Una novela de William S. Burroughs llevada al cine como un remiendo monótono de lugares comunes, que provocan más aburrimiento que repugnancia. Todo esto, naturalmente, si no hubiera sido éste el objetivo del director para robar 135 minutos a la eternidad…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Círculo de Críticos de Arte de Chile
En uso de mis facultades intelectuales, debo insistir en que no comprendo la importancia que se atribuye a un director como Luca Guadagnino (nacido el 10 de agosto de 1971 en Palermo, Sicilia), como si fuera de la talla de otros grandes cineastas italianos, como Federico Fellini, Michelangelo Antonioni o Luchino Visconti.
Sus trabajos —que insisten sobre la homosexualidad, la diversidad y la drogadicción—, no logran convencerme, pero no por la temática sino por la realización.
Para ciertos temas se requiere de un Pier Paolo Pasolini y Guadagnino está lejos de tener ese nivel. Los que hayan leído mis anteriores críticas a sus obras comprenderán inmediatamente a qué me refiero.
En mi vida de simple espectador y de crítico habré visto unas 4.000 películas y, como filólogo proclive a la semiótica, me he acostumbrado a examinar cualquier acto creativo desde una perspectiva intertextual. En otras palabras, concurren al plano de mi conciencia imágenes, textos y sonidos que he visto y/o he oído en otras obras. Es por ello, que para mí, hay pocas películas sorprendentes al 100%: deben ser genios como Orson Welles, Stanley Kubrick o Charles Chaplin y —en ese caso—, no hay problemas con la intratextualidad, esto es, citarse a sí mismos.
Suspiria (2018) es un palimpsesto de la cuidada película de Dario Argento (1976), que se transforma en una apología del aspecto andrógino de Tilda Swinton.
Hasta los huesos (Bones and All, 2022), es una alegoría acerca del canibalismo juvenil en la sociedad contemporánea, que evoca El chiquero (Porcile, 1979), de Paolini. Desafiantes (Challengers, 2024), es el elogio del tenis como una forma de erotismo, que fomenta la homosexualidad a través de la afroamericana Zendaya, que sirve de comburente con sus bellas nalgas morenas.
Queer (se conserva el título original, porque es difícil traducir “torcido” o “no binario”), está basada en una novela inconclusa de William Seward Burroughs (Saint Louis, Missouri, 5 de febrero de 1914 – Lawrence, Kansas, 2 de agosto de 1997), representante de la Generación Beat, de cuya mente arruinada por la heroína tuvo origen su Festín desnudo (The Naked Lunch), llevado al cine por David Cronenberg en 1991.
En Queer, el protagonista William Lee también tiene rasgos autobiográficos y su aspecto es el de un larguirucho de 1,78 m, vestido de blanco, con pistola al cinto y sombrero californiano.
Me recordó al caricaturesco personaje de Alec Guinness en Nuestro agente en La Habana (Our Man in Havana, de Carol Reed, 1959). Sólo que aquí es un sujeto que no hace más que beber un “corto” de tequila a cada rato, para después drogarse y buscar compañía sexual masculina.
Ya pasaron los tiempos en que podía escandalizar ver Eclipse Total (Total Eclipse, de Agnieska Holland, 1995), con un acto sodomítico de Leonardo DiCaprio (Arthur Rimbaud) y David Thewlis (Paul Verlaine).
En Queer, hay felaciones y coitos que harán las delicias del mundo LGTB. Así como resultará teatral Ciudad de México, de los años ‘50 por sus bastidores construidos en los Estudios de Cinecittà.
Algunas escenas adicionales se filmaron en Quito. La “pareja” de Lee resulta ser Eugene Allerton (Drew Starkey) que mantiene toda la ambigüedad de su bisexualidad. Incluso, se supone que el trágico expatriado podría ver en él un objeto también idealizado de un amor definitivo (la fotografía ayuda con figuras fantasmas sobrepuestas).
Pero la tragicidad de William se transparenta poco, porque Daniel Craigh no es un buen actor. Se hizo conocido por James Bond, personaje que reemplazó al actor. Basta ver sus mediocres prestaciones en Invasión (The Invasion, de Oliver Hirschbiegel, 2007), o en Detrás de las paredes (Dream House, de Jim Sheridan, 2011). Y ahora en su caracterización como Benoit Blanc en la nueva serie de Puñales por la espalda.
En realidad, en las dos primeras partes del film, me vino a la mente de inmediato una de las peores películas de Johnny Depp: Diario de un seductor (The Rum Diary, de Bruce Robinson, 2011), según la novela de Hunter S. Thompson.
Y la tercera parte, es una réplica de Z, la ciudad perdida (The Lost City of Z, de James Gray, 2016), con una selva de utilería, pero substituyendo a una pareja heterosexual afiatada como la que constituyeron Charlie Hunnam y Robert Pattinson. La intención tampoco es altruista: se trata de apoderarse de una droga telepática llamada yagé y —gracias a la ayuda de una extravagante Dra. Cotter (la actriz británica Lesley Manville, irreconocible y creíble)—, consumen ayahuasca. Esta droga está de moda en la actualidad, tal como se denuncia en la película Quizás es cierto lo que dicen de nosotras (de Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra, estrenada también este 2024).
La cuarta parte se arrastra y culmina con un homenaje a 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, de Stanley Kubrick, 1968), sin posibilidad de reencarnación.
Al final, queda el intento de describir un mundo muy amplio, pero de mínima profundidad. Tiene, incluso, cabida una referencia al mortal juego de Guillermo Tell con el vaso sobre la cabeza. Pero si el aparentemente desesperado personaje no genera empatía alguna (ni positiva, ni negativa), no queda más que una tediosa sensación de haber robado 135 minutos a la eternidad.
TRÁILER DEL FILM:
“Queer”
Queer
Italia
USA
Año: 2024
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