A PARTIR DE NICANOR PARRA: ¿DESPUÉS EL DILUVIO? ( I )

Amigos internautas: Parodiando la famosa frase del rey Sol, Luis XIV, “después de mi, el diluvio”, iniciamos una breve serie sobre la obra y el personaje, Nicanor Parra, antipoeta recientemente fallecido a los 103 años, en su casa de La Reina, en Santiago de Chile. Muchos se preguntarán qué ha quedado después de su partida de la poesía chilena, fantasmas, escombros, historia, restos, ripio, metaforones, poetas segundones bajo la sombra del último vate de Las Cruces… Sólo voy a adelantar algunos nombres, arbitrariamente, de memoria y sin compromisos de ninguna especie: Armando Uribe Arce, Oscar Hahn, David Rosemann-Taub, Manuel Silva Acevedo, Waldo Rojas, Guillermo Zurita, Omar Lara, Rubio, Cuevas, Elvira Hernández, y todos los que se me escapan por el desconocimiento de la lejanía y la memoria…

 Por Rolando Gabrielli
Desde Ciudad de Panamá

 
Nicanor Parra

UNO

Las antologías son artefactos decididamente discrecionales y su contenido es una selección de textos al dente de su(s) autor(es). De las antologías podemos esperar casi todo. Desde la arbitrariedad a las omisiones y destaques subjetivos, patéticamente personalistas y disfuncionalmente creativos. Todas son del gusto de la mano que las elabora. Y contienen, sin duda, textos esenciales, algunos que sus propios autores no consideran representativos y otros que no debieran haber sido escogidos porque carecen de representatividad, peso y calidad poética.

El antologador se transforma en juez y parte, y lleva adelante su proyecto contra viento y marea. Todas fueron escritas por algún objetivo y parten del punto de vista de su autor, como debe ser. Antologar es separar un conjunto aparte de manera selectiva. Las antologías son un inventario, la adjetivación de lo personal, una mirada de época, que siempre es restringida al ojo del amo que hace engordar el texto.

Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges, que conocía de estos afanes, dijo en una oportunidad que nadie puede compilar una antología que sea mucho más que un museo de sus Simpatías y Diferencias. El inefable porteño ahondó aún más en su visión sobre estos libros guías, auxiliares de la memoria, cuando acuñó la frase: “No hay antología cronológica que no empiece bien y no acabe mal”.

He comprado a lo largo de los años algunas antologías de poesía chilena, norteamericana, venezolana, mexicana, nicaragüense y, quizás, de algún otro país. Entre las curiosidades me ha sorprendido el volumen Poesía chilena contemporánea, de Miguel Arteche, Juan Antonio Massone y Roque Esteban Scarpa, quien fuera mi profesor de literatura general. Al final del índice acuña dos perlas: Enrique Lihn no autorizó ser incluido en esta antología y, a continuación, enumera los poemas que le habría gustado editar al antologador. Jorge Jobet también manifestó su deseo de ser excluido de estas páginas y se realiza el mismo procedimiento que con el poeta mencionado anteriormente. No conocía de estas sutilezas, pero ocurren como en este caso de una antología que abarca casi 100 años de poesía chilena. Son 150 poetas con 500 poemas. Está hasta el gato de Baudelaire.

Yo salí de Chile hace poco más de 32 años con un puñado de libros, entre ellos, la Antología de la poesía chilena contemporánea, de Alfonso Calderón, con quien conversé poco antes de viajar y él me aconsejó que la incluyera en mi valija. Sus vistosas tapas rojas las forré con un papel inocente, porque el peligro(so) rojo cegaba al mandamás de turno. La presente antología, advierte al lector Calderón en sus primeras líneas, es el resultado de tres años de lecturas pacientes y reiteradas, de múltiples confrontaciones y dudas.

