Se cierra un ciclo y, según parece, de manera definitiva. James Bond no es más que un nombre; 007 no es más que un número. El personaje, en cambio, pasa a los archivos y al baúl de los recuerdos…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Conocí a James (Jaime) Bond en una historieta de la revista “Okey”, el año 1959, y mucho tiempo después supe —por los estudios de Jorge Rojas Flores (ver Google)—, que las dibujaba John McLusky, según guiones de varios argumentistas. De tanto material gráfico y extranjero que tenía esa revista, esos dibujos destacaban por el toque de erotismo que aportaban las coprotagonistas: éstas se exhibían en sucintos bikinis o ropa interior mientras acompañaban al héroe en sus aventuras de espionaje en época de Guerra Fría. Hasta ese momento, los de mi generación, a lo más habíamos visto a Pantera Rubia y las piernas de Dalia, la novia de Flash Gordon.
Es por ello que, mientras la mayoría de los espectadores chilenos fueron a ver una película de aventuras (El satánico Dr. No), yo me dirigí al Cine Windsor a conocer al agente secreto en carne y hueso. Además, algunos adultos me habían pasado el dato que aparecía una rubia estupenda. ¡Sí! ¡Ella misma!¡Úrsula Andress, cuyo marido, John Derek, habría de tomarle fotos desnuda y que después vendería a la revista “Playboy”!
Cuando llegó De Rusia con amor, fue publicitada como “El regreso del Agente 007” y —de ahí para adelante— la serie no habría de detenerse hasta, precisamente, el día de hoy.
Los dados estaban echados y también las claves de lectura: argumentos confusos, muchas localidades turísticas, persecuciones en automóviles indestructibles, instrumentos cada vez más ingeniosos, pero —sobre todo— mujeres bonitas (las “chicas Bond”) y los supervillanos amparados también en una multinacional de la maldad: Spectre.
El personaje fue creado por Ian Fleming, un ex agente, que alcanzó a escribir 12 novelas de James Bond (la primera de las cuales apareció en 1953), y quien falleció en 1964. Esto no ha sido inconveniente para que se hayan filmado 27 películas, de las cuales 25 pueden considerarse “oficiales” y el espía “con licencia para matar” ha tenido ocho intérpretes, siendo “oficiales” seis de ellos.
Y es aquí donde quiero, precisamente, dar mi opinión.
De los seis actores que han sido James Bond, creo que sólo dos coherentes con su verdadera personalidad: Sean Connery y Pierce Brosnan.
Y paso de inmediato a eliminar a los otros cuatro. George Lazenby, un gigantón australiano inexpresivo, que más encima se casó con la archiconocida e inalcanzable “Sra. Peel” (Diana Rigg), de la serie televisiva “Los Vengadores”, quedando viudo de inmediato.
Roger Moore parafraseó su personaje televisivo de “El Santo”, transformando a un ladrón internacional en un presunto espía.
Timothy Dalton fue el transplante de un actor shakespeareano a un personaje que de shakespeareano no tenía nada.
Daniel Craig, un actor mediocre; sólo pectorales y ojos azules acerados, llevó —seguramente por instrucciones de los productores— el personaje a la aniquilación. Y explico el por qué.
Con Connery, James Bond era un “killer” que mataba sin piedad, un seductor misógino que utilizaba a las mujeres bonitas para obtener resultados, o para su uso personal. Además, tenía un especial sentido del humor, que se transparentaba en sus acciones de superhombre: después de un combate bajo el agua se quitaba el traje de hombre rana y quedaba engalanado para una fiesta; era capaz de ponerse un paracaídas mientras iba en caída libre desde un avión. Tuvo que volver para Los diamantes son eternos (Diamonds are forever, 1971) después del fracaso de Al servicio secreto de su majestad (On Her Majesty’s Secret Service, 1969), y mucho más tarde, para Nunca digas nunca jamás (Never Say Never Again, 1983). A ese punto “ya no tenía la edad”, pero yo creo que fue el mejor, porque respetaba su imagen de personaje de historietas, sin arrugarse y —al parecer—, sin tomarse en serio. Y era el “jovencito que nunca muere”.
