la existencia de la jovencísima Sun, 24 años, arrasó con los muebles de la casa y se los llevó. Una carta fue el detonante.

Dicen que al regreso de Parra de Estocolmo, se vio colmado en el asombro, el día que la joven poeta escandinava, laureada de amores parrianos, tocó a su puerta como el cartero dispuesta a su to be continued affaire con el hamletiano personaje. De allí surgiría el texto de marras, “La víbora”, porque su mujer, Inga Palme, desató algo más que un temporal en la taza del té del atardecer del bardo, que dice:
Durante largos años estuve condenado a adorar a una mujer / despreciable / Sacrificarme por ella, sufrir humillaciones y burlas sin cuento, / Trabajar día y noche para alimentarla y vestirla, / Llevar a cabo algunos delitos, cometer algunas faltas / A la luz de la luna realizar pequeños robos / Falsificaciones de documentos comprometedores / So pena de caer en descrédito ante sus ojos fascinantes / En horas de comprensión solíamos concurrir a los parques / Y retratarnos juntos manejando una lancha a motor / O nos íbamos a un café danzante / Donde nos entregábamos a un baile desenfrenado / Que se prolongaba hasta altas horas de la madrugada.

ANIMAL SILVESTRE Y HUMANO

Nicanor, en su conquista sueca, había contado su película que estaba separado, que en fin, hasta que le llegó ese otro regalito de improviso, como que no quiere la cosa —abran quincha, abran cancha—, la sueca nada de gélida entraba a la loca geografía en búsqueda del inefable iceberg antipoeta y mago en el arte de los triángulos amorosos.

Si bien el verso dice que todo tiempo pasado fue mejor, hoy se especula en Santiago con la idea de que Parra sufra una interferencia irreparable en su camino a Estocolmo, producto de ese amor en que él intentó hacerse el sueco, a pesar de la insistencia de Sun, quien le dedicó el poema “Estación de la noche”. La joven Sun se encontró con un poeta indiferente, distante, a veces divertido y genial. Irritable, brusco y celoso, según sus palabras. Axelsson cuenta, además, que Parra la dejaba encerrada en la casa con llave, “parecía que había perdido la razón”. La persiguió para que no le dieran trabajo y no le abandonara, dice la sueca. Dos famosos poetas le ayudaron a la escandinava para salir del laberinto parriano: Jorge Teillier y Pablo Neruda. Ella traduciría al sueco a Neruda y “sería una aliada en su carrera al Nobel”, según relata un diario chileno.

El antipoeta se defiende y la califica de “animal silvestre y profundamente humano, pero poco fiable”.

NO TODAS LAS SÁBANAS CONDUCEN A ESTOCOLMO

Cuando Sun enfermó seriamente en Chile, Violeta Parra intervino para hospitalizarla, porque Parra no creía en la enfermedad. El poeta dice ahora que ya está paz y salvo con la escandinava, aunque el affaire lo conoce todo Estocolmo y sus alrededores. Los suecos no entienden, como era de esperar, el humor parrriano, por lo que su candidatura está en capilla ardiente, además del introito kafkiano con la poeta Sun.

Seguía Nicanor la tradición tórrida nerudiana, el Capitán y sus versos anónimos en Capri o de Huidobro en su fuga en automóvil a Buenos Aires, con la raptada Ximena Amunátegui, “un animal de exportación”, de acuerdo con la leyenda muy apegada a la realidad. El poeta Altazor se abrió paso a balazos para cumplir su misión dictada por el corazón, a quien nunca le hizo concesiones.

Y de Pablo de Rokha, el más fiel de los infieles poetas, que estremeció al Comité Central del Partido Comunista de Chile cuando raptó a Magda Cazone, esposa de un dirigente internacional del Partido Comunista, que visitaba Chile en 1937. El escándalo estremeció en ese entonces la propia cordillera de Los Andes. La quiteña Cazone tenía sólo 20 años, en la flor de la poesía, y se llevaba por los cachos al huaso de Licantén, el mismísimo Pablo de Rokha, quien llegó a decir que había inventado el matrimonio.

Enrique Lafourcade encuentra, según él, un último amor en el Neruda del ocaso, y nada menos que con Alicia, una sobrina de su mujer Matilde. Nada comprobado, sólo parte de la leyenda del Vate de Isla Negra, que hizo del amor el oxígeno de su poesía y motivó tantas fantasías como realidades, las que aún perduran como cerezos en flor.

