La Italia del segundo “dopoguerra” con una lectura en clave acerca de la actual situación política. ¡Excelente!…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Círculo de Críticos de Arte de Chile
Hay películas que llegan precedidas de muchos premios y galardones, tanto para sus directores como para sus intérpretes o realizadores, en general. Pero esto no quiere decir que sean del gusto de todo tipo de público. Tampoco el éxito de público hace de una “película de culto” una obra maestra.
Distinto es un “caso” cinematográfico del que todos hablan en el país de origen y que después trasciende hacia el mundo entero.
Es lo que ocurrió con El Gatopardo (Il Gattopardo, de Luchino Visconti, 1963), basado en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, o de El nombre de la rosa (Il nome della rosa, de Jean-Jacques Annaud, 1986), “palimpsesto” del libro de Umberto Eco.
Pero hay también “casos” acotados como Donde el corazón te lleve (Va’ dove ti porta il cuore, de Cristina Comencini, 1996), según la obra homónima de Susanna Tamaro.
Y éste podría ser el caso de C’è ancora domani, cuyo título en castellano debería ser Hay todavía un mañana.
A Paola Cortellesi, nacida en Roma el 24 de noviembre de 1973, se le conoce como comunicadora radiofónica, doblajista, actriz cinematográfica (más de 40 películas), y guionista. Ahora debuta como directora y me parece que cumple con sus objetivos de manera espléndida.
Para analizar este film, tendría que escribir un ensayo debidamente anotado. Pero, en espera de que alguna vez pueda hacerlo, quiero entregar algunos elementos que me parecen dignos de tomar en cuenta.
En primer lugar, la puesta en escena es impecable. Los eventos se desarrollan en Roma el año 1946, la guerra ha terminado y el ejército norteamericano ocupa la ciudad. El blanco y negro (que se han atrevido a usarlo realizadores de la talla de Ingmar Bergman y Woody Allen), llevan a pensar en una película rodada en esa época: incluso, en un momento, se utiliza el formato 4:3. Estamos en el tiempo en que se estrenaron Roma ciudad abierta (Roma città aperta, de Roberto Rossellini), y Lustrabotas (Sciuscià, de Vittorio De Sica).
En un momento, con la presencia de un “attacchino” que pega carteles, se rinde un homenaje a otro clásico de este último: Ladrones de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948).
En segundo lugar, los personajes están caracterizados a la perfección. Delia vive en un hogar de ambiente tóxico: no es una dueña de casa, sino una sirvienta (lo que queda demostrado en la secuencia del almuerzo a los futuros consuegros), maltratada por un marido despreciable, que es aconsejado por un suegro cavernario. Éste no sólo insiste en que debió casarse con una prima, como todos los de la familia, sino que no debe golpearla todos los días porque se acostumbra: es mejor una fuerte paliza de vez en cuando. La hija (que espera casarse para salir de ahí), y los dos hijos pequeños (perfectos predelincuentes), saben que deben abandonar la pieza cuando el padre va a golpear a la madre.
En tercer lugar, el relato —que se desenvuelve en un barrio de clase media baja—, tiene toda una galería de personajes que no resultan caricaturescos para nada. La Cortellesi describe el ambiente socioeconómico a través de ellos, sin recargar la mano: son espontáneamente amargados, intrigantes o solidarios.
Pero la película no sería más que un cuadro de costumbres si no tuviese un momento clave: a ella, sí, a ella que no vale nada, le llega una carta que se transforma en un MacGuffin al estilo de Hitchcock. Nadie debe enterarse de ese contenido hasta el final y las espectadoras y espectadores pueden imaginar lo que quieran, esperando con toda seguridad que sea algo que favorezca su “liberación”.
Todo lo que he escrito hace pensar en una obra al estilo neorrealista, como las que ya he citado, o en un guión de Cesare Zavattini o Suso Cecchi d’Amico.
Pero la directora agrega otros elementos, como la música: el clásico Aprite le finestre, de Fiorella Bini, está fuera de tiempo (porque es de 1956), pero ilustra perfectamente la sordidez del lugar cuando es el momento de levantarse, lo que trae al recuerdo el inicio de Un día muy particular (Una giornata particolare, de Ettore Scola, 1977).
Lucio Dalla tampoco desentona, mientras que la golpiza toma la forma de una danza. Y es que el fascismo fue derrotado, pero no su ideología, que se mantiene en la masa como una necesidad para mantener la hegemonía a través de la violencia. No es sólo un sistema de gobierno, sino de una “forma mentis” que lleva a respetar una hegemonía que es mucho más que el simple machismo.
Marcellina, la hija, representa la esperanza, pero ha escogido el camino equivocado. Cree que el matrimonio la salvará del infierno en que vive, pero Delia se da cuenta por una conversación entre los dos jóvenes que nada va a cambiar. Además, el padre y el abuelo están listos como buitres para apropiarse de la propiedad de los padres del novio.
La jovencita cree en el amor, pero en una sociedad así el amor no existe si no se ama a sí mismo. Un flashback muestra como Delia también creyó en el amor, pero se estrelló con la cruda realidad. Y por primera vez se atreverá a rebelarse golpeando en lo que más duele: los bienes materiales que, por ser la base de todo, la falta de ellos provoca el derrumbe de todo.
Me detengo aquí, agregando que la norma lingüística es perfecta. A pesar de que el romanesco resulta muchas veces intraducible, los subtítulos resultan particularmente eficaces aunque no alcanzan a traducir todas las groserías intercaladas. Además, para los que ya vieron la película, tengo que recordar la bomba que colocaron los servicios secretos norteamericanos en la Banca Nazionale dell’Agricoltura en la Piazza Fontana, de Milano, el 12 de diciembre de 1969.
Asimismo, creo que se esconde un mensaje político, puesto que en este momento en Italia hay una primer ministro neofascista, que (a pesar de ser madre soltera), defiende “a Dios, la patria y la familia”, oponiéndose al aborto, la eutanasia y el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Ha sido definida como “feminacionalista”, esto es, que esconde su racismo y su xenofobia detrás de los principios del feminismo.
Para terminar, cito a la periodista Anna Garofalo, que era sufragista y tenía 43 años en 1956: “Las cédulas que nos llegaban a la casa y nos invitaban a cumplir con nuestro deber, tienen una autoridad silenciosa y perentoria. Las damos vuelta entre las manos y nos parecen más preciosas que la tarjeta del pan. Estrechamos las cédulas como mensajes de amor”.
El cura de la película, en cambio, advierte: “¡Dios los mira!”.
En las últimas elecciones italianas la abstención femenina fue del 41%. Attenti al lupo!
(C’è ancora un domani. Italia, 2023)
TRÁILER DEL FILM:
“SIEMPRE HABRÁ UN MAÑANA”
PRODUCCIÓN:
CDI Films
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