No por nada surgieron imitadores, que trataron de seguir sus pasos. Dejando de lado bodrios de origen español e italiano, recuerdo dos productos comerciales estadounidenses: El Agente Flint (James Coburn) y Matt Helm (Dean Martin). En ambos casos, eran maquetas cómicas del personaje consagrado por Connery.
Pierce Brosnan le dio una linfa nueva. Más humano y seductor sólo cuando fuese necesario, no se sobreactuó y dejó en claro que los argumentos ya no estaban basados en Ian Fleming. En realidad, produjo un 007 que era más un protagonista de aventuras que un cínico asesino hedonista. ¡Y creo que funcionaba!
Bond —como el recordado Flash Gordon, El Llanero Solitario u otros personajes de historietas—, no podía envejecer y, por eso, era necesario cambiar al actor cada cierto tiempo. Los supervillanos eran interpretados por actores que consolidaron su fama por ser antagonistas y solían morir al final de cada película. Pero también estaban las “chicas Bond”, generalmente una “mala” y una “buena”. Esta última, tal vez no moría, pero envejecía y no podía volver a aparecer. Para mayor constatación, véase una foto reciente de Ursula Andress (¡!). Pero, en todo caso, pasaban a ser “playmates”, luciendo sus cuerpos sin velos en revistas especializadas.
Otros personajes fijos fueron cambiando intérpretes, pero conservaron sus nombres y funciones: Felix Leiter (de la CIA), Miss Monepenny (secretaria de “M”), Bill Tanner (jefe de personal del M16), “Q” (el experto en armamentos, accesorios y ahora en informática, que quiso ser reemplazado por un “R” caricaturesco, que no resultó). El mismo “M” (Bernard Lee) fue substituido por una mujer (Judi Dench), lo que ha dado origen a una interpretación freudiana de madre tutelar, que se apoyaba en la figura de la “gran jefa” Margaret Thatcher.
Craig personificó a un tipo completamente nuevo y no creo que sea una casualidad que haya comenzado con Casino Royale. De esa novela originalmente la productora no tenía los derechos y sirvió para una parodia de dudoso gusto. Filmada en 1967, tuvo cinco directores y presentaba a un Bond jubilado (David Niven), a seis presuntos Bond (entre los cuales estaba Peter Sellers) y el villano era ¡Woody Allen! Y —al estilo de La vuelta al mundo en 80 días, de Michael Todd (Around the World in Eighty Days, 1956)—, contaba con una gran cantidad de “cameos”.
Por lo tanto, no sólo se quiso redimir la “seriedad” del libro, sino también iniciar una serie de films unidos por un “continuará” que se obtenía con personajes que reaparecían o se recordaban: Ernst Stavro Blofeld, Vesper Lynd, René Mathis. Además, se suponía que Bond ahora tenía sentimientos: sangraba, transpiraba, sufría; era capaz de enamorarse, casarse, pensionarse e —incluso— morir. De hecho, el episodio de la hermosísima Matera, en el Sur de Italia, se produce por visitar una tumba que, en realidad, no tendría por qué estar ahí: pero, como siempre, los verdaderos protagonistas son las balas y el automóvil.
En Sin tiempo para morir, una de las chicas Bond es la nueva 007. No soy spoiler, puesto que esto ha sido publicitado convenientemente. El cambio no puede ser más rupturista: se trata de Lashana Resha Lynch, una mujer de 33 años, afro, de origen jamaiquino. ¡Más claro, échenle agua! ¡El agente 007 ha muerto! ¡Viva el nuevo agente 007! Tal como se recuerda en la película, “007” no es más que un número. El ciclo de aventuras debería continuar: es el ocaso de un personaje que deja de aparecer, pero sigue vigente en el baúl de los recuerdos.
(“No time to die”. USA / Gran Bretaña, 2021)
TRAILER DEL FILM:
“No time to die 007”
PRODUCCIÓN:
Trailers In Spanish