La azarosa vida de Antonio Ligabue, magistralmente interpretado por Elio Germano, vista como la incapacidad de entrar en comunicación con un mundo hostil que circunda a un artista con graves problemas psicofísicos…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Para un cinéfilo es casi imposible ver esta película sin pensar en Sed de vivir (Lust for Life, de Vincente Minnelli, 1956), que sigue el drama vital de Van Gogh, o en los Sueños de Akira Kurosawa (Yume, 1990), por su belleza estética.
La diferencia está en la simbiosis impecable entre la visión de Antonio Ligabue y su entorno geográfico-cultural. Los paisajes emilianos, tanto rurales como urbanos, se conservan intactos como eran en los años en que él vivió (1899-1965).
Su existencia fue triste y azarosa. Nació en Zürich (Suiza), de madre italiana, que lo abandonó. Lo crió una pareja suizo-alemana y debido a sus problemas psicofísicos fue expulsado del país y mandado a Gualtieri, cerca del río Po en el límite entre la Emilia y la Lombardía.
Sufrió siempre el bullying por su aspecto y sus tendencias autistas. Italia, en ese tiempo, era un país pobre: faltaba todavía el “milagro económico” que habría de expresarse en motocicletas y automóviles.
Casas como las que muestra la película existen todavía: piso encementado, paredes desnudas, muebles viejos… Y todavía existe (sobre todo en Emilia-Romagna), una pobreza digna y hospitalaria, que también se aprecia en el trato que se da a Antonio, cuya habilidad artística fue descubierta por el pintor Renato Marino Mazzacurati, conocido por haber fundado la Escuela de la Via Cavour (o Romana), que agrupó a artistas opuestos al conservadurismo y filofascismo del período de Mussolini.
Recibió también el apoyo del escultor Andrea Mozzali, que lo rescató del manicomio y lo puso en contacto con mercaderes de arte y dueños de galerías.
No es la primera experiencia cinematográfica sobre el artista, puesto que Salvatore Nocita dirigió para la RAI una miniserie de tres episodios, en 1977, que fue interpretada por Flavio Bucci.
No voy a contar la película, porque lo que me interesa es la habilidad del director Giorgio Diritti para fundir el mundo mental de Ligabue con su obra (por ejemplo, cuando emite los sonidos de los animales que pinta), y con su escasa capacidad de comunicación con el resto, mezclando alemán con dialecto emiliano.
Que el espectador no vaya con prejuicios. Lo que podría ser un lacrimoso cuento al estilo de Edmondo de Amicis (autor de Corazón), se transforma en la búsqueda de expresión de un artista que se cubre con una coraza para esconder su miedo y su curiosidad para con el mundo que lo circunda (justamente como se presenta en las primeras escenas, mostrando apenas un ojo).
Y así como el espectador lo puede ver protagonista del cortometraje Nebbia, de Raffaele Andreassi (1961), también se enternece por su amor por Cesarina, típica mujer italiana del campo de fines de los años ‘50, que derrama dulzura y sumisión. Es su madre que no quiere que se case con Antonio: no basta con que tenga dinero, sino que debe adquirir una “posición”.
Se lee en su epitafio: “La añoranza de su espíritu, que tanto supo crear de la soledad y el dolor, ha permanecido en aquéllos que comprendieron cómo hasta el último día de su vida él desease sólo libertad y amor”. Ahí está todo dicho.
Y no puedo dejar de mencionar el excelente trabajo de Elio Germano (cuatro horas de maquillaje para cada secuencia de filmación), a quien se conoce en Chile por Mi hermano es hijo único (Mio fratello è figlio unico, de Daniele Luchetti, 2007).