
Megapelícula de Francis Ford Coppola, que tal vez va a constituir su testamento cinematográfico. Como ya ha ocurrido en otras ocasiones, se confirma que la verdad es hija del tiempo y que será revalorizada como corresponde…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Círculo de Críticos de Arte de Chile

Esperé con ansias ver esta película desde que se estrenó en el Festival de Cannes en mayo de 2024. Las críticas estaban divididas, pero tenían un punto en común: esa superproducción, que había costado 120 millones de dólares, no era comercial. Y ése es el problema: la cadena producción-distribución-exhibición tiene que ganar dinero. O sea: tiene que tener un valor monetario, no un valor artístico.
Recuerdo cuando se estrenó Ocho y medio, de Federico Fellini, el año 1963. Muchos hablaron de “tomadura de pelo” y, como fue calificada “para mayores de 18 años”, no pude verla hasta un tiempo después. Además, había sido opacada por el escándalo de La dolce vita (1961), que resultaba escandalosa más por el presunto cuerpo desnudo de Anita Ekberg que por su amarga temática.
Era un tiempo en que —como planteó el gran dibujante Luis Cerna—, ya no se preguntaba “¿te gustó la película?”, sino, “¿la entendiste?”. Y el interlocutor replicaba: “¡Ah! ¿Había que entenderla?”.
Un hincha del Agente 007 en una película de Ingmar Bergman buscaba más el momento en que aparecían unos senos o un par de nalgas que el drama existencial de todas sus obras maestras.
Admiro a Francis Ford Coppola no tanto por la saga de El Padrino, cuya temática no me agrada en absoluto, sino por Apocalypse Now (1979, 147 min.; 2001, versión Redux, 202 min.), y por joyitas como La conversación (The Conversation, 1974), o Jardines de piedra (Gardens of Stone, 1987). Para esas películas contó con un reparto de lujo, como Martin Sheen, Robert Duvall, Gene Hackman, James Caan y con el gancho de un “divo” discutible como Marlon Brando.
En Megalópolis, el cast cumple con su función porque no está integrado por figuras destacadas. Al contrario: vejestorios como Jon Voight y Dustin Hoffman representan la decadencia total y este último equivale al Shylock de El mercader de Venezia, por su aspecto de ave de rapiña.
Y no es casual, porque las referencias a Shakespeare son recurrentes: el monólogo de Hamlet, el enamoramiento al estilo de Romeo y Julieta, además de las referencias a la antigua Roma.
Porque la Nueva York donde transcurren los hechos corresponde a la antigua Roma republicana destinada a transformarse en Imperio para después decaer.
El protagonista es César Catilina (el nombre alude al conspirador que trató de tomar el poder en el 63 a.C.), un arquitecto que ha inventado el Megalón, un material de construcción absolutamente revolucionario, y que tiene la capacidad de detener el tiempo (lo que permite “esculpir el tiempo”, como propone Tarkovski).
Sirviéndose de estos “carismas”, se propone —al estilo marxista—, destruir todo para reedificarlo con otros criterios.
Su opositor es Franklin Cicero (cognomen de Marco Tulio Cicerón, que desenmascaró la conjuración de Catilina), que tiene rasgos afro y es un paladín del conservadurismo. O sea, es un republicano que se opone a todo lo que implique un cambio: una alegoría del establishment. Su actitud consigue que el aparente superpoder de Catilina aparezca más como una “diminutio” que una virtud. Además, hay otros personajes que son identificables con personas verdaderamente existidas en la historia de Estados Unidos.
Coppola se demoró cuarenta años en redactar el guión definitivo y por eso permite acoger tantos “tipos” políticos correctos e incorrectos.
La trama es enrevesada como es la crónica televisiva y radiofónica actual. Por eso, en vez de tratar de “explicarla” me basta hacer notar el paralelo que se establece entre la Roma antigua y la Nueva York distópica. Están presentes la carrera de bigas, la lucha libre, la vestal, la trepadora social, la ciudad está gobernada por una élite de familias patricias que disfrutan de placeres prohibidos, mientras los ciudadanos comunes viven en la pobreza.
Pero hay también momentos que traen al recuerdo la saga de Los juegos del hambre (The Hunger Games, de Gary Ross y Francis Lawrence, 2012-2015), Metropolis (de Fritz Lang, 1927) y el discurso del barbero / Hinkel en El Gran Dictador (The Great Dictator, de Charles Chaplin, 1940).
A esto hay que agregar el complot contra Catilina, que es un alcohólico destrozado por el suicidio de su esposa, el intento del depravado Clodio (sobrino del riquísimo Hamilton Craso III), de frenar el proyecto de Megalópolis atacando el municipio, el interés por construir un casino que garantice entradas fiscales inmediatas.
Otro elemento decisivo es la caída de un satélite ruso, que destruye buena parte de la New Rome. Cesar emprende la construcción de Megalópolis financiándola con su fortuna familiar. Y allí no cabe duda que el protagonista es el propio Francis Ford Coppola, así como se vio representado en el creador de un nuevo tipo de automóvil en Tucker, un hombre y su sueño (Tucker: the Man and His Dream, 1988).
En este caso, el interrogativo que se pone es: ¿La sociedad en que vivimos es verdaderamente la única alternativa posible para nosotros?
Y el paso siguiente resulta obvio: si Estados Unidos de América cayera o terminase en manos de algún estúpido dictador, ¿cuáles repercusiones podría tener?
A este punto, me parece claro por qué el director de 83 años no pudo encontrar financiamiento para éste su testamento cinematográfico, por qué ha llegado tan tarde a Chile y por qué ha tenido tantos problemas de distribución. La misma empresa que tomó esa responsabilidad efectuó una privada muy restringida a la que no me invitaron. Menos mal que un exhibidor (Cinépolis, para ser exactos), me dio la posibilidad de verla.
Pareciera ser que la industria cinematográfica está feliz de estrenar un bodrio como Deadpool & Wolverine (de Shawn Levy, 2024), para poder decirle al público: “¡Señoras y señores! Son ustedes muy cretinas y cretinos al haber pagado una entrada para ver esta soberana idiotez de película. ¡Muchas gracias y esperamos que sigan financiando nuestros esfuerzos al respecto!”.
Ciudadano Kane (Citizen Kane, de Orson Welles, 1941), ha sido considerada por décadas la mejor película de todos los tiempos. Los intereses creados lograron boicotearla por mucho tiempo, pero al final —como dijo Abraham Lincoln—, se puede engañar a mucha gente por mucho tiempo, pero no a toda la gente todo el tiempo.
“¡Rosebud…!”.
TRÁILER DEL FILM:
“Megalópolis”
Megalopolis
USA
Año: 2024
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