“EL GRAN COCO LEGRAND” — JOBLAR COMENTA ESTRENOS DE CINE

Merecido panegírico a un verdadero mago del espectáculo que, con su histrionismo, ha dado clases a las chilenas y chilenos acerca de su historia, sus costumbres y su necesidad de espíritu cívico…

 Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)

Círculo de Críticos de Arte de Chile
 

No escribiré esta nota ni como crítico cinematográfico, ni como profesor, ni como periodista, ni como filólogo, ni como hombre de radio, ni como actor fundador de SIDARTE. Lo haré como ex alumno del Liceo N°7 de Hombres de Ñuñoa “José Toribio Medina”, donde era alumno dos años más abajo Alejandro Javier González Legrand.

Como suele suceder, uno conoce poco a los alumnos menores que vienen en esos cursos y, por lo tanto, nunca ubiqué a González. Sin embargo, nuestro profesor de castellano nos dijo que había un alumno que imitaba a todos los profesores. Mucho más tarde yo habría de hacer la relación.

El documental hay que verlo y no entraré en detalles. Diré solamente que Sebastián Moreno —que ya entregó una excelente realización con su Sergio Larraín: El instante eterno (2022)—, de nuevo nos demuestra su capacidad de antologista, considerando el por lo menos centenar de horas de filmación que tuvo que revisar junto con la guionista Claudia Barril. Y el aspecto destacable es que supo encontrar un hilo conductor extraordinariamente válido.

Es el mismo de El show debe seguir (All That Jazz, de Bob Fosse, 1979), porque nos muestra al Coco preparándose para salir a escena, mientras que los recuerdos se suceden vertiginosamente.

No son sólo 77 años, sino también más de medio siglo de incansable labor escénica, televisiva y cinematográfica.

Coco más que un humorista es un cronista de los hechos acaecidos en Chile, entre la última parte del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Con su mirada de “clase media” y de alumno de “colegio con “número”, ha estado siempre en el punto preciso para observar y hacer reír con los defectos y virtudes de las chilenas y los chilenos de todo tipo.

¿Dónde está —según mi opinión—, la capacidad histriónica de convencer al resto de lo que está contando sin que nadie se ofenda? Resulta claro que está en su naturaleza, pero también en su formación. Imitar a otro o crear a un personaje que se parece a varias personas que se han conocido, no tiene que ver sólo con la capacidad actoral, sino también con el entorno escolar en que se adquirió la formación conductual e intelectual.

Creo que mucho ha tenido que ver el liceo donde yo también estudié. La capacidad motivadora de nuestros profesores y profesoras es evidente. La actitud sinceramente didáctica de un don Mario Salas, un don Gustavo Canihuante, un don Augusto Koenig, una Sra. Aglaé Garbarini o una Sra. Irma Henzi —sólo por recordar a algunos nombres—, se traspasaba a todos los alumnos. Tenían claros los principios de socialización (todos debían conocerse y colaborar), de correlación educativa (los hechos cotidianos son tan importantes como los de las clases sistemáticas) y todos los otros que después estudié en el Instituto Pedagógico.

La fuerte empatía y sentido del humor de ese cuerpo docente me transmitió una exigencia profesional: hacer reír no significaba hacer desorden, sino disfrutar de la conciencia del verdadero aprendizaje.

Coco no necesitó ser profesor ni transformarse en político para ayudar a constituir un Chile mejor. Su herramienta fue el humor, sobre todo después de tiempos duros como los posteriores al 11 de septiembre de 1973. Era ese humor que tanto se necesitaba: aquél en el que se superaba el estrés gracias a personajes como “el lolo Palanca” o “el cuesco Cabrera” y en el que un garabato no era una ordinariez, sino una expresión coloquial.

Pero Coco hizo mucho más que eso: dejó bien puesto el nombre de Chile en películas extranjeras y dio trabajo a muchas personas. En 1990, logró construir (sujeto causativo) el Teatro Circus OK a cuya inauguración no fue la alcaldesa de Providencia de la época y que cayó bajo la picota de la demolición 22 años más tarde. Siempre el local estuvo disponible para otros eventos.

Y un detalle que me enorgullece como “eleñuñoíno”, que es el neologismo que acuñé para los alumnos del Liceo 7 de Ñuñoa.

La dictadura cívico-militar había limitado el derecho de asociación y los ex alumnos no se reunían desde hacía casi más de dos décadas. Se constituyó el Centro de Ex Alumnos del Liceo y —en presencia del rector fundador, don Carlos Capriroli Miranda—, se le entregó al ex alumno, que siempre recordó y visitó su liceo, un sencillo diploma que reflejaba el aprecio de compañeros, profesores y personal de servicio. Es decir, con su presencia, el Coco logró reunir al establecimiento antiguo y moderno para siempre. Porque, como he dicho muchas veces, la Iglesia no son las autoridades eclesiásticas sino los que creen en Cristo. Del mismo modo, un liceo no es un local sino el grupo humano que lo conforma.

¡Merecido este panegírico, que ojalá cruce muchas fronteras para llegar a los chilen@s que están en todo el mundo!

Un solo detalle: algunos de l@s entrevistad@s (Maitén Montenegro, por ejemplo), hablan de Coco en pretérito indefinido, como si estuvieran hablando de un muerto. Y la verdad es que está más vivo que much@s otr@s. ¡Una persona muere sólo cuando no se la recuerda!

La última frase de la película Desde el jardín (Being There, de Hal Hashby, 1979) es: “La vida es un estado de la mente”.

¡Ele-eñe-ú! ¡Ele-eñe-á! ¡Liceo 7 de Nuñoa!

 TRÁILER DEL FILM:
“El gran Coco Legrand”
 

 El gran Coco Legrand
Chile
Año: 2025

 

 

 

 

 

 

 

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