El Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile fue desmembrado, desarticulado, exiliado del pensamiento crítico, después del 11 de septiembre de 1973… Son demasiadas las nostalgias quizás, pero el tiempo y la distancia las acumulan, carga hechos y ruidos, los años tienen su propio lenguaje y mirada en el tiempo. Pasan, pero sus huellas quedan…
Por Rolando GABRIELLI
Desde Ciudad de Panamá
Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile
Fue una época espléndida, extraordinariamente joven, atmósfera plena de libertad, debate de ideas, creatividad, entusiasmo, en lo personal: inolvidable.
A mediados de los sesenta, un tiempo que no tenía tiempo, todo era nuevo o se inventaba, poesía, filosofía, literatura, periodismo y política, los primeros pasos iniciáticos del reportero o futuro corresponsal. Había un ángel en las miradas, porque todo era conquista, saber, conocimiento, diálogo, polémica, —diría vida—, en una palabra.
El asombro había encontrado un lugar. El Liceo Darío Salas me terminó de preparar para esta nueva, magnífica, inolvidable aventura.
Cada día una nueva ceremonia, ritual de las palabras, las aulas, los pasillos, prados, auditóriums, las tertulias, el casino (restaurante de comidas), y especialmente los profesores que dictaban su cátedra con pasión y una verdadera vocación misionera y conocimiento.
El primer amor de todas las nostalgias, una imagen que se repetía en el encanto del encantamiento, era como ver el viento que se llevaba las hojas del otoño. De esa época, encanto en el encantamiento, en lo personal, para mí, digo, queda una espléndida atmósfera espiritual, un camino trazado, las primeras enseñanzas de un futuro personal.
Reencontrarse con la memoria, puede ser un ejercicio suicida o feliz. No me estoy inclinando por ninguno de los dos, más bien nos asomamos a un trigal soleado y a los profundos abismos de un tiempo recobrado en las palabras. La nostalgia, sin embargo, es inevitable, tiene los ojos de un ciervo herido.
Formadores de un pensamiento crítico
Mario Planet, ex Director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.
Recuerdo a Mario Planet, Cassigoli, Dorfman, Skármeta, Scarpa, Cabrera, Mario Céspedes, nuestros verdaderos maestros formadores, inspiradores, que ejercían la docencia, su oficio de la enseñanza y también el despertar de nuestra futura actividad profesional. Sin curiosidad, investigación, creatividad, lecturas, observación, análisis, compromiso social, con la comunidad y el lector, una insobornable dosis de ética, no hay periodismo.
Mauricio Amster, de origen polaco, grabó en mi mente un juego de letras propio de un tipógrafo errante por el mundo y Clariana, español, una gramática a sangre y fuego, que no seguí literalmente, pero aún me persigue y dicta las reglas.
Antonio Skármeta
Todos tenían una visión crítica de la sociedad y formaban la conciencia de una generación igualmente despierta, esencialmente con verdadero espíritu universitario, un compromiso más allá de lo personal y de una simple materialidad de las cosas.
Las ideas prosperaban en las aulas, auditórium, pasillos, biblioteca, en los jardines del emblemático Instituto Pedagógico, la Facultad de Filosofía y Educación, y, sobre todo, el diálogo, la amistad, una visión chilena de país se trazaba sobre su loca geografía.
Me quedo con esa atmósfera juvenil de la vida, los ideales del naciente periodista, curioso, critico, soñador, sin límites, solidario por excelencia y comprometido con la verdad, un servidor público, ético, empático con el mundo que le rodea.
El Pedagógico, humanista, tenía fama de ser un centro universitario de pensamiento avanzado, comprometido con la sociedad y los chilenos, siempre vanguardia en el campo de las ideas, planteamientos, debates sin pelos o pepitas en la lengua. Sus recintos no tenían frontera, recibían estudiantes de América Latina, una educación pública, gratuita, ejemplar de una época que hizo historia y es referencia. Qué tiempos tan democráticos y de sorprendentes coincidencias, que no podríamos dejar en el tintero como cosa perdida.
