Película enigmática que, con toques gore, presenta una maldición que incumbe a una joven psicóloga, relacionada con un trauma infantil, y que se transfiere a través de una espeluznante sonrisa. Realidad y delirio se complementan de manera eficaz…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Círculo de Críticos de Arte de Chile
Sosie Bacon (1992), es hija de Kevin Bacon (Footlose, de Herbert Ross, 1984), y Kyra Sedgwick (Endings, Beginnings / Finales, principios, de Drake Doremus, 2019). Ha trabajado sobre todo en miniseries para la televisión y con —su estilizada figura—, interpreta en esta película a Rose Cotter, una psiquiatra que sufre de una pesadilla recurrente, siendo víctima de stress laboral.
Invito al espectador a poner atención en el prólogo, puesto que allí se da una situación que se deberá tomar en cuenta para seguir el relato de la cinta.
A Rose se le asigna una paciente (Caitlin Stasey), que asegura que es perseguida por un ente maligno desde que fue testigo de un suicidio horroroso. Éste se presenta como una máscara que sonríe y, durante una crisis histérica, se corta la garganta con el trozo de una taza quebrada.
Empieza una serie de episodios espantosos, que llevan a la protagonista a pensar en una maldición, lo que se ve confirmado por la investigación de un policía, que es su pretendiente (Kyle Gallner).
Los suicidios se repiten desde hace tiempo y hay un solo sobreviviente, que logran visitar en una cárcel.
Pero también su mente empieza a hundirse en recuerdos obsesivos de su niñez para los cuales debe recurrir a su propia psiquiatra (Robin Weigert), y al apoyo, cada vez más distante, de su pareja Trevor (el afro Jessie T. Usher).
Mientras por un lado la madeja parece desenredarse, por el otro se embrolla cada vez más. Y siempre, después de cada episodio, está esa sonrisa que es más bien una mueca que exuda maldad. Realmente “como para pasarse películas”.
Es el primer largometraje de un promisorio guionista y director: Parker Finn.