ADVERTENCIA: No lea este comentario antes de ver la película. Su relato es terrorífico no sólo por cómo desarrolla la fábula, sino porque —como dice su título en castellano—, es una verdadera pesadilla que envuelve al espectador…
Por JOBLAR
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Dos hermanas, de 12 y 14 años, viajan con su madre para instalarse en la mansión que ésta ha heredado de una vieja tía, quien vivía sola y apartada junto a una colección de extrañas y viejas muñecas.
Ambas jovencitas tienen intereses diversos: Beth, la menor, vive en un mundo ficticio en el que escribe historias de terror y, por ello, Vera, la mayor, que tuvo que dejar a su novio y se maquilla para aparentar más edad, la odia y siente fuertes celos.
En la autopista son adelantadas por un vehículo de dulces y helados a los que Vera hace un signo obsceno. Luego, en una gasolinera, Beth lee la noticia de un psicópata en serie que mata a los padres y deja vivir a las hijas.
Llegando a la casa solariega, que es una especie de inquietante museo de antigüedades, la futura escritora tiene su menarca y —poco más tarde— las tres mujeres son atacadas por un gigantón con aspecto de retardado mental (que las agrede oliendo sus entrepiernas) y una mujer de aspecto varonil: ambos venían en el camión de la autopista.
La intervención de la madre repele la agresión y se produce un salto en el tiempo. Beth se despierta de una pesadilla: han pasado varios años y Beth es una escritora de éxito, que sigue con su vieja máquina de escribir y que mira en la televisión —junto a su marido y su hijo vestido de arlequín— una entrevista que le hicieron con motivo de su último libro: Incidente en Ghostland (Tierra de fantasmas). Éste trata de esa experiencia traumática.
Recibe una llamada telefónica de auxilio de su hermana, que todavía vive en la mansión de los hechos con su madre. Necesita ayuda, porque la joven está paranoica y en un estado mental lastimero. Llega hasta el lugar y la agresión se repite, ambas son disfrazadas como muñecas, logran huir y encuentran dos policías que iban al rescate. Alcanzan a decir que han sido víctimas de un ogro y una bruja. Precisamente, ésta mata a los dos agentes y las lleva de vuelta a la casa.
Otra trampa en el tiempo: se celebra la aparición del libro en una lujosa velada en la que está el mismísimo Howard Phillips Lovecraft que Beth tanto admira. De vuelta a la mansión, otro policía salva a las dos muchachas y, ya en la ambulancia, Beth declara que “adora contar historias”.
Hasta aquí una lectura de la película. Pero, ¿qué ocurre en realidad?
Pascal Laugier nos entrega algunas pistas: el marido de Beth (adulta joven) corresponde a la imagen de una fotografía que está en la bodega, donde se refugian las hermanas y junto a éstas hay una reproducción del Arlequín, de Picasso. Cuando reencuentra a la madre, ésta no ha envejecido ni un ápice.
Se trata de flashforwards imaginarios. Justamente para Lovecraft la fantasía no es un escape, sino una forma de resistencia y un medio para crear una mitología propia con monstruos cotidianos, que —en este caso— son los hombres. Además, el mal corrompe la pureza de lo infantil: el camión de dulces, las muñecas, los cuentos… Los agresores son definidos como un “ogro” y una “bruja”. Todo en la época del feminismo desatado y slogans como Ni una menos.
Beth crecida no es real: es aún una niña amparada por su madre que se busca a sí misma. Se convierte en mujer cuando se indispone por primera vez. La madre llega a decir que debería haberse comido a las hijas para que no se separaran de ella. La presuntamente enloquecida Vera trata de volverla a la realidad cuando le afirma que la madre murió y ellas nunca han dejado la casa. Efectivamente, la hermana no creía en la historia de las masacres y había encontrado unas entrevistas imaginarias de la futura escritora.
Después de la intervención del policía, viene el rescate y el regreso al mundo real. Se acaba la pesadilla y el título en castellano es perfecto.
¿Qué pretendía el director?
Los fantasmas de Ghostland son de Beth. Cuando regresa a la casa, está en paz con su madre (primer fantasma, ya que en realidad está muerta) y se encuentra enfrentada a la locura de su hermana, que parece poseída y traumatizada por lo que Beth considera como los fantasmas del pasado. Ghostland es la casa del drama, aquella en la que vuelve a enfrentarse a su pasado. Sólo que no es un lugar, sino una temporalidad: es el mundo que se imagina para el futuro, incluido un imposible encuentro con su ídolo Lovecraft.
El ogro y la bruja podrían equivaler al padre y la madre. Los asesinos locos no sólo matan a los padres, sino que toman su lugar. Y por ello podrían ser el fruto de la imaginación de Beth, que los asimila a sus padres. De hecho, se emancipa de la figura de su madre que, mientras la están subiendo a la ambulancia, la saluda desde la ventana y le indica la máquina de escribir. Ya no es una niña y empieza a entrar en la adultez imaginando el mundo maravilloso ya visto en el flashforward. Sólo que allí aparecen el policía asesinado y Lovecraft, que murió en 1937.
Como en Inception de Christopher Nolan (2010), podría haber diversos niveles de sueño y el espectador los ha compartido todos. Y, en ese caso, también el ataque de los monstruos y el rescate podrían ser fruto de la imaginación de Beth, que atraviesa por ese delicado período: se inspira en Lovecraft y en los hechos de crónica roja en Estados Unidos (más sus cambios por la adolescencia y la separación de los padres).
La intervención final del policía podría ser una nueva fuga de la muchacha y la creación de un nuevo mundo imaginario. En suma, un mise en abyme que imbrica dentro de la narración otra igualmente preocupante. Beth es un alter ego de Pascal Laugier y logra que su invención encapsule a los otros dos relatos.
Película para asustarse, pero también disfrutar con el buen manejo de la fábula.
(Incident in the Ghostland. Francia / Canadá, 2018)
TRAILER DEL FILM:
“PESADILLA EN EL INFIERNO”
PRODUCCIÓN:
Me Gusta el Cine
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