“EL VACÍO” — JOBLAR COMENTA ESTRENOS DE CINE

Un ensayo cinematográfico al más puro estilo de Michelangelo Antonioni, que se consigue gracias a una buena puesta en escena (los objetos son también protagonistas), a una excelente fotografía y al interés asumido por el público…

 Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)

Círculo de Críticos de Arte de Chile
 

Así como “necesidad” es la sensación de que algo falta y se busca cómo satisfacerlo, me parece que “vacío” más que ausencia es la constatación de lo que se tuvo y ya no se tiene.

Ésa es la situación de un director de cine que, después de un gran éxito, ha caído en crisis creativa y su mundo se ha reducido en lo intelectual y sentimental.

Con un hijo adulto joven, que ha escogido irse al extranjero, ha encontrado compañía en una mujer separada que tiene 25 años menos, mucho dinero y una hija adolescente en la “edad del pavo”.

Hasta ahí nada extraño, pero la película se presenta como un puzle que hay que resolver. En efecto, el relato no tiene una continuidad lógica y se va desarrollando paralelamente en dos ambientes diversos: en un departamento desde el que se domina la ciudad de Santiago de Chile, desde la cota mil, y en una casa con acceso a una playa privada.

En ambos espacios, la cámara avanza por los pasillos desiertos (“vacíos”), que se mantienen impecables gracias a la acción de un robot de limpieza y se admira una exposición de muebles de altísimo costo. También hay una exhibición de juegos de copas para cada tipo de bebida.

A otro nivel, es lujosa la mansión que era de su familia y que la coprotagonista acaba de vender.

Sin embargo, el espectador debe comprometerse con otra realidad paralela. Todo comienza con un casting, que me recordó Ocho y medio, de Federico Fellini (Otto e mezzo, 1963), y el “mise en abyme” de la película en curso de filmación.

Pero el cineasta transmite una soledad metafísica más afín a El extranjero (Lo straniero, de Luchino Visconti, 1967), basado en la novela de Albert Camus.

Y los que vean el film estarán de acuerdo conmigo que su ejecución cumple con la labor que cumplió el Wether, de Goethe, cuya redacción evitó el suicidio del autor.

Y de lo que no me cabe duda es que Gustavo Graef Marino ha querido realizar una obra al más puro estilo de Michelangelo Antonioni, exaltando el tema de la incomunicación y de la sobrevaloración de los objetos. Y lo consigue plenamente al hacer del silencio y los ruidos domésticos eficaces protagonistas, incrementando la distancia entre las personas con los omnipresentes celulares.

A ello se agregan alegorías como la silla de playa destruida lentamente por el suave oleaje.

Un detalle, eso sí. Para realizar una película de Antonioni se requiere de actores como Marcello Mastroianni o Alain Delon, de actrices como Jeanne Moreau o Monica Vitti. Quiero decir, que no deben ser sólo buenos intérpretes, sino maleables a la voluntad del argumento y del director, que deben ser creíbles y transparentar un discurso interior que los haga parecer tales.

Digo esto, porque Francisco Reyes me parece una maqueta actoral que, en mi crasa ignorancia, confundo con su tocayo Francisco Melo. Está claro que lo importante son los personajes, pero terminan todos siendo demasiado parecidos, tal vez por la influencia del trabajo televisivo.

En cambio, a Javiera Díaz de Valdés la vi teniendo sexo sobre una lavadora en Sexo con amor, de Boris Quercia (2003) y —veinte años después—, hace el amor con gran eficiencia precisamente sobre Francisco Reyes.

Por ello, creo que El vacío va a caminar mejor en el extranjero, donde no se les conoce como actores de televisión. De hecho, resultan absolutamente creíbles la hija insoportable (Aída Caballero), el hijo dicharachero (Benjamín Gallo) y la joven del casting (Emilia Noguera, medio hermana de Amparo).

En suma, un buen trabajo. Tal vez ambicioso, pero que no se descuadra de sus goznes.

(El vacío. Chile, 2023) 

TRAILER DEL FILM:
“EL VACÍO”
 

 PRODUCCIÓN:
Market Chile
 

 

 

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