El quebrantamiento de una amistad precipita el equilibrio de una paz isleña, lo que puede ser interpretado como la absurdidad de una guerra civil…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Círculo de Críticos de Arte de Chile
Empiezo por aclarar que el título verdadero (Las Banshees de Inisherin), alude a una isla irlandesa que no existe, (la película fue rodada en las islas de Achill Island e Inishmore), y a espíritus femeninos del folklore irlandés que —desde el siglo VIII—, anuncian la muerte de un ser querido cercano, mientras que una keener cantaba un lamento en el funeral.
Y, efectivamente, la película comienza y termina con un lamento cantado junto a un precipicio.
Por su parte, lo más parecido a una banshee es la Sra. McCormick (Sheila Flitton), quien con su figura agorera y sus negativos presagios, hace recordar a la brujas de los cuentos de hadas.
La fábula es simple: la ruptura de una amistad entre dos adultos ya no tan jóvenes —que son Pádraic Súilleabháin (Colin Farrell, Dublin, 1976), y Colm Doherty (Brendan Gleeson, Dublin, 1955)—, rompe el equilibrio de una vida apacible y rutinaria en una isla ubicada frente a la “isla grande”, desde la que se escuchan balazos y explosiones que recuerdan que allí hay una guerra civil.
El mismo policía del lugar, Peadar Kearney (Gary Lydon, Londres, 1964 trasplantado a Wexford), se refiere a que tendrá que asistir a un ajusticiamiento y que era mejor cuando los irlandeses peleaban contra los ingleses: ahora se pelea por asuntos religiosos. Su hijo Dominic (Barry Keoghan, Dublin, 1992), es “el tonto de la aldea”. Pádraic, por su parte, vive con su hermana Siobhán (Kerry Condon, Tipperary, 1983), que tiene aspiraciones de una vida mejor gracias a la lectura.
El relato también es plano y monótono hasta que se interrumpe la tradicional libación de una pinta de cerveza (568 ml; en Chile diríamos un “potrillo”), a las 2 de la tarde.
Colm ha decidido no juntarse más con su amigo de una vida, porque “no le cae bien”. Para Pádriac eso es increíble, porque siempre han congeniado. Sin embargo, su actitud tiene razones profundas: se relacionan con la trascendencia.
Colm toca el violín y quiere que su paso por la vida deje algo, puesto que no tiene hijos. En otras palabras, estar con Pádriac le hace perder el tiempo que le queda en un lugar donde lo único que se espera en el futuro es la muerte.
Cuando sin razón aparente se termina una relación sentimental, generalmente la parte que quiere terminar aclara: “No hay otra persona”. Y aquí queda claro desde un comienzo. No se trata de una relación homosexual, pero las reacciones de Pádriac son las de un novio repudiado. Recurre a su hermana y al cura que viene al pueblo para que conversen con Colm. Y, en este segundo caso, en el mismo confesionario.
Es todo muy tragicómico y puede derivar a lo trágico, pero me detengo aquí.
Para mi gusto, Colin Farrell no es un buen actor. Demasiado marcado por sus tupidas cejas, sus personajes se generan en contraste con sus coprotagonistas.
Pongo dos ejemplos: Alejandro Magno (Alexander, de Oliver Stone, 2004), y la Olympias de Angelina Jolie; y Total Recall: desafío total (Total Recall, de Len Wiseman, 2012), donde las que se lucen son Kate Beckinsale y Jessica Biel, como las chiquillas buenas para la patada y el combo.
Pero merece una mención aparte Escondidos en Brujas (In Bruges, de Martin McDonagh, 2008), que es el antecedente de esta película. En ella, que tiene mucho de comedia turística, Farrell y Gleeson eran dos asesinos a sueldo que componían una perfecta pareja de buddy film al estilo de Laurel y Hardy, o de Abbott y Costello.
Y —según las propias declaraciones del director—, esperó 14 años para volver a reunirlos. Mientras tanto, había realizado una excelente película como 3 anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017). dejando en claro que es mucho más que el guía de actores exitosos. El único inconveniente es que el reencuentro lleva a pensar en la película precedente como si fuera su prosecución.
Y no puedo dejar de recordar que —en la inquietante El sacrificio del ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, de Yorgos Lanthimos, 2017)—, Farrell ya había actuado con Barry Koegan y —¡la verdad!—, es que sus conversaciones en Inisherin me parecen una réplica de las de ese film, transformando al joven actor en la maqueta del autista retardado.
Muy buena la ambientación, que me hizo sentir en el Castro de mi infancia, separado de las vicisitudes del mundo. Sólo que, en este caso, en la discordia entre Pádriac y Colm, más que un cuento de Nicolás Gogol, me parece entrever una alegoría acerca de la guerra civil y de su inutilidad.
Después de un siglo, Irlanda no consigue liberarse del yugo inglés, pero tampoco parece capaz de superar sus desavenencias internas.
(“The Banshees of Inisherin”, Irlanda / USA / Reino Unido, 2022).
TRAILER DEL FILM:
“LOS ESPÍRITUS DE LA ISLA”
PRODUCCIÓN:
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