“LA SUSTANCIA” — JOBLAR COMENTA ESTRENOS DE CINE

Una Demi Moore sesentona se desdobla en una Margaret Qualley de 29 años y los resultados son terroríficos, pero también preocupantes por las consecuencias nefastas que una acción de ese tipo puede conllevar. Variada intertextualidad literaria para una buena película que combina el body horror con la denuncia mediática…

 

Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)

Círculo de Críticos de Arte de Chile 

La diva del fitness televisivo, Elizabeth Sparkle (Demi Moore), tiene a su haber un Oscar y una estrella en el Paseo de la Fama, de Hollywood. Pero ya ha cumplido los 50 años (en la vida real, la actriz tiene 61), y han decidido despedirla.

En un almuerzo, Harvey [¿Weinstein?], el productor (un Dennis Quaid sobreactuado y deformado por el gran angular), le anuncia que no puede seguir mientras esgrime en mano un camarón que obviamente constituye un símbolo de la disfunción eréctil.

De allí para adelante, la película se pone en movimiento y no se detiene por dos horas, que se hacen cada vez más tensas hasta el paroxismo final.

Ustedes que me leen juzgarán por sí mismos: lo que me interesa es tratar de disectar un producto que atrae y golpea todos los sentidos con constantes referencias literarias y cinematográficas. Muchas veces las citas excesivas cansan o distraen, pero —en este caso—, son verdaderos cameos que entusiasman y atrapan.

Empiezo por los corredores interminables, que son los de Kubrick en El resplandor (Shining, 1980), o de El gabinete del Dr. Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, de Robert Wiene, 1920; y The Cabinet of Caligari, de Roger Kay, 1962).

Sigo con las transformaciones asquerosas de La mosca (The Fly, de David Cronenberg, 1968), o grotescas de La muerte le sienta bien (Death Becomes Her, de Robert Zemeckis, 1992). ¿Y cómo olvidar los videos de ejercicios de Jane Fonda en los años ‘80 cuando la bella activista iba para el medio siglo?

Y, antes de proseguir, recuerdo de inmediato cómo Elizabeth va a entrar en ese mundo de corredores y de piezas ocultas que van a cambiar su existencia para siempre.

Debido al descontrol que le produce su despido inesperado, Elizabeth sufre un pequeño accidente automovilístico por cuyas consecuencias debe llegar a una clínica.

Sin tener heridas comprometedoras, es dada de alta, pero un bello enfermero (Robin Greer), después de examinarle la columna, le entrega un número de teléfono por si quiere someterse a un tratamiento para mantenerse siempre joven. ¿Cómo supo que lo necesitaba? Tal vez simple intuición.

Volverá a encontrarse con él mucho más tarde, cuando el proceso se está saliendo de madre.

La oferta mediática es de última generación y corresponde al actual “¡Llame ya!”. Pero, en realidad, es el mismo mecanismo con que Charles Atlas ofrecía por correspondencia transformar a un alfeñique en el hombre mejor desarrollado del mundo.

Sólo que ahora, los elementos con sus respectivas instrucciones, se retiran en una gaveta ubicada en un lugar apartado con acceso permitido gracias a llaves especiales.

Después del cesáreo nacimiento de Sue (Margaret Qualley), se desarrolla la historia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que ya escribió Robert Louis Stevenson en 1886 y que ha sido llevada al cine en varias ocasiones, pero cuya mejor adaptación sigue siendo El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde, del georgiano Robert Mamoulian, 1931), por la que Fredric March ganó el Premio Oscar.

Como dato anecdótico, en la más reciente variante del tema, intitulada Mr. Brooks (de Bruce A. Evans, 2007), es precisamente Demi Moore (con sus 44 años sobre cuestas), la encargada de investigar al serial killer.

Sin embargo, el tema es mucho más antiguo y se remonta al gran Edgar Allan Poe, que publicó en 1839 su William Wilson, que planteaba el tema del doppelgänger y que ya tuvo una adaptación en un clásico del cine mudo, El estudiante de Praga (Der Student von Prag, de Stellan Rye, 1913), y además otras versiones hasta su aparición, con su título original en la película Historias extraordinarias (Histoires extraordinaires, episodio de Louis Malle, 1968).

