Un verdadero experimento cinematográfico, que se presenta como la vida de una gran cantante (identificable con Celine Dion), pero que aporta mucho más que la simple y trillada historia de la triunfadora que partió ataviada sólo con su voz y su candorosidad. ¡Muy buena! ¡Una joya de creatividad artística!
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Era un niño pequeño cuando me llevaron a ver Hans Christian Andersen (de Charles Vidor, 1952), con Danny Kaye, que siempre recordé que hacía una muñequita con su dedo pulgar y un pañuelo.
Mi padre me la hizo en la casa dibujando ojos, nariz y sonrisa con su lapicera. Muchos años más tarde sabría quien fue realmente Andersen; leí sus cuentos y me enteré que su vida no tenía que ver nada con la película. Y mucho después volvería a verla en la televisión descubriendo que se apoyaba en la actuación de Farley Granger y de la bailarina de ballet Zizi Jeanmaire.
Esta anécdota me vino a la memoria con Aline, que no es un biopic de Celine Dion, pero que es la historia de una cantante que se parece tanto que podría ser ella misma.
Recuerdo otras películas, en particular tres que vi de una vez en un rotativo santiaguino: Música y lágrimas (The Glenn Miller Story, de Anthony Mann, 1954); La historia de Benny Goodman (The Benny Goodman Story, de Valentine Davies, 1956); y Las cinco monedas (The Five Pennies, de Melville Shavelson, 1959).
Estas pretendían ser biopics, pero su guión azucarado y empalagoso sembraba dudas, en particular la última en la que, junto al verdadero Louis Armstrong, actuaba nuevamente el histriónico y múltiple David Daniel Kaminsky.
Más estructura de ficción tenían Nace una estrella (A Star is Born, de Frank Peirson, 1976, y de Bradley Cooper, 2018; comenté la última hace poco); y Funny Girl (de William Wyler, 1968), en la que Barbra Streisand encarnaba a la verdaderamente existida Fanny Brice. Y cito sobre todo a esta última, porque la Streisand es recordada en Aline como el ícono que ella querría igualar.
Valga esta extensa introducción para señalar que creo saber qué terreno estoy pisando.
La película que comento, sin necesidad de un reparto hollywoodense, iguala y supera a todas las mencionadas anteriormente. Y nótese que no mencioné el montaje comercial Bohemia Rhapsody (de Bryan Singer, 2018)
Aline nace en Québec como la hija número 14 de Sylvette y Anglomard Dieux. Incluso, su madre había pensado en no tenerla por temor a que naciera con alguna tara debido a su avanzada edad, pero aceptó la observación optimista que le dio su confesor. Porque (y he aquí otra diferencia con todas las películas mencionadas), se trata de una familia católica y observante. Su situación económica no es excelente, pero en esa casa con ocho niñitas que duermen en una misma pieza y un baño para 16 personas reina la alegría del amor familiar y la música: la orquesta de los Dieux alegra todas las fiestas y, poco a poco, se impone la voz de la pequeña Aline que —gracias a que uno de sus hermanos hará llegar una grabación casera en cassette al productor musical Guy-Claude Kamar—, produce su primer disco a los 12 años.
En vez de construir un relato hagiográfico (que suele ser el de estas películas), éste fluye con gran sentido del humor. Baste como ejemplo la secuencia en que se ve cómo la familia aumenta cada nueve meses. Y —lo digo de inmediato—, la figura de la madre, con todos sus matices, está interpretada de manera insuperable por Danielle Fichau.
El maquillaje y el computador ayudan para transformar a la también directora, Valérie Lemercier, en un clon de Céline Dion, como en efecto llega a ser. Porque —con su semejanza, gesto escénico, actuación en momentos memorables como el Festival Eurovision y el Premio Oscar—, no es Céline Dion, pero logra serlo. ¿Y qué tiene de extraño? ¿Acaso el cine no es precisamente la mímesis perfecta? ¿Recuerdan a Daniel Massey como Noël Coward, en Star!, de Robert Wise, 1968, o a Ben Kingsley como Gandhi (de Richard Attenborough, 1982)? Sin olvidar que las personas desaparecen, pero los personajes permanecen.
También la voz es ficticia, puesto que canta Victoria Sio (nacida en Lyon, cuyo verdadero apellido es Petrosillo), y hay varios momentos en los que se recuerda al espectador que lo que ve no es una biografía, como cuando Kamar dice “Céline” y la madre lo corrige “Aline”.
O como cuando, en Las Vegas, deambula por la calle y dos disfrazados de Elvis Presley creen que ella es una falsa Aline. ¿Se acuerdan cuando en L.A. Confidential (de Curtis Hanson, 1997), el policía insiste en que la que está viendo no es Lana Turner, sino una que quiere parecérsele?
Hay detalles cinematográficos que son “para la galería”, pero que no me molestan. Como la “moneda de la suerte”, los zapatos olvidados en la nieve, cuando se pierde en la mansión donde vive debido a la innumerable cantidad de piezas, cuando sufre por no poder quedar embarazada; o cuando sufre el peso de la fama viajando en su avión privado.
También hay frases que pierden su calidad de lugares comunes de telenovela, por la sinceridad con que se expresan: “¡Si me miras a los ojos y me dices que no me quieres, te creeré!”. O cuando su futuro esposo, que la supera en 25 años, le pregunta: “¿Quieres que sea el primero?”, ella responde: “¡El primero y el único!”.
Definitivamente, un poema de amor y un homenaje a la música que enternecen sin caer en la estridencia ni el manierismo de los otros ejemplos mencionados.
Confieso que para mí se hizo un poco larga. Creo que no opinarán lo mismo los que gustan del buen cine y de la buena música.
(“Aline”. Francia / Canadá / Bélgica, 2020)
TRAILER DEL FILM:
“LA VOZ DEL AMOR”
PRODUCCIÓN:
Cinemex
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