EL AMOR, EL AMOR

Sin amor, la poesía viaja en círculo, se muerde su propia cola. Lagarto de su propio pantano, no tiene mucho sentido para el poeta mirarse al espejo en off. Los poetas quieren sentir el lecho caliente, la humedad insondable, el fruto púber palpable del pozo de estrellas y algo más que las nostalgias amarillas del pasado.

A Parra quizás bien le venga, como a otros en su momento, los memorables versos de Alfonso Alcalde:

AQUELLOS / que abandonaron sus ropas, / las inexplicables llaves de los hogares / y borraron toda huella de vida / ultimándose uno al otro / acusándose de mutua fidelidad / y blasfemaron sobre el único / cadáver del amor. SEAN ENSALZADOS.

Parra nos sigue relatando en “La víbora” sus peripecias amorosas, que vivió prisionero del encanto de aquella mujer, la que se le presentaba en su oficina completamente desnuda, le separaba de sus amigos, le exigía perentoriamente que besara su boca, y relata que esa situación de patético absurdo, agregamos, se prolongó durante cinco años.

Y el absurdo parriano del amor en el desencuentro se apodera del texto de la atmósfera, la bruma irónica del desencanto, la frivolidad aparente, el desasosiego continuo de su palabra. La antipoesía en movimiento, sumando el subconsciente, entrando en el archipiélago dorado de la última conciencia, derribando los peldaños para no alcanzar ninguna escalera, hacia un paisaje que se arma y desarma al ojo, con un Yo despojado de lirismo, objetivado al máximo, reducido a las fuerzas internas del propio poema.

La víbora le persigue por Santiago, viven juntos en un cuarto junto al cementerio, ella no le deja usar su propio cepillo de dientes, sin embargo, se recibe de abogado y le insta a que se asocien en un negocio para vivir el amor en un pequeño nido lejos del mundo. Parra, el poeta, despierta el sueño de la mujer y le dice en un tono de realismo real:

Piensa que de un momento a otro mi verdadera mujer / Puede dejarnos a todos en la miseria más espantosa.

Una salida muy de nuestros tiempos. Corresponda “La víbora” o no a esos amores parrianos, es una historia.

Y sigue la historia en pleno siglo XXI, en el ocaso del poeta, próximo a los 88 años, a un paso del Olimpo sueco definitivo. Y se dice que es cuando surge la pequeña gran piedra en el zapato camino a Estocolmo, el precio de su tórrido amor sueco.

 UNA DELICIA DE ORO MATUTINO, NERUDA

En la primera edición de Poemas y antipoemas, solapa, Neruda escribió: “Esta poesía es una delicia de oro matutino o un fruto consumado en las tinieblas”. Gabriela Mistral, siempre rotunda, adelantada, diría en 1937 con relación al libro Cancionero sin nombre: “Estamos ante un poeta cuya fama se extenderá internacionalmente”. Parra tenía 23 años. Un pichón que no se asomaba al Olimpo, ni se codeaba con el pequeño Dios, ni enfrentaba al Amigo Piedra. Se silenció por 17 años. Perdió la voz o estaba buscando su propia voz. Emir Rodríguez Monegal, crítico uruguayo, dijo que Parra ha llegado a la originalidad poética por el método tan simple, tan difícil, de ser él mismo. Su poesía es anticonvencional en el sentido de que no trata de ser “poesía”. El poeta y crítico chileno, Federico Schopf, uno de los primeros estudiosos de la antipoesía, concluyó que la obra de Parra constituye el último momento fundamental de la poética chilena.

Los grandes poetas estadounidenses lo traducen al inglés: William Carlos Williams, Ginsberg, Ferlinghetti, al sueco por Artur Lundqvist, como al francés, ruso, checo y portugués, entre otros idiomas.

La cueca larga, dice Fernando Alegría, arranca de una raíz auténticamente popular, y por ende, universal.

Alone, el crítico de la época, lo calificó del “más pujante y sonriente, floral y festivo de los poetas nuevos… impetuoso, divertido, soñador de pronto y lejano, acróbata, imprevisible, inagotable, familiar, exquisito… el extraordinario Nicanor Parra… a cuyo lado los demás se disuelven o huyen, graves, mínimos, inmóviles, presas de su compás”, y siguen los calificativos.

