Hermosa película danesa, que es necesario comparar con su versión estadounidense para aquilatar aún más su contenido humano. El tema de la eutanasia es tomado con seriedad y con ternura, como debe ser. Y se agradece el que se ponga a disposición del público chileno…
Por: José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Hace algún tiempo comenté La despedida (Blackbird, de Roger Michell, 2019) y expresé mi perplejidad acerca de su factura por muchas razones, incluso porque imitaba el estilo de Woody Allen. Confesé también que no había visto la película de la que era el remake y ¡felizmente, hela aquí!
El director danés, Billie August (1948) tiene una vasta trayectoria, que incluye una discutible versión de La casa de los espíritus, de Isabel Allende (1993), un Premio Oscar y dos Palmas de Oro en Cannes.
Reconozco que con él se disipan todas las dudas que me había planteado la cinta de Michell y me aclara también todas la exigencias que aparentemente éste tuvo que cumplir.
El espectador que vea las dos películas se dará cuenta de inmediato de cómo el relato fluye de manera lineal y sin estridencias. Es como una vela que se apaga lentamente y no una confrontación de personas con problemas.
Sanne, la hija menor, no tiene una novia lesbiana, sino un inmaduro adicto a las drogas suaves. Heidi, la hija mayor, no tiene un marido caricaturesco de corbata humita y fanático de crucigramas. Su hijo es un adolescente y no un adulto joven. No hay una innecesaria escena de sexo ni tampoco espía voyeristamente al padre besándose en los labios con la mejor amiga de la madre: el beso en la frente es de una ternura y cariño inmenso, que sella la última voluntad de la protagonista.
Entre tantos detalles, no está demás el paseo a las dunas, con una conversación en la que no se hace referencia a Woodstock ni a un posible encuentro lésbico entre ambas amigas. Tampoco se insiste expresamente en el momento en que fue concebida Sanne.
El baile en torno al árbol de Navidad (porque efectivamente es Navidad, no como en la película norteamericana en la que se inventa una fiesta navideña), acompañada en piano por el marido y en acordeón por la renuente hija menor, es de una nostalgia y una intensidad maravillosas.
Todas y todos sabemos que tenemos que morir, pero no tenemos fecha de término. Distinto es cuando la decisión está tomada y se comparte con los demás.
Suicidio o eutanasia son dos vocablos para un mismo hecho: pasar del ser al no ser. Y, en este caso, después de haberse despedido de todos y morir entre los brazos del que se ama.
El paseo nocturno en solitario del cónyuge que queda en vida transparenta una tristeza infinita, pero también la convicción de un paso que se quiso dar y que se tuvo el valor para darlo.
¡Ésta sí es una buena película! Si ama la vida, a los que ama y lo aman… ¡véala!
(“Stille Hjerte”. Dinamarca, 2014)
TRAILER DEL FILM:
“Corazón Silencioso”
PRODUCCIÓN:
GolemDistribution