Nueva versión de la novela de Agatha Christie, que gustará a los que no hayan leído el libro o no hayan visto la película dirigida por John Guillermin. Producción espectacular para una tarde de matinée…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
“¡No me ayude tanto, mister Branagh!”, podría decir Hercule Poirot desde el Parnaso de los grandes personajes de la literatura policial.
Mis lectores saben que no me gusta hablar mal de una película, sobre todo cuando muestra un gran esfuerzo desde el punto de vista de la dirección artística (vestuario, peinados, maquillaje, muebles, decorados, etc.), y tiene una excelente fotografía.
Confieso que fui a ver esta nueva versión de Muerte en el Nilo, con prejuicio. Ya expresé mis reservas acerca del Asesinato en el Expreso de Oriente (ver en www.candilejas.cl), y no puedo más que reafirmarlas.
Branagh es un buen director y actor shakesperiano, pero no está al nivel de un Alfred Hitchcock (como director), ni de Albert Finney (como el detective belga). Es más: agrega un prólogo, que lo muestra como héroe de la Primera Guerra Mundial y que lo lleva a justificar su mostacho para ocultar una herida.
Me explico. No se trata sólo de su estatura (Poirot mide sólo 1,63 m), o de su cabeza con forma de huevo. El personaje requiere de una actitud, que Branagh definitivamente no tiene, como tampoco es creíble su acento inglés contaminado de sonsonete franco-belga. Annette Bening sentencia: “¡Nunca había visto algo tan ridículo!”.
Y él responde: “Lo he oído muchas veces”.
Letitia Wright hará un resumen de todos los defectos del detective, que ya había evidenciado Agatha Christie, pero que —a pesar de odiarlo—, seguía escribiendo sus aventuras, porque a su público le gustaba.
No puedo referirme a la actuación de David Suchet para la serie televisiva británica, puesto que nunca la he visto.
No puedo evitar comparar la trama con la película homónima, dirigida por John Guillermin (1978) y protagonizada por Peter Ustinov, junto a grandes actores como David Niven, Bette Davis, Angel Lansbury y Maggie Smith. En todo caso, voy a obviar el relato, que presenta cambios muy vistosos como que —en vez de dos hermanas—, las rivales son dos amigas. Y no quiero arruinar la entretención de los probables espectadores.
Voy a referirme, simplemente, a algunos “accesorios colaterales” que me parecen absolutamente gratuitos: el ya citado Prólogo, que me recordó el inicio de la versión de Branagh para La flauta mágica de Mozart (2006); los conciertos de blues; la exhibición de baile erótico al estilo del escandaloso Último tango en París, de Bernardo Bertolucci (1972) y después en Abu Simbel, en una situación particularmente riesgosa; el Epílogo con el homenaje al mostacho.
El reparto es un desastre. La israelita Gal Gadot (conflictiva Wonder Woman) pretende ser la multimillonaria inglesa, el californiano Arnie Hammer (¿lo recuerdan en El llanero solitario, de Gore Verbinski, en 2013?), es el neoesposo trepador, Tom Bateman (debutante en cine después de una carrera teatral y televisiva), es un amigo de Poirot… Prefiero no seguir, pero sí dejar en claro que se respetan todas la exigencias sindicales de Hollywood: una madre e hija afros (la judeo-nigeriana Sophie Okonode y la guyanesa Letitia Wright), un indio (Ali Fazal), una pareja de lesbianas (detalle absolutamente innecesario), y relaciones interraciales.
Producción espectacular para una tarde de matinée. Y, si la taquilla funciona, seguramente habrá otras.
(“Death on the Nile”. USA, 2022)