El destacado periodista, escritor y director de programas de televisión, Toño Freire, escribió esta emotiva columna tras el sensible fallecimiento de su compañero de estudios y entrañable amigo de siempre, Enrique Maluenda, con quien compartió setenta y cinco intensos años…
Por Toño FREIRE
Juntos caminamos por la vida a lo largo de más de setenta y cinco años. Consecuentemente, estuve junto a él en la hora de su despedida, en la iglesia Los Castaños, de Vitacura.
Amistad estudiantil nacida en el Liceo “Manuel Barros Borgoño”, donde fuimos compañeros de banco, en que los libros sobre el pupitre se transformaron en base para décadas de inquebrantable afecto y respeto.
La universidad del barrio Matadero, las voces populares de sus rincones: La Guitarrera, Los Compadres, La Paloma, Los Guatones, marcaron y llenaron de chilenidad para siempre el alma de quien sería el mejor animador de nuestra televisión.
Por eso no me extrañó el responso católico ampliado a música tricolor brindado en el templo para decirle adiós. Cuecas y tonadas armonizadas por un cuarteto preparado por Leo García, abrieron respetuosamente, el rito eclesiástico.
Su esposa Meche Ramírez, sus cinco hijos en primera fila siguiendo y recordando con los ojos cerrados los aires vernaculares que lo acompañaron y que disfrutó durante toda su existencia.
Seguramente rememoraron tiempos en que Enrique, triunfando, siendo ídolo con el Show Goya en Puerto Rico, en Perú conduciendo el Hit de la Una y con su estelar televisivo de Ecuador, se dejaba espacio para crear y aglutinar, como presidente, a compatriotas en centros folklóricos destinados a tener encendida la llama cultural chilena.
En la solemnidad ecuménica revoletean en mi mente las tardes de Sábado en el 9, en el canal de la U. Época de la Unidad Popular en que tuve el honor de dirigirlo; el otro realizador era Enrique Sepúlveda; productores, los jovencitos Jorge Pedreros y Peto Vergara; director orquestal, Horacio Saavedra.
La potente y excelente animación de Maluenda permitió que en sintonía derrotáramos a Don Francisco. Personalmente, me informó que se iba a Costa Rica. Pero al que de nuevo llamaron de Puerto Rico fue a Enrique y partió. Se salvó Kreutzberger.
Jornadas televisivas impregnadas de campañas sociales. En medio de ellas, ¡imposible que faltara!, la música chilena con Hugo Lagos y sus canciones.
Otra añoranza me sensibiliza. Años ‘80. Con mi esposa Patricia Larraguibel llegamos a visitarlo al San Juan de la isla borínque. De regalo llevamos el disco Huija cantado por su compadre Antonio Prieto. Lo escuchamos mientras cenamos. Apenas suenan los compases de: “¡Chiita que estoy contento porque vuelvo a mi tierra! / Vengo a encogerme en este teatro largo que me vio nacer / Y vengo cantando y temblando”…
Me dice:
—Príncipe, mejor cortémoslo. Ya empezamos todos a llorar…
Cumplida la ceremonia religiosa, a la salida, mientras truenan las sirenas de su Compañía de Bomberos de Lo Espejo, nuevas imágenes de Enrique se agolpan en el magín. Selecciono las que más lo demuestran en su auténtica chilenidad. Retrocedamos décadas atrás en su fundo en Longaví, Linares. Un Dieciocho de Septiembre. Mediodía. Izamiento de la bandera. Himno patrio. Disparos de carabina al aire. Una carreta tirada por caballos nos lleva a recorrer el terreno. Todo está preparado. Cada cierto kilometraje se detiene. Inquilinos nos ofrendan empanadas; a la siguiente, vasos de pipeño; a la otra, prietas; más allá, vino tinto y blanco; después, chunchules y sigue y sigue y sigue…
El remate, en la casa patronal. ¡Por cierto! Con esquinazos de cuecas cantadas por los Hermanos Campos, que son vecinos. Enrique y Meche bailando estupendamente y los merecidos cachos de chica baya curadora y variados ¡Salud!.
¡Pudo existir un animador de TV más auténticamente chileno!
Querido amigo: en la parada de arriba, más rato nos vemos…
Enrique Maluenda