“LA NOVIA DEL DESIERTO” — Comentario de CINE

Película agradable, que podría engañar por su sencillez. Con actuaciones y fotografía impecables, constituye un remanso en el caudaloso curso de la vida…

Por JOBLAR

Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile

Con flashbacks paralelos, esta “opera prima” de Cecilia Atán y Valeria Pivato escurre con la sencillez que se consigue sólo después de un trabajo arduo y concienzudo.

El relato se centra en Teresa Godoy (una extraordinaria y creíble Paulina García), una chilena que —después de 20 años sirviendo a una familia en Buenos Aires (la secuencia en que mide al joven en el marco de la puerta es enternecedora)—, debe trasladarse a San Juan, donde será acogida por los miembros de otro hogar.

Un accidente del autobús que la transporta la obliga, junto con los otros pasajeros, a detenerse en el santuario de la Difunta Correa en el Paraje Vallecito. Por un descuido, deja el bolso con todas sus cosas dentro del vehículo de “El Gringo” (Claudio Rissi), que debe partir por la ventolera que está comenzando.

Teresa, cual nueva Difunta Correa, debe partir a pie a su encuentro. Lo consigue y empieza un road movie, que le permite conocer el desértico paisaje argentino de la zona Norte y también descubrir su sexualidad inhibida por toda una vida consagrada a la servidumbre.

De ella sabemos poco, pero sí lo suficiente por los recuerdos que se muestran al espectador. Además, ella menciona que es de Illapel y que sus padres murieron en el terremoto (me imagino el del jueves 8 de julio de 1971).

A cargo de un tío, que era camionero, viajó a Buenos Aires y allí se quedó trabajando como empleada doméstica.

La fotografía de Sergio Armstrong (Post Mortem, El Club, Neruda) es espectacular, con panorámicas y planos secuencia. Por otro lado, está el manejo de la luz, que es absolutamente subjetivo. Véase, por ejemplo, el ingreso al chinchel o a la casa del viejo amigo enfermo.

Algunas palabras acerca de Deolinda Correa. Hacia 1840, los montoneros obligaron a su marido a enrolarse y ella, angustiada, partió a buscarlo con su pequeño hijo. Murió de sed sentada bajo un árbol, dándole el pecho al pequeño, que todavía mamaba del cadáver, lo que fue interpretado como un milagro.

La tradición popular la hizo santa y los transportistas instalaron lo que en Chile llamamos “animitas” en las carreteras: allí dejan botellas con agua para saciar su sed y agradecer los favores concedidos.

Y es lo que Teresa también va a hacer, después de su “breve encuentro” con el gringo. Una mención a un “cameo” de Daniel Muñoz, “el Muela”, que se califica como chileno “de San Fernando, provincia de Colchagua”. Detalle no menor para un país en el que ahora se habla de “regiones”.

(La novia del desierto. Argentina / Chile, 2017)

 

TRAILER DEL FILM:
“La novia del desierto”

Producción:
La Entrada al Cine

 

 

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