Maggie Lay sigue vigente como cantante y bailarina, después de 40 años. Durante la dictadura cívico-militar se destacó en un ambiente triste y tenebroso; ahora sigue siendo una mujer auténtica y decidida.
Por JOBLAR
La oí nombrar por allá a fines de los años ‘70, cuando las compañías de revistas agonizaban debido al toque de queda.
En los años ‘60, había frecuentado el Bim Bam Bum para ver a Nélida Lobato, Pitica Ubilla y las infaltables vedettes importadas de Argentina. El Picaresque y El Humoresque son otro cuento: merecen párrafo aparte (como el que, por lo demás, escribí hace algunas décadas).
Regresando a Chile después de un largo período de estudios (el golpe de Estado me sorprendió en el extranjero) me encontré con un país triste, fuertemente dividido y con medios de comunicación “rigurosamente vigilados” (en recuerdo de la excelente película checoslovaca antidictadura de Jiri Menzel).
En ese ambiente tenebroso, vi aparecer a Maggie Lay (esa misteriosa Magdalena Hay Sang Lay) que, con su curvilínea figura, desafiaba el “cartuchismo” imperante e invitaba a ponerle sal a la vida. Era una mujer joven y decidida, con todo el desplante de la vedette que domina el escenario con su personalidad y empatía. Porque, es bueno decirlo, una verdadera vedette no suscita los celos de la esposa que acompaña al marido. Al contrario: puede sugerirle más de una idea.
Contrariamente a otras figuras de antaño que colgaron el bikini, Maggie no lo ha hecho y ha seguido colocándose plumas, cantando y contagiando su risa espontánea.
Edwin (Wincy Oyarce) “descubrió” a esta figura aún vigente y la siguió por cuatro años filmando —con su consentimiento— cada momento de su vida cotidiana: en su taxi colectivo, en sus actuaciones en restaurantes, en las manifestaciones sindicales, en su casa mientras hacía el aseo (que —según ella— es lo que la mantiene en forma).
A 65 minutos se reducen los varios terabytes acumulados durante ese larguísimo espacio de tiempo. La misma Maggie reconoce que se olvidaba de la cámara, como cuando —“con cara de poto” (son sus palabras)— recordó un momento muy triste de su vida.
El documental demuestra que se trata de una mujer auténtica, que actuó en muchos países y ámbitos (incluyendo tres años sobre un transatlántico) sin que el triunfo se le haya subido a la cabeza. Como cualquier taxista sufrió el infortunio de que le robaran su vehículo y —sin ser política— se expresa con la rabia ciudadana acumulada por las AFP, que quieren el dinero de nuestro trabajo: “¡Que se metan el dinero por la raja!”.
Palabras que no suenan ni vulgares ni divertidas: son simplemente la expresión del inconsciente popular. Como de ese mismo inconsciente reflota una verdadera danza de la fecundidad cuando exhibe sus nalgas en público.
La película tiene una secuencia que vale por todo lo realizado: la rubia vedette desarrolla su bailecito endiablado gracias a un complicado y eficaz montaje de Oyarce y Monserrat Albarracín. Su figura va cambiando, como asimismo su traje porque cada escena está filmada en momentos diversos.
Al final, de todos ellos emerge la última vedette, no en sentido temporal, sino que en el sentido de su vigencia.
(La última vedette. Chile, 2017)
TRAILER DEL FILM:
“La última vedette”
Producción:
Storyboard Media
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