Es la revancha de los que están cansados de ver lo que algunos pocos tienen y que, en un sistema neoliberal severamente materialista, constituye la única razón de vida…
Por José Blanco Jiménez
Periodista, Universidad de Chile
SANTIAGO (Chile), 23 de Octubre — 2019.- Vi Zabriskie Point, de Michelangelo Antonioni, cuando se estrenó en Chile hace más de medio siglo. Como a la mayoría de los espectadores, me sorprendió la secuencia final: en una explosión final volaban todos los bienes de consumo y símbolos del “american way of life”.
La historia que —según el director “nadie entendió”—, se refería al encuentro entre Mark, un joven que había hurtado (no robado) un aeroplano y Daria, una joven secretaria que se dirigía a encontrarse con su jefe en un “Berchtesgaden” (al estilo de Hitler) ubicado en el desierto, llevando consigo la posibilidad de transformarse en su amante ocasional.
Era época de efervescencia estudiantil en las universidades y del slogan “haga el amor y no la guerra”. Y, efectivamente, los dos jóvenes hacían el amor en el desierto, mientras que las formas rocosas cobraban vida transformándose en parejas desnudas que copulaban alegremente.
Pero todo tiene un fin trágico y Mark termina como un nuevo Ícaro o Faetón en manos de la policía y Daria imagina que hace saltar varias veces el “Berchtesgaden” con todo lo que representa. Y vuelan por el aire —acompañados por la música de Pink Floyd— la ropa, el televisor, el equipo de sonido, el refrigerador, la comida, los libros…
Toda la película me ha vuelto a la memoria con las escenas de rabia que he visto en la pantalla chica estos últimos días, con el vandalismo desatado y los saqueos a los locales de comercio y al retail. Es la revancha de los que están cansados de ver lo que algunos pocos tienen y que, en un sistema neoliberal severamente materialista, constituye la única razón de vida. Recuerdo precisamente como, hace unas cuatro décadas (en plena dictadura cívico-militar), un sacerdote católico advirtió que era un error pensar que poseer un equipo de sonido podía representar la felicidad.
Era también una época en la que programas de televisión mostraban la “only beautiful people” que se divertía obligando, de alguna manera, al resto de la población a vivir la felicidad de una vida ajena. Y es lo que siguen haciendo los matinales con la farándula y sus informes gastronómicos. Sólo que ahora se agrega el agravante de que la buena vida la disfrutan los que lucran con los ahorros de los cotizantes del sistema previsional, mientras los jubilados reciben las migajas. Para no profundizar el tema de los parlamentarios que disfrutan de remuneraciones inmorales, de los que evaden algo más que el pasaje del Metro con el beneplácito de Impuestos Internos o de los que utilizan fraudulentamente al Fisco para darse gustos personales.
Y otra gran producción me viene a la mente: Viridiana, de Luis Buñuel, que —en 1961— mostraba el peligro de la convivencia de los ricos con los mendigos, aceptados como gesto paternalista de caridad cristiana. La simbología de “La última cena” antes de que comience el desastre es transparente.
Tal vez alguno recuerde también Los invasores, de Egon Wolff, dirigida por Víctor Jara en 1963 para el ITUCH. Y —¿por qué no?— todas las películas y series televisivas de zombies, que suelen recordar que “cuando el Infierno está repleto, los muertos condenados volverán a poblar la Tierra”.
“Quién tenga oídos para entender, entienda” (Mateo 13:9).