Esta antología, que cuenta de dos partes, va de Diego Dublé Urrutia, 1898, hasta Gonzalo Millán, 1968, con su libro Relación personal. La segunda parte es un apéndice donde los autores testimonian sobre sus trabajos, la poesía y el acto de creación, lo que le permite al lector encontrarse además de la obra con el autor en su solitario trabajo frente a la página en blanco.

Es una selección de 33 poetas, la más balanceada que he leído para conocer la poesía chilena hasta los años ‘70, y sólo de allí desertó Hernán Valdés hacia la prosa. Lihn fijaba posiciones y nos dejaba en claro que la poesía tiene que ver más con el hombre y su relación con los acontecimientos socio-históricos, de lo que vislumbramos y a veces consideramos. Verso premonitorio, además: Un mundo nuevo se levanta sin ninguno de nosotros / y envejece, como es natural, más confiado en sus / fuerzas que en sus himnos.

El profesor Naín Nómez, con Poesía chilena contemporánea. Breve antología poética, hace una selección de lo que él llama los principales poetas contemporáneos de Chile.

Gabriela Mistral

Son ocho los elegidos en su orden: Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Humberto Díaz Casanueva, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Jorge Teillier. No figura en esta selección, de principios de los ‘90, Rosamel del Valle.

Abre cronológicamente la Mistral por ser precursora de un cambio trascendental en la creación poética; y cierra Teillier, quien creó la Escuela Lárica. Nómez, no sólo presenta a los autores, sino que nos entrega un perfil crítico de su obra, algo más que un trazo sobre sus vidas e incluye opiniones de los autores sobre la poesía. Nómez recoge en su selección tal vez las fuentes más poderosas de la poética chilena contemporánea, principalmente del siglo XX. La poesía en Chile ha sido una especie de primera, segunda y tercera memoria nacional. A ella acuden quienes quieren conocer un poco más del ser nacional, de la geografía física de la larga y angosta tierra de quejas y contentaciones. El alma de una nación está en su poesía, en la intimidad de la rosa y la espina.

Existen dos antologías históricas. Selva lírica, de 1916, que dejó por fuera a la Mistral; y la de Jorge Elliot, de 1935. Ambas dejaron huellas y polémicas y son punto referencial hasta nuestros días, porque son textos que marcaron una época. Los ridículos preciosos, como le llamaron a sus jóvenes antologistas, Volodia Teitelboim y Eduardo Anguita, estremecieron poéticamente su tiempo con su olfato y arbitrariedades, el talento de dios y el demonio.

Erwin Díaz es el poeta antologador de esta antología intitulada Poesía chilena de hoy, de Parra a nuestros días, que tiene 10 ediciones, y la primera se remonta a 1988. Sus más de 500 páginas están integradas por 30 poetas, que escriben después de Neruda, a partir de Parra. La primera gran curiosidad de esta antología es que en la Advertencia liminar, suscrita por el crítico y profesor, Federico Schopf, es la advertencia que hace (válida la redundancia) de que: “Como era de esperar, el antologador y el que escribe estas líneas no están del todo de acuerdo en torno a los autores, y poemas elegidos”. Erwin Díaz es el responsable de la antología, decanta Schopf, quien ha compuesto estos materiales en medio de la desinformación y dificultades que existen en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. (La última edición es de 2005, cabe destacar, y la dictadura concluyó en marzo del 90).

Lo cierto es que el desencanto por la poesía política nerudiana, sigo a Schopf, llevó a los poetas jóvenes destacados de ese entonces, Lihn y Armando Uribe, a un encuentro con la antipoesía que desarrollaba Parra a partir de Poemas y antipoemas (1954). Schopf confunde los años, habla de la antipoesía del Cancionero sin nombre (1938), poemario que olvidó Parra por no representar justamente su antipoesía, y con evidentes influencias garcialorquianas.


