Una historia real, que reconstruye el calvario de un hombre recluido por 14 años sin que hubiera una acusación en su contra. Y ocurre en territorio estadounidense, pero lejos de los estadounidenses: en Guantánamo, ubicado en la isla de Cuba…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
He visto muchas películas acerca de hombres que están prisioneros y son torturados sin que existan cargos en su contra, ni juicio alguno. Ésta, que se basa en hechos reales y en un libro escrito por la víctima, me recordó una película que me impresionó en su momento por su temática y su buena realización: El hombre de Kiev (The Fixer, de John Frankenheimer,1968), con un notable Alan Bates.
En ese caso, se trataba de un carpintero que era acusado de intento de estupro y de participar en una conspiración contra el Zar. Porque allí “los malos” son los rusos zaristas y el pobre hombre resiste por su físico atlético y por el apoyo que le da el haber leído a Baruch Spinoza.
Aquí los hechos ocurren en Guantánamo, enclave estadounidense en territorio cubano, reconstruido en Sudáfrica para mostrar el calvario de Mohamedou Ould Slahi, un mauritano secuestrado y transferido a esa cárcel por presunta participación en los atentados del 11 de septiembre a las Torres Gemelas.
Dejo al espectador la visión de los maltratos aplicados a un hombre al que obligaron a confesar todo lo que se les ocurrió partiendo de la convicción de que era militante de Al Qaeda y que había organizado los ataques mortíferos que se endilgaron a Osama Bin Laden.
El teniente coronel Stuart Couch (un pétreo Benedict Cumberbatch) fue escogido como acusador por haber perdido un amigo en el atentado y se hizo cargo con naturales prejuicios. Pero empezó a darse cuenta que Guantánamo —que se mantuvo durante el gobierno del “Premio Nobel de la Paz”, Barak Obama—, era una cárcel con fuertes irregularidades. Y, después, cuando vio que no tenía documentación para incoar una causa, cambió de idea, siendo motejado de “traidor”. Suele suceder: lo eres si, en vez de obedecer, dejas trabajar a tu conciencia. O las abogadas, que son amenazadas de agresión por defender a un presunto “terrorista”.
Como en otras producciones, el film muestra a personas justas que trabajan en un sistema enrarecido que busca culpables. Y para ello, esconde información clasificándola o borrando con plumón lo que se supone que no debe saberse. Pero a veces la justicia funciona y la Corte Suprema puede ordenar que los protocolos se conozcan, porque —a pesar de su paranoia— debe dejarse registro de todo (me imagino para apoyar la carrera de los militares).
Sahli (el actor Tahar Rahim, francés de origen argelino) aporta el lado humano, porque cree en Alá y creía que en Estados Unidos —contrariamente a lo que ocurría en su país de origen— no se actuaba por el miedo y que podía confiarse en las fuerzas del Orden. Es así como no pierde la esperanza de que, a pesar de todas las humillaciones, podrá sobrevivir y recuperar su libertad.
Está claro una vez más que “homo homini lupus”. Me queda, eso sí, una duda. En las películas estadounidenses, los nazis aparecen siempre como torturadores despiadados. ¿Los norteamericanos aprendieron de ellos o fueron los nazis los que aprendieron de los norteamericanos? Como dice el asesino Monsieur Verdoux, de Charles Chaplin, en su descargo: “¡Soy un simple aficionado!”.
(“The Mauritanian”. Gran Bretaña / USA, 2021).
TRAILER DEL FILM
“EL MAURITANO”
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Bf Distribution
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