Una macabra alegoría acerca de la gastronomía elevada a la categoría de bella arte y sólo al alcance de personas de altos recursos…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Círculo de Críticos de Arte de Chile
En La gran comilona (La grande abbuffata, 1973), Marco Ferreri presentaba a cuatro amigos que, a pesar de ser exitosos en sus respectivas actividades, resolvían suicidarse comiendo y bebiendo.
Esta alegoría del consumismo autodestructivo se completaba con una desatada BBW que actuaba como un eficaz Ángel de la Muerte teniendo sexo con cada uno de ellos.
También El menú, de Mark Mylod (director de series televisivas), es una alegoría, pero su estructura es la de Los diez indiecitos, de Agatha Christie: los protagonistas, atrapados en una isla, comprenderán pronto que tendrán que morir en un rito que sigue un menú preestablecido, mientras tendrán que comer presuntas exquisiteces preparadas bajo las órdenes de Slowik, un psicopático chef de fama mundial (un Ralph Fiennes desgraciadamente un poco sobreactuado).
Margot (Anya Taylor-Joy), es la invitada de Tyler (Nicholas Hoult), un gourmet obsesivo que la lleva a disfrutar una cena de 1.250 dólares. Pronto se revela que no debería estar allí. No es la novia de Tyler, sino una escort reclutada por la ocasión y que cumple una función decorativa. Es por ello que irrita a Slowik, que ha preparado un espectáculo macabro que —naturalmente—, no voy a describir.
Lo que me interesa es poner en evidencia la extracción social de los otros participantes a la cena: una crítica gastronómica con su editor, una pareja de millonarios, una ex estrella de cine (John Leguizamo), y una muchacha que es su asistente personal; tres jovencitos soliviantados por su solvencia comercial. A ello hay que agregar a Elsa, una maitre oriental, y a una anciana alcoholizada (que se revelará como la madre del chef), que se sienta en un puesto aparte.
Un verdadero ejército de cocineros, que a cada orden responde “¡Sí, chef!”, trabaja en las instalaciones ubicadas frente al comedor. Un sommelier explica el origen de cada vino que sirve.
La película, que dura apenas 106 minutos, se vuelve agobiante y tiene un suspenso que debo respetar. Por ello señalo que puede interpretarse como el fracaso de un mundo falso que ya no se sostiene. Es inevitable pensar en la moda de los programas de comidas de la televisión y en la sofisticación (que, recuerdo, significa falsificación), de las relaciones sociales mundanas.
Cada plato se confecciona con un rito obsesivo y el público, obscenamente rico, se revelará indefenso cuando caigan las convenciones de servidores y servidos. Todo esto sin aludir a la lucha de clases: basta con ver cuán efímero es el ego.
Margot, en cambio, es una outsider con aspecto de La muchacha de la perla, de Jan Vermeer y, al pedir una cheeseburger, dejará en claro que es la única auténtica del grupo: capaz de denunciar su insatisfacción.