Esta película, producida por un equipo belga, muestra un Chile que también existe: duro, estéril y sin expectativas. Su alcance va mucho más allá del relato costumbrista y sabrá apreciarlo el espectador alerta…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
A veces puede resultar más fácil saber lo que piensa un niño autista de 9 años que lo que ambiciona una jovencita que ya pasó los 19.
Rodrigo Litorriaga lo deja en claro con este debut cinematográfico, en el que mezcla influencias de todo tipo, que me atrevo a tratar de identificar.
Comienza con una alegoría: un mar rojo, que se transforma en azul y vuelve a ser rojo. ¿Qué ocurre en realidad? Francisca lo está mirando con lentes de color rojo, lo que nos recuerda una antigua máxima cognitiva: todo depende del cristal con que se mira. Y su realidad es estéril y sin verde vegetación, como el paisaje que la entorna desde que nació.
Ella (Javiera Gallardo) vive un presente que no tiene futuro alguno, como tampoco el de su amiga Yessica (Carolina Alvarado) con la que se reúne para intentar el mínimo de diversión que permite una ciudad relativamente pequeña, como Tocopilla, con un puerto repleto de barcos y botes eternamente detenidos cerca de la costa.
Los cinéfilos ya conocen Tocopilla, ubicada en la Región de Tarapacá, porque es la tierra natal de Alejandro Jodorowsky y la describió en La danza de la realidad (2013). Aquí es presentada con fotografía aérea y bellísimas tomas nocturnas, que dan una idea de su extensión y de su existencia monótona.
Francisca (que me recuerda a la protagonista de B-Happy, de Gonzalo Justiniano, 2003) no tiene expectativas. Vive en una casa modesta, donde funciona una bomba de bencina gestionada por su padre (Roberto Flores), un bebedor excesivo sin ambiciones. Completan el cuadro familiar su madre (Varinia Canto Vila), una costurera, y Diego, su hermano autista (Aatos Flores), del que ha pasado a ser apoyo y segunda madre. Él, que no habla, se da cuenta del drama que está provocando, del peso que es para su hermana y su mirada expresa su drama interior, como asimismo en sus dibujos (hay un momento en que toman particular importancia). Son las “vidas mínimas” de José Santos González Vera, pero sin sesgo costumbrista y sí incomunicadas por modernos celulares en manos de gente precaria y sin aspiraciones.
El poco alcance del mundo de la adolescente se refleja en los recortes que pega en la muralla y en su anhelo por llegar a una gran ciudad. En este caso es Iquique, que se encuentra a 365 kilómetros al norte.
Pero su amiga Yessica (que sostiene que “a los tipos les dai la pasá y no vuelven más”), consigue mucho más: una tía le pide ir a trabajar a Santiago (a 1.632 kilómetros) y parte prometiéndole conseguir también algo para ella.
Con tintes neorrealistas (que me recuerdan a Pier Paolo Pasolini y la actriz Varinia Canto a Anna Magnani), pero también con mucho de road movie (la secuencia en moto, por ejemplo), se sirve de actores no-profesionales (con excepción de Francisco Ossa, que interpreta al profesor que trata de ayudar a Diego). Y, además, el clima cotidiano que crean los telenoticiarios y el cine estadounidense lleva a hacer temer y sospechar de todos. Lo digo porque, con razón o sin ella, se puede ver pedófilos y violadores por todos lados.
No entro en el mérito del análisis sociopolítico (este es un Chile que también existe) y prefiero quedarme en el plano semiótico y estético. Tampoco he querido informarme acerca de las decisiones estilísticas del director-guionista. Es por ello que quiero señalar una secuencia que me ha llamado la atención, porque constituye —para mí— un momento clave de la película.
Es aquél en que Francisca cambia bencina por un aventón a Iquique. Aparentemente nunca llega, pero —en un pretendido error de continuidad—, ella aparece vestida de tres formas diferentes (e incluso se baña en el mar con sostén y calzones). Un error así es imperdonable, pero ¿son también un error los cambios que suele hacer David Lynch, por ejemplo, en Twin Peaks, o en su Carretera perdida (Lost Highway, 1997)? Yo creo que por ahí va la lectura.
La radio entrega algunas informaciones que ayudan a ubicarse en el tiempo: se cumplen 11 años del terremoto de 7.7 grados acaecido el 14 de noviembre de 2007; un coronel en retiro, condenado por torturas después del golpe de Estado, se suicida.
Pero, así como un suicidio puede ser un gesto de cobardía, también puede ser un gesto altruista de valentía. No agrego más, porque la película… ¡hay que verla!
(“La Francisca, una juventud chilena” / Une jeunesse chilienne. Francia / Bélgica / Chile, 2021)
TRÁILER DEL FILM:
“La Francisca, una juventud chilena”
PRODUCCIÓN:
Bússola Films