Excelente película, como todas las de Kathryn Bigelow, que denuncia la violencia de quien hace uso del poder con la aprobación de un sistema judicial cómplice de los que detentan la autoridad.
Por JOBLAR
El desarrollo del relato me recordó El incidente (The Incident, 1967) de Larry Peerce en la que —a las tres de la mañana—, dos delincuentes atormentan a los pasajeros en un vagón del metro de Nueva York. El espectador espera que aparezca un policía para imponer el orden.
En Detroit, es la policía la que atormenta a ciudadanos inocentes, con la excusa de buscar armas.
Los hechos son reales y ocurrieron precisamente en 1967, cuando —después del allanamiento de un club clandestino—, se produjo una violenta reacción en el ghetto negro de la ciudad más grande del Estado de Michigan.
El apéndice fue el secuestro de un pequeño grupo de jóvenes negros, acompañados por dos adolescentes blancas, en el Motel Algiers. Además de los malos tratos, fueron asesinados dos de los muchachos.
El episodio, poco conocido en el resto del mundo, forma parte de la “cuestión afroamericana” que, pocos meses después tuvo otro baldón con la muertede Martin Luther King. Y que parece no tener solución si se observa la actitud del gobierno de Donald Trump.
Desgraciadamente, es imposible no pensar en situaciones similares vividas en Chile pocos años después, cuando los entrenados en Estados Unidos se dedicarían a “apremiar ilegítimamente” y a aplicar “violencia innecesaria” a sus inermes conciudadanos.
El policía a cargo de la operación es un psicópata que ya mató por la espalda a un negro que huía con alimentos robados, pero —fuera de una amonestación verbal— no se le suspendió, sino que se le mandó a seguir “haciendo su trabajo”.
Pareciera ser que cierto tipo de asesinatos no son delito, como ha quedado demostrado en nuestro país con la complicidad del Poder Judicial durante el régimen cívico-militar o en las más recientes represiones en la Araucanía.
Ni siquiera el ejército interviene para detener las vejaciones, porque el oficial a cargo no quiere “tener problemas con los derechos civiles”. Mientras tanto, Kathryn Bigelow parece solazarse en una verdadera “torture porn”, esto es de una complacencia pornográfica en la tortura.
Pero no se trata de un placer sádico de la directora estadounidense, sino de una coherencia absoluta con el cine que ha realizado desde hace muchos años.
Una de sus primeras películas se estrenó en Chile en 1989. El título original —Blue Steel (alusión al color del uniforme policíaco)— se transformó en Enamorarse de un asesino y contó con el apoyo de James Cameron (su esposo en ese momento) y de Oliver Stone. La protagonizaba Jamie Lee Curtis y dejó en evidencia la capacidad de Kathryn para enfrentar situaciones difíciles, como habría de hacerlo más tarde con Punto de quiebra (Point Break, 1991) y Días extraños (Strange Days, 1995), película futurista que presagiaba un porvenir cada vez más violento.
Pero la consagración vino con Vivir al límite (The Hurt Locker, 2011) que —después de K-19: The Widowmaker (2002) acerca del submarino soviético abandonado a su suerte, denunciaba el gran fraude de la invasión a Irak. En fecha más reciente fue La noche más obscura (Zero DarkThirty, 2012) acerca de la presunta ubicación y muerte de Osama Bin Laden.
El mundo es violento y así se presenta en estos films. Pero no es la ficción de Paul Greengrass o el hiperrealismo de Stanley Kubrick: para molestia de muchos, es la vida misma.
(“Detroit”. USA, 2017)
TRAILER DEL FILM:
“DETROIT”
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