Guillermo del Toro incursiona en el cine negro con su acostumbrada perspicacia poniendo al Mal como verdadero protagonista…
Por José Blanco Jiménez (JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
El título original (Nightmare Alley), alude mejor a la pesadilla que persigue a un vagabundo misterioso, cuya existencia va de mal en peor, corroído por la ambición y por el oportunismo. En su azarosa vida deberá transitar por pasillos y corredores que parecen no tener destino.
El inicio de la película me recordó como comienza El Decameron, de Pasolini, con Ser Ciappelleto (Franco Citti), que arrastra un cadáver para arrojarlo fuera de la ciudad: aquí, en cambio, se recurre al fuego que destruye las pruebas, pero no purifica.
Así como reinterpretó El monstruo de la Laguna Negra en La forma del agua, Guillermo del Toro repropone una película de 1946, firmada por Edmund Goulding y protagonizada por Tyrone Power. Ambas están basadas en la novela homónima de William Lindsay Gresham y lo único que puedo decir, para no ser un spoiler, es que esta nueva versión es más adherente al libro.
Con un reparto de lujo (a pesar de que a Bradley Cooper lo vi varias veces fuera de lugar y diré el por qué), la cinta —demasiado larga, para mi gusto—, se desarrolla en tres actos: el parque de diversiones, el éxito en Nueva York y el epílogo.
Como siempre, no puedo evitar reconocer influencias directas en lo cinematográfico. Empiezo por decir que no recuerdo haber visto el sol durante toda la película: ¡es de veras un “noir”! La fotografía y el ambiente decadente de la primera parte me recordaron al Dr. Parnassus de Terry Gilliam (2009), pero sobre todo al Woody Allen de La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, 2017) y el glamoroso mundo del mentalista en Magia a la luz de la luna (Magic in the Moonlight, 2014).
Me parece evidente que Del Toro no busca homenajear a nadie, pero los puntos tangenciales existen.
El tema —como en todas las películas del director mexicano—, es el Mal (¡sí, con letras mayúsculas!). Después de un comienzo miserable, que tiene su símbolo en el “monstruo” que se alimenta degollando una gallina con los dientes, sigue un período de aprendizaje en el que el protagonista consigue influir en los demás con el sólo uso de la capacidad de observación. Después sigue en Nueva York, donde ya no basta engañar al público con simples pruebas de “lectura de la mente”, sino que se presenta la oportunidad de ganar una gran suma de dinero timando a gente poderosa en lo monetario, pero débil en su vida afectiva. Y para ello, ya no bastará con la ayuda de la frágil muchachita del Luna Park (Rooney Mara), que lo ha seguido por amor, sino de una “dark lady”, una psicóloga sin escrúpulos (Cate Blanchett), que inmoral (o amoralmente), quebranta el secreto profesional para esquilmar a sus frágiles clientes.
Es aquí donde Bradley Cooper no me convence: no es la mona que vestida de seda, mona se queda; ni cuando aparece como buscavidas ni cuando juega a ser un dandy. Incluso, en algunos momentos me pareció que estaba actuando Ralph Fiennes.
Distinta es la actuación de los artistas viajeros, que podrían haber sido caricaturescos y no lo son: Willem Dafoe, Toni Collette, Ron Perlman y David Strathairn, están impecables. Lo mismo se puede decir, en el Segundo Acto, de Richard Jenkins y Mary Steenburgen.
Pero hay detalles en los que Del Toro se cita a sí mismo, en particular los frascos con seres nonatos y deformes, que me recuerdan El espinazo del diablo (2001). Y no se trata tanto de la repulsión que provoca el verlos, sino más bien la constatación de existencias vacías, que termina, en el fondo, convirtiendo a todos en objetos de conmiseración, que mezclan lo trágico con lo horrendo y que se observan desde fuera del vidrio.
(“Nightmare Alley”. USA, 2021)
TRAILER DEL FILM:
“EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS”
PRODUCCIÓN:
20th Century Studios España
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