Nicanor Parra

Diecisiete años reflexionó Parra su futuro producto, para ver cómo entraba en el escenario de los grandes poetas chilenos. Parra entra a la escena y no la abandonaría más, con Neruda vivo o sin Neruda, y si bien Enrique Lihn sostiene que el poeta de Versos de salón sustenta una estética que lo coloca al margen de nuestra tradición literaria, por Parra pasan Huidobro, Neruda y Carlos Pezoa Véliz y, etc… Nada viene del aire, ni el amanecer de Parra, que es la nueva vendimia de la poesía chilena, de quien se transformó en un vocero de la calle, áspero ruiseñor de la vida, luminoso individuo con su soliloquio imaginario y real.

Nicanor Parra

DOS

Nicanor Parra llegaba para instalarse en la vida cotidiana, uno más del montón, el poeta, por más antipoeta, sigue escribiendo poesía. Parra se ha autodefinido como un hombre anti-stablishment, y cierta crítica así lo ve y asimila. Es parte importante de la performance del poeta y de la antipoesía, demoler lo establecido y construir un horizonte para ser divisado desde otra perspectiva, lejos del yo personal, dentro del yo colectivo. Parra se hizo cada vez más público y no se bajó de ese escenario que construyó con sus actos y palabras. Comprendió que le había tocado la mesa del pellejo de la Guerra Fría y no los grandes escenarios nerudianos de la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, entre otros momentos históricos irrepetibles para el mundo y la poesía.

Pablo Neruda

Frente a la ola monumental histórica de Neruda en su Isla Negra y al mito huidobriano parisino, creacionista, mundano, una Mistral reconocida con el Nobel y su trágica, dolida existencia, con el desprecio y estigma de Chile, Parra comienza a disparar a diestra y siniestra, se monta en su propio carrusel, montaña rusa, y acuña sus famosos versos-artefactos del momento estelar de los tiempos del hielo político global: Cuba sí, Yankis también. Ya viajaba en la historia, no sólo en la memoria antipoética parriana, el propio Parra, “su sabiduría política”, le transformaba en un canciller de la poesía en la Guerra Fría. Viajará a Cuba, Washington, Moscú y Pekín, de entonces, casi los mismos recorridos del vate de Isla Negra, con la excepción de Washington: campo largamente vedado.

No nos vayamos fuera de la antología, porque estamos en la historia y dentro del personaje vivo que hemos conocido directamente. Allende, Vietnam, la izquierda chilena, tragos amargos para uno de nuestros últimos mohicanos candidatos al Nobel de Literatura, como después la carpa que le incendió el tony Augusto “Caluga” Pinochet, en plena dictadura. Este también es Parra, contra todo. La antipoesía no es un salero sin sal. Schopf y Lihn coinciden tácitamente en que Neruda abandonó el liderazgo de la poesía en Chile en favor de Parra y cree más bien que el poeta de Residencia en la Tierra se concentró en la historia política, donde ejerció su poesía militante. Poeta profundo en el pasado y vacío cuando “abandonó su poesía”.

Parra llenaría ese vacío. En mi opinión, no es cierto del todo, ni mucho menos. Schopf le concede a Neruda casi un último libro en 1964, Memorial de Isla Negra. Neruda no fue hombre de un solo libro, poema, verso, ni momento histórico, y pasó por todos los ismos y no se quedó detenido en ninguno. Es el poeta de mayor registro de la poesía latinoamericana y castellana del siglo XX.

Neruda muere nueve años después de editar los cinco volúmenes de su “último libro importante según Schopf”. ¿Qué ocurre con Neruda, su obra, vida, en ese lapso? La crítica, la historia, sus lectores, amigos, Chile, lo canonizan. La Universidad de Oxford le otorga el doctorado honoris causa (1965). Viaja, viaja… Pen Club de Nueva York (1966). Sigue escribiendo, viajando, más reconocimientos, libros sobre su obra. Las manos del día, Aún. Fin del mundo. El Senado de Chile lo condecora y lo hace hijo ilustre, en 1969. Candidato a la presidencia de Chile. Neruda se sigue viviendo. Embajador en Francia. Premio Nobel. El 18 de febrero de 1973, edita su último libro en vida: Incitación al nixonicidio y alabanza a la revolución chilena. Se vende en las calles de Chile. Poeta popular, la poesía en las aceras de Santiago. Deja, al morir en circunstancias trágicas y dolorosas, el 23 de septiembre de 1973, varios libros inéditos, sus memorias y, entre ellos, Corazón amarillo, El mar y las campanas.

