Historia de las tenistas Venus y Serena Williams, vista desde el ángulo del padre que hizo posible sus carreras. Instructiva con reparos…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Hace muchos años fui con mi mamá al Cine Central, de Concepción, a ver en función de matinal, una película llamada Ídolo de ébano. Era la historia de un beisbolista negro (que, por el título original, ahora sé que se llamaba Jackie Robinson), y la dirigió Alfred E. Green el año 1950.
Mi madre me explicó que el ébano era una madera dura de color negro y —por si acaso—, no hice ninguna relación con el bate, entendiendo bien poco de la cinta, porque no conocía el reglamento de ese juego.
Hago este recuerdo, porque —hace ya también varios años—, Julio Martínez dijo que las hermanas Williams parecían “dos esculturas de ébano”. Se refería a las dos tenistas campeonas mundiales, que yo poco y nada conocía, porque poco y nada me interesa ese deporte que me aparece teñido de la más transparente pátina comercial que se pueda imaginar.
Y es precisamente lo que quiso Richard Williams al planificar de manera dictatorial los intereses deportivos de sus hijas Venus y Serena: el tenis podía sacarlas del barrio “vulnerable” en que vivían, pero se necesitaba de un compromiso férreo e inclaudicable.
Me acuerdo que una vez entrevisté al humorista penquista Hermógenes Conache y me sentenció que había decidido dedicarse a contar chistes en público, porque —en una sola noche—, había ganado lo que su padre obtenía como sueldo en un mes.
Lo mismo decidió Richard cuando supo que una jovencita había ganado 40 mil dólares en un encuentro, mientras que él recibía 52 mil en un año.
La película deja en claro que el camino para la delincuencia era muy fácil de emprender en el ambiente en que vivían: él mismo estuvo a punto de transformarse en asesino en una de las secuencias más dramáticas que le toca ver al espectador. Una vecina lo denuncia porque las cinco hijas (dos propias y tres de su esposa) están encerradas en la casa y las obliga a trabajar. A la funcionaria blanca y el policía blanco que llegan “a tomar medidas” al respecto, se las canta claras: ¡no permitirá que las niñitas salgan a la calle para que se pierdan!
El “King Richard”, hombre maltratado y sufrido, tiene las ideas claras y conseguirá lo que quiere, sobre todo sin caer en los garlitos de los que pretenden sacar ventajas de la brillante capacidad de sus hijas. Los triunfos finales los conocen los que ven las noticias deportivas en televisión.
Me resta sólo efectuar algunos reparos a la presentación cinematográfica.
Will Smith es no sólo el “deus ex machina” y el productor de toda la historia, sino que —a pesar de la barba y el corte de pelo—, no puede deshacerse de su histrionismo. En este afro de origen modesto se trasluce “el Príncipe de Bel-Air” y el “Man in Black” que no vienen al cuento.
Un solo ejemplo: cuando se raja un pedo para rechazar la primera oferta de negocios. Además, por momentos, se corre el riesgo de poner en escena un Show de Bill Cosby.
Pero, en general, es una película aleccionadora acerca del esfuerzo contra todas las barreras socio-económicas y el “self-made-man” estadounidense, que ya no debe ser necesariamente caucásico.
Se deja ver y gustará sobre todo a los amantes del tenis. Además, me parece que trata de alejarse de la aureola clasista que este deporte tiene en Chile. Lo que sí está claro es que en ese deporte no se representa a países: siempre el tenista se representa a sí mismo.
(“King Richard”. USA, 2021)
TRAILER DEL FILM:
“REY RICHARD: UNA FAMILIA GANADORA”
PRODUCCIÓN:
Warner Bros
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