“EL TIEMPO QUE TENEMOS” — JOBLAR COMENTA ESTRENOS DE CINE

¡La fábula de Love Story  todavía funciona! Pero el relato es absolutamente novedoso y cautivador. Con un montaje heterodoxo y excelentes interpretaciones, se disfruta con agrado y ternura…

 

Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)

Círculo de Críticos de Arte de Chile 

Corría el año 1970 cuando la novela Love Story, de Erich Segal, fue llevada al cine dirigida por Arthur Hiller e interpretada por Ryan O‘Neal y Ali McGraw. La música de Francis Lai se escuchó en radios, jukeboxs y casas particulares. Cajas de chocolates tenían la fotografía de los protagonistas y traían de regalo el libro o el disco. La película se hizo famosa y después clásica la frase: “love means never having to say you’re sorry” (“Amar significa no tener que decir nunca perdón”). Una maravilla de merchandising y de manipulación sentimental.

El tema de los condenados a morir jóvenes se sigue proponiendo y con resultados decorosos como Bajo una misma estrella (The Fault in Our Stars, de Josh Boone, 2014). Sin embargo, El tiempo que tenemos es mucho más: ¡no es un drama lacrimoso, sino un himno a la vida! Y el relato no se desarrolla como un racconto, que parte de una tragedia consumada, sino del simpático episodio de preparar un desayuno.

Almut Brühl (una extraordinaria Florence Pugh, dotada de una histriónica expresión corporal), sale de la casa en la madrugada y retira los huevos de las gallinas con un afectuoso agradecimiento. Luego viene el proceso de preparación con un marido que se renuente a despertar. Él se llama Tobias Durand (Andrew Garfield), y trabaja como promotor de la fábrica de cereales Weetabix.

Casi de inmediato éste aparece tratando de firmar un acuerdo de divorcio, mientras que el destino hace su trabajo: ningún bolígrafo funciona y al único lápiz se le quiebra la mina. Tiene que salir a comprar uno y lo atropella un auto. Despierta en un hospital y lo acompaña la que l@s espectador@s saben que es su esposa. Pero lo que no saben es que se trata de un flashback, porque recién se conocen.

Ésa es otra magia de la película, que obliga a un compromiso de percepción para ordenarla cronológicamente. Poco a poco, el público se entera del decurso de los acontecimientos, que no se entregan para ir sufriendo en diacronía, sino que se presentan en un desorden agradable y comprensible.

Almut es proactiva: cuando invita a Tobias a su casa le pregunta si trajo preservativos y, como éste le dice que no, sentencia: “¡Qué falta de confianza en ti mismo!”. Y extrae una caja de profilácticos del velador. De su vida se va sabiendo poco a poco, pero no de manera discursiva sino por algunas referencias aparentemente al pasar, como el tabernáculo de Salt Lake City o una filmación de patinaje sobre hielo.

Es una historia de amor tierna y aleccionadora. Nada de acrobacias sexuales y, sobre todo, mucho amor que se expresa no tanto en la separación ineluctable, sino en el aprovechar la vida al máximo.

L@s que vean la película, comprenderán la frase “prefiero que mi hija me recuerde como una chef consumada que simplemente como alguien a quien vio enfermar y morir”.

Y difícilmente olvidarán la secuencia en la gasolinera, de la que no digo más.

No creo que esté destinada a ser un clásico del cine, pero sí será recordada como una de esas películas que enseñan y que vale la pena ver una vez en la vida. 

TRÁILER DEL FILM:
“El tiempo que tenemos”

 We Live in Time
Gran Bretaña
Francia
Año: 2024

 

 

 

 

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