Neruda vuelve al tema del amor una y otra vez. Antes del fin y después del fin, cierra su ciclo iniciado en 1917. Muy temprano, Neruda fue Neruda. Protagonista de excepción de la poesía hispanoamericana del siglo XX. Discutido e indiscutible.

NERUDIANAS

Neruda es quizás /
la sombra más fecunda /
del pesado fardo /
de la poesía chilena.
La animita que sale al baile /
a bailar alegre /
con todas nuestras muertes.
A seguir viviéndose /
por supuesto / poeta.
Los bosques de Chile /
deberían reproducir /
la obra de Neruda /
Araucaria por Araucaria.
Los muelles del alba
/ posteriores al Big Bang /
son previos a la poesía / nerudiana /
y se repiten inéditos / cada verano /
en el sur de Chile.
Neruda sólo le puso música /
y dio cuerda / al reloj de arena /
de la poesía /
y para ello usó /
los 4.300 kilómetros /
es decir, el largo /
de toda la geografía / poética chilena.
El poeta antes de morir /
suspendió por tres días /
a la muerte y la envió retobada /
al infierno envuelta en copihues blancos /
y rojos / como el corazón sangrante /
de su poesía / un 23 de septiembre / de 1973.
No nos imaginemos nada.
Este es el fin del mundo.
Hasta aquí vino a arrastrar /
la poesía, su propio poncho.
(Rolando Gabrielli)

Nicanor Parra

Adiós, Neruda; por ahora es el turno de Nicanor Parra, su última vendimia, que ha durado 33 años desde que usted partió. Sí, la hora del Cristo de Elqui… de Chillán más bien dicho, sentado en su Silla de Sol.

Mágico y sorprendentemente enriquecedor para la lengua castellana, que la poesía chilena tenga tanta riqueza de lenguaje, una temática variada y que hayan surgido a lo largo del siglo XX grandes poetas nacionales y universales. Tal vez los más grandes innovadores sean Neruda y Parra, quienes sacudieron el idioma con una nueva manera de ver al hombre y su relación con el mundo, de hacer poesía, reafirmar nuestra identidad y dar continuidad a lo que somos individual y colectivamente, esa expresión íntima de comunidad.

Esta antología parte de un solo tajo la historia poética chilena: a partir de Parra, como las otras selecciones, reflejan, a pesar de las ausencias de algunos autores, la calidad, rica temática, variedad, originalidad de la poesía chilena. Schopf, un brillante crítico literario y esteta, en cuya última visita a Chile nos comprometimos a impulsar la candidatura al Nobel de Parra, reconoce que no están todos los que debieran estar y se queda corto, me parece. Sólo menciona las ausencias de Jaime Quezada y Waldo Rojas y me parece que faltan Omar Lara, José Cuevas, Hernán Miranda y, sobre todo, un poeta que nadie menciona y que Armando Uribe Arce dice que es el más importante de Chile. Yo creo que es uno de los grandes olvidados. Me refiero a David Rosemann-Taub. En descargo de Schopf, su advertencia preliminar a modo de prólogo, está fechada en 1988, en París, y desde esa fecha ha pasado mucha agua bajo el puente de la poesía chilena. ¿No hubo tiempo o interés por hacer una presentación más próxima a esta edición de 2005?