El crítico de recambio en El Mercurio, el sacerdote Ignacio Valente, siempre criticó positivamente la obra de Parra, y los amigos vieron un persistente intento por asociarlo a la cruz, lo que el antipoeta aún rechaza.

FLORES Y ESPINAS EN EL JARDÍN

Parra, alejado de “los metaforones de los años 30”, también huye de todo convencionalismo, forma y contenido “conocido”, es un cuervo que intenta sacarle los ojos a la poesía para volver a fecundarla, porque él nos dice que la ve con nuevos ojos.

Armando Uribe Arce, poeta, apunta sobre la obra de Parra cuando dice: “Desde Residencia en la tierra, ningún otro poeta chileno había dado en la realidad común y ominosa. Esa es una clave en la poética parriana y un punto de arranque y la más elogiosa de las apreciaciones a su obra, aunque se recurra al fantasma de Neruda, el más real de los cuerpos de la poesía chilena”.

Parra escribe, según el novelista Roberto Bolaño, como si al día siguiente fuera a ser electrocutado. ¿Sobreviviente de su propia autodestrucción? Conociendo a Parra, diría: “A mí, que me registren”. Bolaño deja entre los poetas del siglo XXI a Parra, Borges, Vallejo y Cernuda. Después de estas rotundas afirmaciones, me gustaría conocer la poesía de Neruda, la Mistral, Huidobro y De Rokha.

Estas son las flores del bien, para la emergente en ese entonces antipoesía, pero no todo marchó miel sobre hojuelas para el hermano de Violeta Parra, cuya poesía De Rokha calificó de asco y que le inspiraba lástima. “Parra no es nada más que un snob plebeyo y populachero, no popular, un versificador en niveles abominables de oportunista… un pingajo del zapato de Vallejo”, concluía su apreciación De Rokha, cuyos comentarios siempre estuvieron más cerca de la lápida que de la obra.

Miguel Arteche, un conocido poeta chileno, católico, se interrogó: “¿Es folklore, es poesía?, ni lo uno ni lo otro”, se respondió. “Un mal paso para Nicanor Parra”, sentenció. El padre capuchino Prudencio Salvatierra, se preguntó sobre la antipoesía: “¿Puede admitirse que se lance al público una obra como esa, sin pies ni cabeza, que destila veneno y podredumbre, demencia y satanismo..? No puedo dar ejemplos de la antipoesía de esas páginas, es demasiado cínica y demencial. Me han preguntado si este librito es inmoral. Yo diría que no; es demasiado sucio para ser inmoral. Un tarro de basura no es inmoral, por muchas vueltas que le demos para examinar su contenido”

NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA

Parra respondió: “Nadie es poeta en su tierra”.
Chile es un país de poetas, indiscutiblemente. Dos de ellos candidatos a la presidencia de la república: Huidobro y Neruda. Dos premios nobeles: la Mistral y Neruda. Tres de ellos, conmocionaron en su tiempo a la nación con sus diatribas y gran poesía: Huidobro, De Rokha y Neruda. Dos de ellos viajaron por el mundo como poetas, diplomáticos y dieron a conocer a Chile, y un tercer, antes que todos, partió a París, a compartir la gran mesa de la poesía universal: la Mistral, Neruda y Huidobro, en su orden. Parra no había nacido, literariamente hablando, y entraría al ruedo en 1954, y su objetivo sería la poesía del poeta que se encontraba en el Olimpo: Neruda. En todo esto, siempre un común denominador, Neruda y el fantasma real del impacto de sus Residencias en la Tierra. Neruda fue el que más lejos “fue” en política, senador y militante activo del Partido Comunista, amado por sus huestes y odiado por la recalcitrante derecha. Siempre estuvo el vate de Isla Negra en el ojo de la tormenta. Nunca olvidado por amigos y detractores.

Hasta que llegó el tiempo de Parra, con su nueva poética y postura, y en el trasfondo de la trastienda, siempre Neruda.

El poeta de los Versos de salón irrumpió a su manera, no sólo con sus cañones llenos de antipoesía, sino con su presencia de hombre público, sin oficialismo, pero nada de lo que hacía podía ser indiferente para Chile, un país de poetas.

