Película novedosa, que combina la ciencia ficción con el terror y la comedia. Es de aquellas producciones que hay que aceptar y disfrutar como vienen para dar más tarde paso a la reflexión…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
El film abre con una cita del Libro de Nahúm 3:6: “Y echaré sobre ti inmundicias, te afrentaré, y te haré de espectáculo”.
Sigue la secuencia de un sitcom televisivo, que termina en una masacre ejecutada por un chimpancé. Se agregará más tarde un homenaje al E.T. de Steven Spielberg (1982), y no será el único.
Pasa después a tiempos recientes, con la presentación de Otis Junior, alias OJ (Daniel Kaluuya), y Emerald Haywood (Keke Palmer), que son un hermano y una hermana que han heredado un rancho en Agua Dulce, California, en el que se dedican al amaestramiento de caballos para las películas de Hollywood.
Su padre murió por basura que cayó del cielo: una moneda le atravesó un ojo. No es la única circunstancia misteriosa que ha ocurrido: una nube se mantiene detenida sobre una montaña y algo parece ocultarse allí. Es la continuación de eventos cada vez más extraños.
Obviamente, no voy a contar la película.
OJ trata de vender algunos caballos (con promesa de recompra), a Jupiter (el sudcoreano Steven Yeun), que resulta ser el niño actor televiso único sobreviviente de la masacre del chimpancé: es dueño de un parque de diversiones y tratará de sacar partido del extraño fenómeno que está ocurriendo en Agua Dulce.
Después de ¡Huye! (Get Out, 2017), que es una alegoría contra el racismo y Nosotros (Us, 2019), acerca de la violencia cultural, Jordan Peele se atreve a citar a grandes maestros como Steven Spielberg y Stanley Kubrick.
Busca el connubio de la entretención con la reflexión teórica… ¡y lo consigue!
Por ejemplo, la remoción de la contribución afroamericana está en el recuerdo del tatarabuelo Haywood, el fantomático primer jinete de la primera secuencia cinematográfica, filmada por Eadweard Muybridge en 1878, con un caballo al galope. El blanco pasó a la historia; el negro fue olvidado.
Los Haywood son prisioneros de una ilusión y viven una existencia lejana de la realidad, siempre insatisfactoria, con pantallas digitales y un techo de resplandecientes estrellas. Y OJ reflexiona, sin palabras, acerca de la propiedad y la pertenencia.
La industria cinematográfica está en crisis, pero se sustenta en el deseo insatisfecho de triunfar con una novedad absoluta. Y, en este caso, es un ser extraterrestre, que —coincidiendo con la cita del Libro de Nahúm—, hace de Hollywood una nueva Nínive.
Mientras tanto, todos terminan prisioneros del espectáculo.
Sin embargo, OJ —que calladamente y por experiencia ha ido aprendiendo psicología animal—, es capaz de descifrar las intenciones del extraño ser en su condición de “ápex predator”, es decir, de depredador que está en la parte superior de la cadena alimentaria y que no tiene enemigos naturales.
Está claro que el suspenso es el de Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg, y hay algunos atisbos a Signos (Signs, 2002), de M. Night Shyamalan.
Y el ritmo de la violencia va creciendo, lo que lleva a pensar en la masacre del chimpancé en la televisión: la zapatilla en posición vertical podría ser un “mal milagro”, o sea, de algo que es improbable que pase pero que, de todas maneras, es nefasto.
Y la transformación del invasor no puede ser más decidora, como “mensajero” (ángel) de una mentirosa revelación, que conforma estereotipos literarios, bíblicos y cinematográficos.
Pero ¡Nop! es también un western, con un homenaje a Odio en las praderas (Buck and the Preacher, de Sidney Poitier y Joseph Sargent, 1972, con Sidney Poitier y Harry Belafonte), cuyo cartel se ve pegado en una pared.
Y el western es un símbolo de una nación construida con la violencia y un retorcido sentido del honor.
Unas palabras sobre los intérpretes. Daniel Kaluuya está, como siempre creíble, como cuando fue el malvado de Viudas (Widows, de Steve McQueen, 2018), o el ingenuo enamorado del ya citado ¡Huye!. Su parecido con Idi Amin Dada no es casual, puesto que es hijo de ugandeses y su aspecto de kakwa nilótico oriental es evidente. La afroamericana Keke Palmer, de vasta trayectoria, tiene una vivacidad incontrolable. Devon Graye, de quien no se ve el rostro, es un caricaturesco notero televiso sobre una motocicleta a más de cien kilómetros por hora, con un nombre previsible: Ryder Muybridge.
Respetando las actuales normas sindicales, tienen el apoyo de un latino experto en cámaras de vigilancia (Brandon Perea), y de un experto camarógrafo, capaz de filmar con manivela para no tener problemas eléctricos (Michael Wincott).
Si se fijan bien, este último se parece a un conocido realizador judío-alemán avecindado hace muchos años en el país y que es un precursor del Nuevo Cine Chileno.
¿Me gustó? ¡Sip!
(Nope. USA / Japón, 2022)
TRAILER DEL FILM
“¡NOP!”
PRODUCCIÓN:
Trailers in Spanish
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