Nuestras compañeras que tenían apellidos de calles aledañas al Pedagógico: Irarrázaval y Larraín, por ejemplo. Undurraga era más vinoso, pero también se dio en la parra de la Generación Planet.
Del Quilapayún a los Cronopios cortazarianos
Se respiraba un ambiente de libertad, sin fronteras, las ideas llaman a las ideas y los maestros filósofos caminan alrededor de los prados con sus discípulos como la Ágora ateniense, Juan Rivano, Humberto Giannini, el historiador Hernán Ramírez Necochea o el poeta Nicanor Parra, construyendo sus Artefactos, hablando de Antipoesía, homenajeando a Violeta Parra, su hermana.
Nuestra Generación contó en el Pedagógico, “Las Termas de Macul”, con el conjunto musical folklórico Quilapayún, los destacados narradores Poli Délano, Jorge Guzmán y Carlos Cerda.
A sus predios acudían los poetas surgidos de esas aulas, José Cuevas, Naín Nómez, Hernán Miranda, Jorge Etcheverry, Erik Martínez, pero también daban recitales Jorge Teillier y Enrique Lihn.
Un día, Julio Cortázar habló de Rayuela y otros Cronopios en el Pedagógico. Mariano Aguirre, quien devoraba libros, un abogado crítico literario agudo, lúcido, informado, estuvo en esa jornada con Cortázar y fue uno de los grandes animadores de la vida literaria del Pedagógico y después de Chile.
Periodista cultural, como se le solía llamar también a su oficio, hoy un poco extraviado en el mundo digital.
Y por los pasillos, encuentros o conversaciones improvisadas, nos visitaban los paisajes de Cien Años de Soledad, Pedro Páramo, la Maga por París, Los cachorros, Epigramas, Trilce, los fantasmas de Rimbaud, el Conde de Lautréamont, Baudelaire, Artaud, nuestros clásicos con bandos divididos y todo lo que llamara la atención, se escribiera, circulara y, desde luego, la política, filosofía, psicología, el mismo presente.
Faride Zerán, periodista de la U, escribiría más tarde La Guerrilla literaria (Neruda, Huidobro, De Rokha).
Recuerdo al colorín, ensayista, profesor y poeta, Manuel Alcides Jofré, por las aulas donde se formaban los futuros pedagogos. Por esos santuarios de las lenguas habitaba Bernardo Subercaseaux.
El poeta Gonzalo Millán pasó por el Pedagógico, se aburrió y se fue para Concepción. Oliver Welden, también poeta, abandonó el Pedagógico camino al norte, Antofagasta. Ambos dejaron huella en la poesía chilena, originales y formaron como muchos otros, parte de la diáspora chilena a partir del 11 de septiembre de 1973.
Y por esos años, también nos visitaba Ángel Parra, el hijo de la inolvidable Violeta, quien nos cantaba: Me gustan los estudiantes, jardín de nuestras alegrías, son aves que no se asustan, de animal ni policías…
Tiempos iniciáticos, todo era nuevo
El viejo Pedagógico, fundado en 1889 por el abogado y educador Valentín Letelier, para formar a los futuros pedagogos, profesores chilenos, fue parte de la conciencia crítica del mejor espíritu combativo de Chile, un foro de asamblea popular acorde con los tiempos. Nuestra época ya venía precedida por la participación en sus aulas de connotados intelectuales, Pablo Neruda, Mariano Latorre, el filólogo Rodolfo Oroz y el presidente Pedro Aguirre Cerda, entre muchos otros intelectuales que hicieron época.
Ricardo Lagos, profesor en nuestra época, llegaría a ser Presidente también de Chile y publicaría a principios de los sesenta La concentración del poder económico, una pequeña biblia de los abusos del gran capital que hoy debiera volver a leerse como ayuda memoria.
Pensamiento crítico, creatividad, libertad de cátedra, tengo la impresión que no pocos pensaban en un mejor Chile, en formar a futuros profesionales, jóvenes profesores, educadores consagrados, a personas con calidad humana, esencialmente humanistas, con un compromiso e identidad.