Además acuñó unos versos memorables cuyo objetivo es barrer con los mitos poéticos chilenos desde la perspectiva de la antipoesía; los cuatro grandes poetas chilenos son tres: Alonso de Ercilla y Zúñiga y Rubén Darío.

A SU MANERA

Entró en escena, a su manera, como diría Frank Sinatra, pero con esa tradición del poeta que dice lo suyo, y va donde las papas queman. La antipoesía es hija también de la guerra fría. Se puede ser francotirador, pero sin olvidar que el bumerang existe y golpea donde menos se espera. El díscolo poeta, irreverente, rebelde, nuevo sacerdote, disparó sus letales textos y artefactos contra el pequeño burgués y el establecimiento. Desconcertó con sus artefactos:

Cuba, sí / Yankis, también; Se vende Chile / tratar con Frei.

Su viaje a Washington, que derivó en una invitación a la Casa Blanca a tomar té con la señora Nixon en pleno bombardeo a Vietnam, simplemente devastó al antipoeta. Hubo quienes le hicieron la ley del hielo en el Pedagógico de la Universidad de Chile, y otros le aislaron en diversos círculos de escritores y políticos. Fueron días, semanas, meses, efervescentes y negros en prosa para Nicanor Parra, en la cúspide poética chilena y allende las fronteras. Muchos comentaban sobre la idea del suicidio en torno a Parra, aunque un día Waldo Rojas, mucho después, claro, me dijo desde París: “Parra nos va a enterrar a todos”.

Treinta años después, el poeta diría, cero problema, y que sólo espera cruzar el río para encontrarse con su hermano Roberto, autor de las Cuecas choras y seguramente Violeta.
“Médico el ataúd lo cura todo”.

Ya había estado en Pekín y Moscú. Sí, el poeta del momento se desplazaba en el ojo de la tormenta, en tiempos de verdadera olla de grillos en la política criolla, en el compromiso y los gustos literarios.

SE PERDIÓ EL POLO SUR

América Latina también se polarizaba política y poéticamente. Ernesto Cardenal, una de las figuras visibles, con su exteriorismo, José Lezama Lima, como un dragón tocando la flauta barroca de Hamelín en el trópico de la Mayor de las Antillas, Neruda, siempre omnipresente, Paz, con sus visionarios ensayos críticos, Borges, el poeta conservador, clásico, cáustico, anarquista, defenestrador de virtudes y amante de los atardeceres lúdicos, siempre en primera línea. Ginsberg, aullando en el norte.

Sin embargo, eran los novelistas los que se hacían sentir más, como García Márquez, Vargas Llosa, Sábato, Cortázar, Arguedas, Carlos Fuentes, Benedetti y Roa Bastos, entre otros. La corte es más larga que los propios milagros. La globalización hoy, el mundo mediático, borró, barrió literalmente al intelectual público, de la plaza, y nos puso en video la imagen del absurdo, copiada, eso sí, del mundo real, con locutores teledirigidos por la estupidez virtual de la mediocridad banal, exquisita discípula de la frivolidad.

José Saramago es lo más parecido a esos sobrevivientes que aún no arrían su bandera. Los demás, no todos, en el top show de la farsa.

El mundo tenía dos polos y ahora uno. Se perdió el Polo Sur, ni nos dimos cuenta. ¿Se derritió por la capa de ozono, el efecto invernadero, porque se cayó el Muro de Berlín, fue el fin de la historia que se lo llevó al río, qué se fizo el Polo Sur, dónde quedaron los burgalés de pro, qué se ficieron?

Parra nos había dicho, hace más de 15 años, en su texto “Tiempos modernos”:

Atravesamos unos tiempos calamitosos / imposible hablar sin incurrir en delito de contradicción / imposible callar sin hacerse cómplice del Pentágono. / Se sabe que no hay alternativa posible / todos los caminos conducen a Cuba / pero el aire está sucio / y respirar es un acto fallido…

“Todo contaminado de antemano”, concluye el texto. Nada nuevo bajo el sol.

