Una temática de gran actualidad, con muy buenos intérpretes, pero con un desarrollo cinematográfico carencial para mi gusto. Si se buscó copiar a Woody Allen, definitivamente no resultó…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
He dicho y he escrito en reiteradas ocasiones (vgr. comentando FRANKIE, de Ira Sachs, con Isabelle Huppert, 2019), que realizar una película al estilo de Woody Allen, pero sin Woody Allen, es un riesgo difícil de enfrentar aunque las y los intérpretes sean de óptimo nivel.
En este caso, no cabe duda. Aunque se trata del remake de la película danesa Stille hjerte (título inglés: Silent Heart, 2014), dirigida nada menos que por Billie August (y que no he tenido la posibilidad de ver), no logra atrapar al espectador con ese toque de humor negro y ese manejo del diálogo y de las situaciones que son necesarios en estos casos.
Son tres las generaciones que se reúnen en una mansión junto al mar, impecable como el set escenográfico jamás utilizado de una representación teatral. Es un ambiente limpio y aséptico que ha sido puesto ahí para el despliegue de marionetas sin más vida que las que les infunde el que las maneja. Están para despedir a Lily (Susan Sarandon), que —con el apoyo de Paul, su esposo y médico jubilado (Sam Neill)— ha escogido la muerte asistida para terminar con una enfermedad degenerativa, cuyo nombre no se menciona, pero que evidentemente es la esclerosis lateral amiotrófica.
En efecto, ya no puede usar su brazo izquierdo y, dentro de poco, no podrá hablar, masticar, ni respirar. Han decidido presentarlo como un suicidio y no lo irán a un Estado donde sea legal, sino que quieren hacerlo en la casa que tanto esfuerzo les costó construir.
En tres días —que, de hecho, son tres actos— el espectador conoce a Jennifer, la hija (una estupenda Kate Winslet, con ceñidos pantalones blancos en el primer acto), con su marido Michael (Rainn Wilson, con corbata humita y saber enciclopédico obtenido de crucigramas) y su hijo Jonathan (Anson Boon), que —poco a poco— demuestra que ya sabe todo lo que quieren ocultarle. Después está Anna (Mia Wasikowska, que de alguna manera replica su personaje de Polvo de estrellas / Maps to the Stars, de David Cronenberg, 2014), muchacha aproblemada y su pareja Chris (el “transgénero de género no binario” Bex Taylor, ad saeculum Rebecca Edison Taylor-Klaus).
A ellos hay que agregar a Elizabeth (Lindsay Duncan), la amiga del alma, especie absolutamente positiva de doppelgänger que aporta recuerdos de Woodstock, el amor libre, un intento lésbico y poseedora de un secreto que se revelará hacia el final.
Las discusiones entre las hermanas desavenidas, un paseo por las dunas (con algunas confidencias eróticas), la cena de Navidad anticipada (en la que Lily regala sus objetos más preciados) y fumar marihuana en grupo, completan el tiempo que pasa inexorablemente.
Pero, ¿qué le falta a la película? La dirige el mismo Roger Michell del exitoso Notting Hill (1999), el guionista Christian Torpe es el autor del texto y, sin embargo, le falta empatía. Los intérpretes cumplen su tarea de buena forma, pero son teatrales. Sólo en algunos momentos se logra establecer un contacto. Como cuando la protagonista dice que quiere dormir para aún volver a despertar y —antes de que el veneno surta efecto— pregunta: “¿Para dónde voy?”. Y el marido, compungido, le rebate: “¡Dímelo tú!”.
Sobrevuela el tema del suicidio (el caso de Anna), pero no se enfrenta el de la eutanasia.
Y para mí queda el enigma del título en inglés, que reemplazó al “corazón silente” original. Blackbird es el mirlo, ave nacional de Suecia (país vecino de Dinamarca), pero es también símbolo del que enseña el camino al otro mundo, y que indica las maneras en que podemos descubrir más acerca de nuestro potencial y de nuestros propios motivos ocultos.
(“Blackbird”. USA, 2019)
TRAILER DEL FILM:
“LA DESPEDIDA”
PRODUCCIÓN:
MasMovie