No lea este comentario si aún no ha visto esta extraordinaria película. Para mí es la mejor que se ha estrenado en este año 2021 y desde ya es un clásico de la cinematografía mundial…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Que una mujer de 46 años se ponga a llorar porque se le cae una taza al suelo y se quiebra, parece poco lógico. Pero si el espectador sabe cuál es la tragedia interior que está viviendo, lo entenderá completamente.
No es fácil aceptar que el tiempo pasa inexorablemente para todos y que un ser querido, en este caso el padre, sufre de alzheimer y que el deterioro de sus facultades mentales y cognitivas no tiene vuelta atrás.
Anthony Hopkins es un grandísimo actor, capaz de interpretar tanto a personajes ficticios (el inolvidable Hannibal Lecter, por ejemplo) como personajes históricos: Ricardo Corazón de León (1968), C.S. Lewis (1993), Richard Nixon (1995), Pablo Picasso (1996), John Quincy Adams (1997), George Washington (2003), Burt Munro (2005), Alfred Hitchcock (2012) y Josef Ratzinger (2019). Por ello, porque es convincente, tengo el temor que en esta película se interprete a sí mismo: no por nada el personaje se llama Anthony. Un “nomen omen”.
Debo ser necesariamente spoiler y también necesariamente didascálico.
Buena parte del público, al entrar en el relato filmado, puede perder su orientación en lo que se refiere a su condición de espectador y a lo que constituye toma subjetiva, es decir no lo que se ve “desde fuera”, sino lo que ve el protagonista.
Recomiendo observar las escenografías en las que los eventos se desarrollan, porque son evidentemente la “secuencia objetiva” en la que se mueve Anthony junto a personajes que cambian sus roles, pero son siempre los mismos.
En efecto, buena parte de lo que ocurre en la pantalla no es un relato objetivo de lo que está pasando, sino de lo que el padre se imagina o trastoca en su mente desequilibrada: un inquilino desconocido, la hija que no es tal, invitados que no ha invitado nadie. Todo se confunde, como probablemente ocurre en un enfermo de alzheimer y tiene mucho que ver con nuestros sueños y pesadillas cotidianos.
Así como Amour (de Michael Haneke, con Emmanuelle Riva y Jean Louis Trintignant, 2012) tenía reminiscencias de Bergman, este film de Florian Zeller se mueve en el tenebroso mundo de El gabinete del Doctor Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, de Robert Wiene, 1920), que tuvo un remake norteamericano de dudosa calidad: The Cabinet of Caligari (de Roger Kay, con Glynis Johns, 1962). En efecto, al final se constata que todo lo que se ha visto no es la verdad fidedigna, sino la verdad de un narrador demente que se expresa a través del recurso analepsis/prolepsis: ¿la hija rompió con el esposo, se va a vivir a Francia, fue a hacer compras para el almuerzo? ¿La acompañante fue despedida por ladrona o ella y la actual son enfermeras? ¿Ha vivido siempre donde está o lo están cambiando de lugar? El temor del protagonista, como de las espectadoras y espectadores, es que todo sea un complot en su contra: los objetos desaparecen, los acontecimientos se repiten, el tiempo pierde su calidad de parámetro válido (el reloj obsesivo, el desayuno que da paso inmediatamente a la puesta de sol, el recuerdo de otra hija que ya no está, la manipulación de la nueva cuidadora). Y esa vulnerabilidad se expresa en episodios como el de la moneda de diez centavos, que expresa con crueldad cómo lo evidente pierde consistencia y se transforma en todo lo contrario, como la seguridad en sí mismo puede irse a un barranco sin fondo de incertidumbres.
Frases como «¿tiene la intención de seguir arruinando la vida de su hija?», del presunto marido de Anne (Rufus Sewell) y la presencia de un extraño hombre (Mark Gattis) y una extraña mujer (Olivia Williams) aumentan la descompaginación mental de Anthony. ¿Dónde está, en realidad?
Además de Hopkins, también está excelente Olivia Colman (la reina Anne, de The Favourite / La favorita, de Yorgos Lanthimos, 2018), que es la hija Anne (¿otro “nomen omen”?). Su personaje tiene matices increíbles, que se manifiestan en secuencias como la de la taza: el amor amenazado por el estrés, la compasión y el fastidio por una enfermedad incurable, la solidaridad que puede llevar a la irritación (e incluso al homicidio).
De las muchas películas que se han hecho sobre el tema, recuerdo dos: Lejos de ella / Away from Her, de Sarah Polley, con Julie Christie, 2006; Siempre Alice / Still Alice, de Richard Glatzer y Wash Westmoreland con Julianne Moore, 2014).
Pero los hechos se veían desde afuera, como separados de la realidad de la platea. Aquí es imposible desmarcarse de esa terrible realidad, que puede ser no sólo la del ser querido, sino la nuestra propia. Y el verdadero terror, el verdadero miedo, es que no nos daremos cuenta.
(“The Father”. Gran Bretaña, 2020)
TRAILER DEL FILM:
“EL PADRE”
PRODUCCIÓN:
Tutuga Trailers
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