CIÉNAGA

Cómo me gustaría ser esa oscura ciénaga,
libre de lo de ayer, qué alivio, oscura ciénaga,
dejar correr el tiempo.
¡La más oscura ciénaga!
Cómo me gustaría jamás haber nacido,
libre de lo de ayer, jamás haber nacido,
dejar correr el tiempo, jamás haber nacido.
Cómo me gustaría lograr morirme ahora,
libre de lo de ayer, lograr morirme ahora,
dejar correr el tiempo, lograr morirme ahora.
Cómo me gustaría rodar por el vacío,
libre de lo de ayer, rodar por el vacío,
dejar correr el tiempo, rodar por el vacío.
Cómo me gustaría ser el cero del polvo,
libre de lo de ayer, ser el cero del polvo,
dejar correr el tiempo, ser el cero del polvo.
Para no cavilarme, para no volver nunca,
Dios mío, yo creyera en Ti para no ser.
Cavílame en tu nada, no me hagas volver nunca.
¡Dios mío, yo creyera para nunca creer!
Cómo me gustaría ser
esa oscura ciénaga sola bajo la lluvia,
¡cómo me gustaría ser
esa oscura ciénaga sola bajo la lluvia!
Dicen que fue la muerte la causa de la vida,
y la vida —¿la vida?— la causa de la muerte.
Pero, ahora, mi muerte la causa de mi vida.
Yo qué: furgón deshijo —destello— de la muerte.
¿Me repudias, ovario, por ímprobo deshijo?
Me has arrastrado al éxodo tan candorosamente
que tu candor me duele —ultrajante alarido—,
que tus lianas me duelen —dignas uñas lumbreras—:
cómo me gustaría jamás haber nacido,
cómo me gustaría ser esa oscura ciénaga,
libre de lo de ayer, qué alivio, oscura ciénaga,
dejar correr el tiempo. ¡La más oscura ciénaga!
Cómo me gustaría rodar por el vacío:
la más oscura ciénaga sola bajo la lluvia.
Cómo me gustaría olvidarte, Dios mío.
Cavílame en tu nada. ¡No me hagas volver nunca!

TRES

Federico Schopf, gran conocedor de la poesía chilena, tuvo el buen criterio de presentar un panorama de la poesía chilena, aunque se haga una disección vertical de un tiempo histórico y literario, del surgimiento de una nueva ola poética encabezada por Nicanor Parra. Sí, hablemos del individuo que vino con su linterna a atravesar el largo túnel de la poesía chilena e hispanoamericana, con su razón apenas, a desarrollar su nueva retórica, la antipoesía. Vino a “demoler lo establecido” e instaurar lo naciente, inédito, y ello significaba poner a brillar las piedras del camino ya empedrado por la poesía. La antipoesía no anestesia el cuerpo de la poesía cuando opera con su poema, no usa maquillaje, recurre a la voz que está detrás de muchas voces, se asocia al lector en una creciente complicidad y pone a soñar la realidad.


Nicanor Parra

Muchos años fuera del mantel largo de la poesía chilena, Nicanor Parra se instala como un guerrillero desde hace más de medio siglo, sin bajar la guardia, dispuesto a no mirar hacia atrás ni para tomar impulso. Su “maestro”, Huidobro, a quien reconoce en las postrimerías, acuñó tempranamente, en su libro Altazor, el término “antipoeta y mago”, y cultivó un Yo que no habría encontrado pareja para ingresar al Arca de Noé.

Los críticos de Parra, Federico Schopf, Ignacio Valente, Harold Bloom, Hugo Montes y Mario Rodríguez, entre muchos otros, coinciden en que estamos ante una poesía “nueva”, aunque Parra tenga entre sus blancos predilectos la propia poesía, los metaforones de los años ‘30, como le llamó alguna vez a esos movimientos poéticos. Su hablante poético es el hombre común y corriente, y sus muchas voces, no existe el Yo grandilocuente y sus versos son corrosivos, irónicos, satíricos, burlescos, trasgresores, cuando menos. ¿Parra no cree en nada? De hecho, cuando conversábamos en los jardines del Pedagógico de la Universidad de Chile, en los dorados 67, 68, 69, se refería obsesiva y despectivamente contra la palabra “creación”. No la reconocía como tal, ni lo que solía representar tradicionalmente. La antipoesía viene con su propia retórica y no cree en las palabras prestigiosas, en el paraíso perdido, en lo ya escrito y dicho, en el poeta contemplativo, y él asume la frase de la calle, la voz de los que nadie escucha, la rodilla mutilada del verbo y agita las aspas en sus quijotadas en el valle donde todo pareciera haber caído, menos la antipoesía.