No todos pensábamos igual, había pluralidad de ideas, interminables cafés o vinos, largas noches de bares, ruido de copas, piano, la bohemia de las palabras y la amistad.
Tiempos iniciáticos, todo era nuevo, tenía un comienzo, y un futuro promisorio, expectante, impredecible, pero estimulante. Vivíamos la aventura de nuestra juventud y no era poca cosa para ese entonces. Las noches se llenaban también de cháchara, ese lenguaje, diccionario del ocio que adquiere carácter grupal y de alegría.
Ariel Dorfman
De Truman Capote al Pato Donald
La Escuela de Periodismo, una especie de vedette por su juventud y carácter de novedad universitaria, alegría noticiosa de esos días tan plenos, formaba a los futuros sabuesos de la prensa, analistas, reporteros, redactores de turno, críticos literarios, es decir, toda la gama “de la mejor profesión del mundo”, como dijo el mago de Aracataca. Los Truman Capote interpretaban todo el periodismo posible, éramos hijos también de Mc Luhan, pero discípulos, cómplices curiosos de las nuevas tendencias, investigaciones, paradigmas de una profesión que forma parte de la condición humana y que hoy los fakes news invaden con sus drones mentirosos las redes y el mundo digital.
Las noticias actuales ocupaban también nuestras mentes, algo propio de la profesión. Dorfman y el belga Mattelart, editaban un libro pionero de curiosa pedagogía descolonizadora: Para leer el Pato Donald.
Acude a mi memoria la bella y talentosa periodista María Angélica de Luigi, una mañana que nos encontramos en los jardines del Pedagógico, en la casualidad del tiempo. Viene a mí con un inmenso libro de tapas negras, y su sonrisa de ángel, a mi lado está el poeta Jaime Gómez Rogers. “Esto es tuyo”, me dice. Lo tomo y abro: primera edición de 100 ejemplares de Residencia en la Tierra, de Neruda, firmado por el autor, el número 14. Plopppppp, no le digo, no lo puedo aceptar. Una joya, pienso, y sí, responde, “tú lo conoces y admiras”.
Somos la generación que un día leyó en el frontis de la Casa Central de la Universidad Católica una frase inolvidable, para la historia: “Chileno, El Mercurio miente”. La historia nunca pasó de largo por nuestra Universidad y se sigue repitiendo con la exactitud de la infamia.
La fiesta de los Paparazis
Fue en la Escuela de Periodismo que tuve las primeras noticias de un tal Manuel Marulanda Vélez (Pedro Antonio Marín), “Tiro Fijo”, nacido en el Quindío y fundador de las FARC colombianas. Años después, sin proponérmelo, trabajaría como corresponsal en Colombia.
Por los pasillos del mediodía veo caminando a Astolfo Tapia, el Inspector General del Pedagógico, un legendario profesor, político, animador emblemático de esos años extraordinarios.
Las fiestas tenían fama en la Escuela de Periodismo, contábamos con un dúo de cómicos que se harían famosos a nivel nacional, Los Paparazis, pero había cierta liviandad, gracia, propia de los malones, en una semi penumbra recuerdo rostros, cuerpos, espacios, humo, flotando, fluyendo la vida por delante y era mucha, al parecer. La juventud sólo tiene futuro, planes, proyectos, sueños, visiones, programas, acciones, y eso éramos con una revolución en la cabeza, nada distintos donde existen las ideas, creatividad, el pensamiento libre.
Tengo recuerdos de atmósferas de esas fiestas, los grandes ventanales, la música, circulación de las personas, lo que la memoria registra y no deja en el olvido, ni en las sombras. Nos bastaba escuchar a Los Beatles para sentirnos cófrades de nuestra época, aunque la música popular nuestra acentuaba nuestra identidad con los nuevos tiempos.
Pero el Pedagógico, como se ha reiterado en estas páginas, era un centro de efervescencia política, compromiso social. Donde hay ideas no se puede esperar otra cosa. En una refriega que estoy viendo en este momento, en una de las calles aledañas a nuestra Escuela, una de esas mañanas que salen del anonimato de esos días.