Definitivamente, La sustancia sigue más la línea de Poe que la de Stevenson.

Pero gran parte del público podrá pensar en el Fausto, de Christopher Marlowe (y Johann Wolfgang von Goethe), porque aceptar ese tratamiento, equivale a un pacto maligno.

Y —sobre todo—, estará en su mente El retrato de Dorian Gray, publicado por Oscar Wilde en 1890 como cuento y al año siguiente como novela. En efecto, el tema del narcisismo que hace de la belleza física un ideal separado de la moral, es evidente.

Sin embargo, aquí no se produce una autoconciencia que lleva a la destrucción. La directora francesa, Coralie Fargeat, trabaja el tema desde la perspectiva del egocentrismo, que resulta tan exacerbado al punto de ser capaz de oponer la antítesis a la tesis para obtener una síntesis espeluznante, llegando incluso al body horror.

La sustancia permite que Elizabeth y Sue alternen su existencia semana por medio. La advertencia protocolar es precisa: “Recuerda que eres UNA”. Sin embargo, la promesa de ser siempre “mejor, más bella y más perfecta”, resulta un aliciente para mantenerse en un rol preconfeccionado por una mirada masculina que exige que la mujer sea siempre joven (pero envejece), que siempre sonría (se le caen los dientes), que tenga un cuerpo tallado según medidas estándar (se arruga y encorva).

No se trata sólo de conservar el trabajo, sino de mantener un pequeño espacio de poder que deriva de un mundo manejado por los hombres. Y éstos, por su parte, transformados en una cáfila de viejos verdes, se comportan como los idiotas peligrosos que aparecen en Barbie (de Greta Gerwig, 2023).

Pero en ello hay responsabilidad del connubio Elizabeth / Sue, porque —en vez de conciliar, por ejemplo, espontaneidad con experiencia—, entran en conflicto irrenunciable y se transforma en un espejo reflectante para uso y consumo de los varones que imponen ciertos cánones de belleza.

Podría resultar paradójico que sea Demi Moore la protagonista, ya que ha estado toda su vida obsesionada con su cuerpo y se ha sometido a varias intervenciones de cirugía plástica, sobre todo en sus pechos para la película Striptease (de Andrew Bergman, 1996).

Por otro lado, su foto con siete meses de embarazo en la portada de una revista tuvo un claro objetivo exhibicionista y sus interpretaciones en Una propuesta indecente (Indecent Proposal, de Adrian Lyne, 1993), y Acoso sexual (Disclosure, de Barry Levinson, 1994), la convirtieron en un objeto sexual.

En cambio, Margaret Qualley, en su calidad de hija de Andie MacDowell, es una estilizada joven de 1,75 m, 56 k y medidas 84-61-86.

Pero adecuados enfoques fotográficos, planos cercanos y oportunos senos postizos, pueden hacer maravillas. Conste que lo digo para dejar en claro como Coralie Fargeat está empecinada en —para bien o para mal—, “engañar a los incautos”. Los desnudos integrales compartidos por ambas actrices son explícitamente engañosos.

Hace años comenté una película de Jorge Porcell que, en la forma y en el fondo, era un sketch revisteril extendido y me permití escribir: “Nunca tantos glúteos fueron dados por tan poco”. Y ahora me cito, porque en este caso me parece una observación válida, sobre todo en las secuencias televisivas. Soy un admirador de la esteotipigia femenina, pero en este caso me parece decepcionante. Al menos, la realizadora obtiene conmigo su propósito teleológico: resulta decepcionante que las nalgas se transformen en un objeto y bien de consumo.

¡Una buena película! Como para organizar un foro en el que estaría más que dispuesto en participar.

(The Substance. Gran Bretaña / USA, 2024). 

TRÁILER DEL FILM;
“La sustancia”
 

Distribuye BF 

 

 

 

 

 

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