“NO OTHER LAND” — JOBLAR COMENTA ESTRENOS DE CINE

La realidad de Cisjordania ocupada en un documental ganador del Premio Oscar. Debe ser visto en pantalla grande para que no parezca una ficción o mentira televisiva…

Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)

Círculo de Críticos de Arte de Chile 

Los términos “kino pravda” (ruso) y “cinéma vérité” (francés) se traducen como “cine verdad”, pero no son la misma cosa.

Dziga Verto, en la década de 1920, desarrolló su serie de 23 noticiarios de “verdad cinematográfica”, mostrando fragmentos de la realidad cotidiana que, vistos en conjunto, podían dar una verdad profunda que no podía ser vista de buenas a primeras. Así es cómo filmó mercados, bares y escuelas.

Cuarenta años más tarde, surgió en Francia por iniciativa de Jean Rouch y Edgard Morin,  ese estilo de “cine de la realidad”, que también buscaba capturarla con sus imperfecciones y que fue una reacción europea hacia el sistema de Hollywood.

El cine como espectáculo había nacido por iniciativa de los hermanos Auguste y Louis Lumière en la histórtica función del 28 de diciembre de 1895, en el Gran Café de París y —de alguna manera—, salía nuevamente a la palestra. Su éxito se debió también a la participación de miembros de la “Nouvelle Vague”, como Jean-Luc Godard.

En No Other Land (Ninguna otra tierra) se sigue la historia verdadera del territorio palestino de la Cisjordania ocupado por Israel desde 1967 y que —contraviniendo las disposiciones del derecho internacional que no aceptan que sea un “territorio en disputa—, las autoridades israelíes van expulsando a sus legítimos ocupantes derribando las casas y expulsándolos de las tierras que les pertenecen.

Los directores y guionistas Basel Adra, Yubal Abraham, Hamdan Ballal y Rachel Szor, se interpretan a sí mismos.

Basel lucha desde su infancia contra la expulsión masiva de su comunidad de Masafer Yatta que llevan a cabo soldados armados que amenazan a una población inerme. En realidad, se repite la historia de David y Goliat con los roles cambiados.

Lo vi también en la película Domicilio privado (Private, de Saverio Costanzo, 2004), cuando, a un tranquilo hogar palestino, entran soldados armados diciendo: “¡Esta casa pertenece ahora al ejército israelita!”.

Y también —con aire veterotestamentario —en la película Mis hijos (Dancing Arabs, de Eran Riklis, 2014)—, donde la dulce noviecita resulta ser una moderna Judith, destinada a cortar la cabeza de Holofernes, porque en realidad es futura componente del Mossad.

Al igual que Bretcht, puedo decir: “No me importa, porque no soy palestino”. Pero esas imágenes me recuerdan ciertos desalojos de tomas que aparecen en la televisión. La diferencia es que en esta película los ilegales no son los habitantes, sino los extranjeros que vienen a asentarse por la fuerza.

El elemento esperanzador es Yuval, un periodista israelita que no está de acuerdo con la actuación de su gobierno y filma la vomitiva situación acompañando a los expulsados de sus viviendas. Tiene la suerte de ser tratado de forma diferente por los agresores: como en una película western, él no es un invasor y es tratado como persona.

Vista en pantalla chica puede parecer una manipulación televisiva: se requiera la pantalla grande. 

TRÁILER DEL FILM:
“No Other Land” 

 No Other Land
Palestina
Noruega
Año: 2024

 

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