Por el tipo de director que es Lars von Trier, les sugiero que primero vean la película y después lean mi análisis. Así se sorprenderán adecuadamente y podrán buscar apoyo (o incluso respuestas) a algunas de sus interrogantes…
Por JOBLAR
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
La pantalla está a obscuras y se escucha una conversación. El tono es de un individuo que se está confesando y el de un sacerdote que lo escucha. Pero luego la actitud toma otros matices y el interlocutor parece más bien un psiquiatra, mientras que el protagonista (que se llama Jack, como el Destripador) relata sus crímenes a los que llama “incidentes” y que reducirá a cinco, a pesar de haber cometido más de 60 y de haber ido coleccionando a las víctimas en un frigorífero. ¡Sí! Como Barba Azul, pero sin connotaciones sexuales.
El director Lars von Trier hace uso de una permanente intertextualidad, que va desde el árbol de Goethe en el campo de concentración hasta La Divina Comedia, pasando por el arte abstracto y la interpretación pianística de Glenn Gould.
El serial killer tiene una inteligencia elevada, pero también es compulsivo, preocupado de dejar huellas, pero también de eliminarlas. Y la mejor estrategia para pasar inadvertido es ponerse en evidencia: proclamar a viva voz que es un asesino es más efectivo que ocultarlo y que una víctima pida ayuda el mejor sistema para que nadie venga a socorrerla.
Por su parte, la policía es de una ineficiencia inherente a su rol. Y él resumirá su personalidad con carteles que muestra a la cámara con autocomplacencia.
Jack es ingeniero, pero quería ser arquitecto. Según él, este último es el que escribe la música; el primero se limita a leerla. Es una de las tantas dualidades de la película, como lo es la relación entre la casa que proyecta y destruye una y otra vez.
No por nada, Albert Speer construía enormes edificios con la finalidad de que fueran ruinas en un próximo milenio. El negativo de una foto representa el lado obscuro de la luz. Los cuerpos se descomponen y recuerdan el proceso de vinificación. Mientras que Plotino sostenía que la materia es el mal, para Sartre “el infierno son los otros”.
El homicidio es una obra de arte. La Humanidad ha cometido crímenes de masa de una crueldad infinita. Como dice el Monsieur Verdoux de Charles Chaplin, si matas a un hombre eres un asesino, si matas a miles eres un héroe: el número santifica.
Como uno que se ha interesado por Dante por más de medio siglo, el nombre “Verge” me trajo a la memoria a Virgilio y no me equivoqué, porque en la secuencia final la cita es evidente e incluye la escenificación de una famosa pintura de Delacroix. Además Jack, vestido con una capa roja para ocultar su último crimen, se transforma en un Dante que pasa por el arroyuelo que puede permitir salir del infierno y se encuentra con el puente roto.
Pero hay más. No creo que sea una casualidad que el personaje involucione de una manera grotesca en la medida que avanza la película. Me parece ver que de un correcto Matt Dillon, con aspecto de honesto ciudadano, se va degradando al punto que me pareció estar viendo a un sobreactuado Jim Carrey, que —como se sabe— en un principio imitaba descaradamente al judeo-americano Joseph Levitch (acá Jerry Lewis). ¿Mera coincidencia para un polémico realizador que ha sido amonestado por sus expresiones neonazis?
(The House That Jack Built. Dinamarca / Francia / Alemania / Suecia, 2018)
TRAILER DEL FILM:
“LA CASA QUE JACK CONSTRUYÓ”
PRODUCCIÓN:
Llave Sombra
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