Carabineros, humo, bombas lacrimógenas, dentro y fuera del recinto universitario, obligó la presencia en ese entonces del senador Salvador Allende.
Me pregunto: ¿cuántos panfletos contra el establecimiento y sus injusticias sociales se escribieron en el Pedagógico?
No todo era color de rosa, ideas que se debatían y llegaban a las calles. Zorrilla / Pérez / Silva / Otero /, sólo algunos nombres, vendrían días de mayor agitación y tribulaciones la política escapaba de los salones. Había efervescencia como en toda sociedad y la historia volvería a escribirse con sangre.
El Informe Rettig habla de más de cuarenta muertos del Instituto Pedagógico, producto del golpe militar.
En las bodegas de don Alfredo
Como se habrán dado cuenta, es un homenaje a todos los que han pasado por el Pedagógico de la Universidad de Chile, (y recuerdo) en especial nuestra época, generación que enriqueció su presente y proyectó el futuro. Fueron días espléndidos, tiempos brillantes, únicos, verdaderamente mágicos, iniciáticos por decir un poderoso lugar común, pero real. Vivíamos en constante Carpe diem, sembrábamos y cosechábamos como nos aconsejaba Horacio: aprovechar el tiempo único que te fue dado.
Así fue que ocurrió en la anécdota de aquellos días y noche, que nos reuníamos en los predios del cuidador de la Escuela de Periodismo, Don Alfredo y su hijo, además de los compañeros de curso, Eduardo, Gustavo, Enrique Canelo y el suscrito, para en sagrada labor nocturna, degustar de esas privilegiadas bodegas, los Macul cosecha, mostos que hacían honor a los vinos chilenos y también a “las termas de Macul”.
Noches épicas, legendarias, llenas de sabiduría y una adorable y enigmática cháchara a medida que avanzaba la noche.
El tiempo no existía y sólo permanecían nuestras entelequias verbales como verdades únicas con sus dudas, interrogantes, respuestas y carcajadas, a veces, silenciosas como aprobando el destino de las palabras.
Nadie sabe ni se sabrá, cuántas historias paralelas, singulares, únicas, maravillosas ocurrían a diario dentro de las paredes del Pedagógico y fuera de ellas. Este es un fragmento muy personal y no pretende representar a la comunidad universitaria de ese entonces. Otras memorias, seguramente, podrían contarnos sus propias historias, que deben ser muy interesantes.
Salvador Allende
Los Cisnes y el otoño del mediodía
Frente al Pedagógico, nos esperaban Los Cisnes, una cafetería restaurante y tengo muy presente a su dueño, un español integrado a los universitarios y el bullicio tan propio de un lugar donde se comparte la política, la poesía, el arte, la vida y la eternidad.
La aglomeración de estudiantes un otoño al mediodía en las puertas del Pedagógico, entre los plátanos orientales que le producían alergia a Nicanor Parra, una postal inolvidable, la vitalidad de una jornada cumplida. Vivíamos en nuestro Berkeley al sur del sur, todo era debate, crítica, opiniones, creatividad pura, pensamientos, nada quedaba en pie y, sin embargo, el futuro se veía como el mejor de todos los mundos.
Ahora me pregunto: ¿Por qué en otros países se respeta a estos recintos del saber, a sus estudiantes y profesores?
El profesor de inglés, Manuel López, a quien conocí en el José Victorino Lastarria, amigo y guía de sus estudiantes, finalmente murió tempranamente en su exilio en Estados Unidos, como tantos otros desarraigados.