Vicente Huidobro

VICENTE HUIDOBRO

Subamos al carrusel de Huidobro,
sin paracaídas no vaya a ser
el último paso por el Paraíso perdido.
El aire, las estrellas, los puntos cardinales,
qué buscaba, dónde buscaba.
No perdamos de vista el horizonte,
ni el abismo al doblar una esquina.
Una ventana cruza un pájaro,
lo vuela, el cielo no tiene techo.
Un mar sin olas no es un mar,
es una taza de té.
Un poema es el huracán de sus palabras.
El tiempo cruza la tarde.
En el juego de la poesía,
se aceptan castillos en el aire,
se rematan adjetivos,
se vende un desierto amoblado
y se alquila un mar
con sus respectivas estrellas.
La realidad es el mejor montaje,
es miope,
Pero la ficción usa binoculares.
Un conejo prefiere sus propias orejas
que salir de un sombrero de copa.
El espejo sólo tiene una mirada
que se repite si uno cree en los espejos.
De un agujero sólo se sale entrando
al revés.
No es sal lo que necesita mi hombro,
ni un trébol de cuatro hojas mi suerte.
Sólo subamos al carrusel de Huidobro.
(Rolando Gabrielli,
homenaje al poeta chileno Vicente Huidobro,
en su 110 natalicio, el 10 de enero de 2006).

Lo que queda claro, a ras de superficie, más allá de esta antología, otras y las que vinieren, es que la poesía chilena es objeto de atención, estudio e interés más allá de las áridas fronteras nacionales, hostiles, a veces, siempre difíciles sombras de la patria. El grano de arena de la poética chilena se transforma en desierto, roca, mar, cordillera, es geografía física y humana, la misma costra del país salino, andino, antártico. Poesía luminosa.

Julio Ortega, profesor y crítico peruano, preocupado de estos temas, ha dicho recientemente en El Mercurio, de Chile: “La Mistral lo imaginó sin fronteras, Huidobro de cielo abierto, Neruda de extramares, Rojas de piedra bautismal, Parra como el grado cero del lenguaje. El poeta chileno es aquel que vuelve a la realidad con un sentimiento de los demonios. Lihn le dio intimidad al desencanto, Uribe voz al luto nacional, Zurita rehízo la geografía. Seguramente en Chile ha habido gran poesía porque han habido grandes lectores”.

Hay más autores, sin duda, lejos del oficialismo, el gusto personal, y he ahí la riqueza de la poesía chilena sobre el tejado caliente de la historia.

A partir de Parra, pero sin ser parrianos en su poesía, Uribe Arce, Lihn, Hahn, Millán, Silva Acevedo, porque todos de alguna manera también forman parte de la tradición poética chilena, vinculada a los elefantes de la lírica y del creacionismo. Teillier, un punto de inflexión necesaria después de Neruda y durante Parra, no entra en esta clasificación, pero Schopf tiene el buen tino de mencionarlo como parte “sustantiva del horizonte de expectativas y proposiciones poéticas desde y contra las que se continuó produciendo poesía de mediados de los años ‘60”.

Schopf menciona a otros poetas que no analiza o presenta con énfasis en esta antología, como Díaz Casanueva, Rosamel del Valle, Miguel Arteche y Alberto Rubio, quienes, a su juicio, desconfiaron del lenguaje como medio expresivo y de conocimiento y en su trabajo experimental, fueron partidarios de la desacralización de la literatura y de mezclar los géneros literarios y otras artes. Fracturaron el discurso y la escritura, agrega Schopf, una suerte de neovanguardismo.