Había confrontación en tiempos de la guerra fría, posiciones y una cierta efervescencia intelectual, que en su minuto sorprendió a Parra en el Chile convulsionado y también en el de Pinochet, el más agitado de todos, con calaveras, incendios y un hermetismo poético de kafkianos contenidos, pero aunque hubiese extremos, que nunca se juntan, existía una mayor presencia de la poesía en la vida y en las cosas.

Parra volvía a decir lo suyo en 1985 en Hojas de Parra:

ENTONCES / no se extrañen / si me ven simultáneamente / en dos ciudades distintas / oyendo misa en una capilla del Kremlin / o comiéndome un hot dog / en un aeropuerto de Nueva York / en ambos casos soy exactamente el mismo / aunque no lo parezca soy el mismo.

VÉRTIGO Y ABISMO, LA POESÍA

José Lezama Lima, un animal tropical y barroco y clásico de gran instinto poético, muy alejado de Parra y la antipoesía, dijo a través de su personaje Oppiano Licario de su novela Paradiso: “Un poeta, como tal, es también su biografía, sus lecturas, sus comidas y su mundo familiar; es esa realidad sobrenatural que siente actuar dentro de él, que lo modifica a cada instante y que coexiste de una manera mágica con la realidad natural”.

Lezama Lima habría dicho alguna vez: “Cuando estoy claro escribo prosa, cuando oscuro, poesía”.

Sólo se llevaban cuatro años de diferencia, Lezama y Parra. A ambos, en las antípodas poéticas, les une sólo el asma. Curiosamente uno hace tomar lecciones de abismo al lector, el caso de Lezama, y vértigo, Parra. Extremos de una misma cuerda, un cielo que se cae a pedazos a su manera en el corazón del lector. Parra aspirando los mortales residuos de los plátanos tropicales y Lezama con su asma en Trocadero, fumando puros, en una Habana nostálgica, dos asfixias para una poesía ya clásica, y aunque aceite y vinagre, yo las junto en mi alcuza para ser cocinando.

Es tan sólo un paréntesis, la antipoesía está hecha de otro barro o greda, es un viaje distinto en presente, sus propias toxinas trae y lleva, a veces en un pasaje de ida, sin retorno, o casi siempre, porque el poeta concluye abruptamente su mensaje, y nos deja en el mismísimo aire del aire, pero en tiempo real, sólo a unos metros del limbo si no nos montamos bien en el patín.

EL ESQUELETO FUERA DEL CLOSET

La antipoesía vino a sacar los esqueletos del closet, a reciclar con su propio lenguaje todos materiales, humanos y divinos, populares, especialmente, y se inserta en la gran tradición poética de Chile desde su propia perspectiva, desinflando el yo lírico, pero muy involucrado su protagonista a todo cuanto ocurre en las raíces de sus antecesores y en la estrategia de la confrontación, del aquí vengo yo.

El poeta no es un artesano ni hace empanadas, recordaba Parra a Benedetti en una entrevista publicada en Marcha, en 1969. Puede haber iluminación y revelación, y ahí como que se nos quiere aproximar a Rimbaud, en la actitud, aunque su influencia no es francesa.

Parra, su autor, está retratado de pies a cabeza en la antipoesía, que pareciera ser más autobiográfica de lo que se cree, aunque el yo colectivo, y el todos somos el poema, es el que cuenta a la hora de la lectura, y el poeta pareciera estar trabajando con una magra materia llamada lenguaje que objetiva al máximo, al que pareciera previa puesta en circulación haberle hecho la autopsia.

La antipoesía es también un intento, experimento, acierto, creemos, logro, sin duda, una manera de poner ad valorem la propia poesía, con una serie de elementos que estaban allí o no necesariamente, pero que Parra incorpora siempre desde esta nueva perspectiva: la ironía, el humor, la paradoja, todas las contradicciones habidas y por haber, el paisaje verbal, humano, natural de Chile, porque hay mucha chilenidad en la obra de Parra, en la cual se topa con Neruda, De Rokha y la Mistral, cada uno dentro de su propia retórica y manera de apreciar lo chileno, asimilarlo, transformarlo y cantarlo en su obra.

El antipoeta es hombre de tradiciones y ha respetado a sus mayores más de lo que imaginamos, no le da la espalda al pasado, al origen de las cosas, a lo esencial, sabe de dónde partir y tomar impulso, aunque después el velocípedo adquiera otras velocidades y rutas, que el propio autor ignora, pero que investiga y sobre todo, se arriesga a transitar sin saber del todo el paradero.