La primavera también traía sus paisajes y escenarios propios de la época. En uno de esos días que la nostalgia suele recordarme, estoy entregándole a mi amiga Isabel, el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, de García Márquez, con un poema que se perdió en las páginas de los tiempos y las lluvias. Lo que no imaginaba es que viviría por décadas en un lugar que llueve como en Macondo y que por mi trabajo vinculado con la industria del banano, un día vería ese pueblito colombiano. ”Me acordé de las noches de agosto, en cuyo silencio maravillado no se oye nada más que el ruido milenario que hace la Tierra girando en el eje oxidado y sin aceitar. Súbitamente me sentí sobrecogida por una agobiadora tristeza. Llovió durante todo el lunes, como el domingo”
La última voz del Presidente y la docencia nocturna de Las Lanzas
Como todas las disciplinas humanas, cada oveja con su pareja, o grupo. Había excepciones quienes se mezclaban con otras escuelas, pero los futuros periodistas nos encontrábamos en Las Lanzas, un restaurante, con un piano y un loro, una cantante sin época y un pianista que venía de su propia galaxia. Ellos, animaban la noche y eso nos bastaba. Estábamos anclados en las inmediaciones de la Escuela frente a la Plaza Ñuñoa, sin tiempo, ni agenda o programa alguno. En esas mesas emblemáticas el vino rojo y las picadas, en el esplendor de las noches, sacándole la suerte a cada cháchara confundida con lo trascendental, lo poético indiscutiblemente, y aquellas cosas que se desdibujan en un montón de palabras huérfanas de oídos. Recuerdo intacto del pianista y su cantante, en cualquier momento podría aparecer Toulouse Lautrec y nos inmortalizaría en uno de sus carteles.
Pero las palabras también trazan historias, dejan huellas, describen atmósferas y ahora registran algunos nombres que dicta la memoria. Eduardo Marín, Gustavo González, Guillermo Torres, Enrique Canelo, Francisco Leal, en otros planos Jorge Silva, Hernán Barahona —un clásico de la radio, histórico, la última voz recuperada de Allende en la radio Magallanes—.
Hernán fue un periodista de raza de la Generación Planet, que después del golpe vivió el exilio en la capital de Kafka, su diáspora universal, como los escritores, cineastas, pintores, poetas, dramaturgos, actores, artistas, intelectuales, humanistas de todo Chile.
Marcela Otero, una periodista planetaria para recordar por su inteligencia y valentía, dos ingredientes básicos de nuestra profesión en cualquier época.
Mónica González también marcaría una época y aún sigue vigente. Ha tenido coraje y así se hace historia. Oriana Zorrilla, Lucía Sepúlveda, y la historia sabe que son muchas más.
El Pedagógico fue desmembrado, desarticulado, exiliado del pensamiento crítico, después del 11 de septiembre de 1973. Una joven socióloga, Lumi Videla, fue arrojada muerta en esas noches negras de la historia de Chile, por sobre los muros de la Embajada de Italia, símbolo de la sevicia de aquellos días.
Algunos desaparecieron físicamente, pero no de la memoria de los chilenos, ni de la historia.
En estas páginas no están todos, la memoria es discriminatoria, arbitraria, selectiva, olvidadiza; y fija sus propios fantasmas en los recuerdos y nostalgias.
Hugo Araya, “El Salvaje”, camarógrafo, murió por las balas del ejército de Chile el 11 de septiembre del 73 en la Universidad Técnica, donde cubría los acontecimientos.
“Soy periodista”, fue lo último que dijo José Carrasco, “Pepone”, la madrugada del 8 de septiembre del 86, cuando lo asesinaron frente a las puertas de su casa los cuerpos represivos de la dictadura de Pinochet.
Hay unos cuantos héroes anónimos en el silencio de las fosas comunes, un nuevo paisaje del horror a lo largo de Chile.
La historia de Chile volvió a escribirse con horror, como si un pasado de espanto no le bastara. Son demasiadas las nostalgias quizás, pero el tiempo y la distancia las acumulan, carga hechos y ruidos, los años tienen su propio lenguaje y mirada en el tiempo. Pasan, pero sus huellas quedan.
Del epilogar
Cuando la Junta Militar culminó su plan de transformar el Pedagógico en una comisaría de provincia, el espíritu de quienes conformaron esa comunidad universitaria, continuó vivo en Chile y en la diáspora. De esa época hay numerosos testimonios y obras literarias, ensayos filosóficos, arte en todas sus expresiones, que encontraron otros horizontes. Les invito a leer a sus autores. Algunos ya no están con nosotros, otros retornaron a Chile y aún quedan en la diáspora…
Un grupo de la Generación Planetari@s, captados durante una convivencia académica en Cartagena.