Enrique Lihn es uno de los referentes importantes de esta antología y Schopf lo califica de gran poeta y gran figura moral de los últimos tiempos. “Poesía contra la poesía, que duda constantemente de sí misma, crítica y autocrítica, que utiliza todos los recursos al alcance de la mano —restos de estilos anteriores—, la parodia, elementos del ensayo, de la crónica y otras formas de la prosodia, retazos de diálogo y monólogos, enjoyada en lugares comunes”. ¿Otra poesía se levanta ante nosotros? Es probable, la misma, con otra retórica. El más joven de esta antología cumplirá 50 años en 2007, y se cumple la advertencia de Borges. ¿La recuerdan, al principio de estas notas? Todas las antologías cronológicas acaban mal y esta tiene un verso fatal: ¡La lucha continúa!

Cierre slogan para un extenso poema panfletario, que nos demuestra cuán difícil es hacer poesía política y amorosa que no sea mercancía de segunda y tercera en este caso.

Dos años después, en el 90, Schopf complementa con lo que llama Suplemento, sus observaciones contenidas en la Advertencia preliminar. “Neruda”, dice Schopf, “era una advertencia sintomática de que la politización voluntaria de la poesía no sólo determinaba a la literatura de servicio —aquella que era aplicación y difusión de ideología—, sino que, a la vez, se transformaba en una contaminación, una adherencia de la que el poeta, adicionalmente, tenía que liberarse en el resto de su escritura: aquella en que procuraba recuperar experiencias que tocaban a fondo, los fondos de la existencia histórica”.


José Cuevas

JOSÉ CUEVAS

José Cuevas,
un poeta cimarrón, chileno,
dejó la filosofía
por ser un invento demasiado antiguo,
no por vieja, sino inútil fantasía,
en un país sin piso, ni memoria, ni ley.
A él le gustaba el rock y se montó
en esas partituras de los sesenta,
voló en el blue jean,
su pequeña gran historia,
cuando era ex poeta
y solía declararse vivo,
con una garganta de oro,
entre Santiago y Valparaíso.
Yo lo conocí agrio, descreído,
de espaldas a su tiempo,
en el Pedagógico de la Universidad de Chile.
Todos nos creíamos un poco santones,
de nuestras inconfundibles miserias,
el país aún no presentaba
las grietas cardiovasculares
por donde Drácula nos chuparía la sangre.
Yo hablo de la primavera del 73,
la fiesta de la muerte,
la cueca del muerto solitario,
del Mapocho putrefacto,
del país que se nos iba
sudando por un sobaco negro,
barranco abajo.
Un largo sangrante mugriento hilillo,
el río de la muerte,
el cuerpo de Chile, un delito,
de Norte a Sur
en la brújula desdentada
de la nueva república.
Con este paraíso lidiamos dos años,
José Pepe Cuevas se quedó
componiendo una música rara,
poesía de desecho, materiales usados.
Se abusó del silencio
más que en toda la historia republicana,
la palabra arrodillada
recibió un tiro de gracia.
La muerte siempre nos guiñó un ojo,
la vida vivía en un nido imaginario.
todo se lo devoraban las ratas,
cada noche más oscura
que la anterior,
participaba el país en un concurso
de carrozas muertas, sin jinetes
en la Estación Terminal de Chile.
José Cuevas se transformó
en un habitante
del País de Nunca Jamás,
en búsqueda de la memoria perdida.
General Velásquez / Avenida Matta / Matucana /
las calles de la podrida
Capitanía General,
Santiago del Nuevo y Viejo Extremo,
proscrita por el tiempo,
la gracia de la muerte,
algunos se quedaron
coagulando la noche espesa
de la Colonia Penal.
La Capitanía por fin,
recogida en sus sábanas
huérfanas del atardecer,
qué magnífico paisaje, poeta.
(Rolando Gabrielli).