En este carrusel de la antipoesía, hay menos anti de lo que muchas veces creemos. Es difícil desprenderse de toda la utilería del pasado, por más que inventemos la pólvora, que ya explotó en la milenaria China o la rueda, que viene rodando de tiempos inmemoriales sin detenerse.

SEPULTURERO DE METAFORONES

La antipoesía echa todo en su saco, pero no roto, en la Caja de Parrandora, recicla los materiales, inhala desde el estiércol a la primavera, de nada se priva el poeta, su oficio: boxear con las sombras del mediodía, arrancarle espuma al verbo, sacar del cuidado intensivo a la “poesía tradicional”, Parra se siente un sepulturero de adjetivos y metáforas, porque si no dan vida, matan. Hombre de poca fe, pone toda su fe a la antipoesía. El profesor, hijo mayor de un profesor primario y de una modista de trastienda, le hace un test a la antipoesía para distanciarse de sus pares y presentarse en su desnudo diván, solo frente al diluvio azul del vals poético chileno. Embutido de ángel y bestia, respondió con La cueca larga, en la mejor tradición popular.

No hay mujer que no tenga dice mi abuelo / un lunar en la tierra / y otro en el cielo. Otro en el cielo, mi alma / por un vistazo / me pegara dos tiros / y tres balazos.

Siguió los consejos de Huidobro, cuando dijo: “Un poeta debe decir aquellas cosas que nunca se dirían sin él”. Sólo por medio de la poesía, remataba Vicente Huidobro, el hombre resuelve sus desequilibrios, creando un equilibrio mágico o, tal vez, un mayor desequilibrio. En eso ha andado Parra, al parecer.

No hay paraíso, no se perdió, porque no existió para la antipoesía. Ni nostalgia, y poco se le ve en el pasado. En algunos momentos podemos atribuirle vínculos, golpes de dados, con las Residencias nerudianas, ese Neftalí Reyes Basoalto tan presente en la poesía chilena, poemarios que inclusive elogiaba De Rokha, en la clandestinidad de su orgullo. No podemos matar al padre sin llevar parte de su sangre, y en este río de la poesía todos van a dar a la mar.

MÉDICO, EL ATAÚD LO CURA TODO

Parra nos responde a todos, desde su perspectiva, con “El anti-Lázaro”, el último poema de su libro Hojas de Parra, que editó en 1985, y que recoge la sal y la pimienta, el aceite y el vinagre, la ironía trascendente, la visión y los temas de la antipoesía, esa mirada por el ojo de la cerradura que puede dar con el culo del mundo, en cualquier instante, veamos:

Muerto no te levantes de la tumba / qué ganarías con resucitar / una hazaña / y después / la rutina de siempre / no te conviene viejo no te conviene / el orgullo la sangre la avaricia / la tiranía del deseo venéreo / los dolores que causa la mujer / el enigma del tiempo / las arbitrariedades del espacio / recapacita muerto / ¿que no recuerdas cómo era la cosa? / A la menor dificultad explotabas / en improperios a diestra y siniestra / todo te molestaba / no resistías ya / ni la presencia de tu propia sombra / mala memoria viejo ¡mala memoria! / tu corazón era un montón de escombros / —estoy citando tus propios escritos— y de tu alma no quedaba nada / a qué volver entonces al infierno del Dante / ¿para que se repita la comedia? qué divina comedia ni qué 8/4 / voladores de luces-espejismos / cebo para cazar lauchas golosas / ese sí que sería disparate / eres feliz cadáver eres feliz / en tu sepulcro no te falta nada / ríete de los peces de colores / aló-aló ¿me estás escuchando? / quién no va a preferir / el amor de la tierra / a las caricias de una lóbrega prostituta / nadie que esté en sus 5 sentidos / salvo que tenga pacto con el diablo / sigue durmiendo hombre sigue durmiendo / sin los aguijonazos de la duda / amo y señor de tu propio ataúd / en la quietud de la noche perfecta / libre de pelo y paja / como si nunca hubieras estado despierto / no resucites por ningún motivo / no tienes por qué ponerte nervioso / como dijo el poeta / tienes toda la muerte por delante.

 

 

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