CUATRO

El objetivo primordial de esta antología sigue siendo el mismo: difundir la poesía chilena actual en un espectro amplio de público, regularmente desinformado y no habituado a su lectura, argumenta el antologador Erwin Díaz. Dice que arranca la antología con Parra por la influencia fundamental del antipoeta en las últimas décadas y rechaza la idea que sea una disposición meramente cronológica. La trascendencia de la obra parriana, acota, se observa desde las generaciones del ‘50, ‘60 y post golpe de Estado. Díaz dice que esa generación, que llama N.N., “configuran una zona pantanosa en la que aún no se siente distancia suficiente para poder ponderar sin temor a cometer algún error involuntario”.

Sin duda, hay más omisiones importantes que las que reconoce Schopf e incluyo yo en un primer vistazo, porque 31 años son una fuerte distancia con el país. Juan Cameron, por ejemplo, y Javier Bello, entre otros.

 Los pobladores del entresueño
Javier Bello

Los pobladores del entresueño, amable y ávido país
Juan Larrea.

Yo estoy con los pobladores del entresueño,
no soy igual a ellos pero los puedo oler cuando cruzan la noche.
Yo estoy con los pobladores del entrepiso que queda justo a mitad de camino
entre la cabeza y la lluvia, entre la cabeza y la intemperie.
Justo en mitad de la niebla somos sólidos ojos cerrados,
visiones del que hace sonar las campanillas cuando cruza la cerca de regreso a
su casa
después de mucho rezar para volver.
Tenemos las rodillas tan largas,
caminamos oscuros
bajo la noche sola.

Yo estoy con la verdad de los muertos
si la loza de todos los patios se rompe
y los peones del asesinato se esconden tras los armarios del cementerio.
Yo estoy con la verdad de los muertos, de pie en la cabeza de los vivos.

Un poema es un nudo en la muñeca,
un poema es un encargo de fruta del más allá,
un poema es un cardo que en cada espina tiene escrito recuerda, recuerda,
recuerda.

Yo estoy con los pobladores del entresueño,
no soy igual a ellos pero los puedo oler
camino de ninguna parte.

Ellos vendrán, sus ojos serán ardientes
y tú hablarás, corazón de madera.

Para Elisa Castillo

El crítico y profesor chileno Mario Rodríguez Fernández, a principios de los ‘70, sostiene que la poesía de Parra comprende en su plenitud al período superrealista, época que se inicia en 1935. En síntesis, es una nueva manera de poetizar, que revoluciona el lenguaje lírico y el yo poético, adquiere varios pisos psicológicos, como me comentara alguna vez Parra. Se alza, dice Rodríguez, una “nueva poesía entregada a los demonios del inconsciente, a las sombras del sueño, a los destellos del mito, a la reducción al absurdo de lo cotidiano, a la destrucción de la realidad inmediata mediante el humor negro o la negación de ella, y en fin, una poesía en que los más diversos niveles se cruzan y se mezclan de tal modo que se crea un nuevo tipo de realidad, que bien podríamos llamar irrealidad sensible”. (Hugo Friedich acuña el término en Estructura de la lírica moderna).

La antipoesía no es pañuelo de una sola punta o dos, no hay espacio en un blog ni tiempo en sus lectores para extendernos y profundizar más. El poeta en la antipoesía es un hombre común y corriente, como todos nosotros, no busquemos más explicaciones. En la parte dos de la Poesía chilena de hoy, incluiré algunos poemas de poetas chilenos y de Parra.

Éste ha sido un trabajo experimental como otros, corregido y bajo el tratamiento de esta historia continúa. Les comento, amigos, que este libro fue presentado en la Feria del Libro Argentina 2006 por el poeta chileno y amigo Gonzalo Millán, con otros escritores. Y ha llegado a mis manos después de un largo recorrido, porque la antología viajó a la Patagonia argentina, unos 3.500 kilómetros al sur, donde el mundo sólo es Sur. Desde allí fue enviada vía aérea hacia Panamá. No podría haber hecho estos comentarios sin las manos generosas de Diana V. Mis sinceros agradecimientos.

 Nicanor Parra

PD:

LA AMPOLLETA DE PARRA

La ampolleta de Parra
sigue encendida.
¿Poeta de infinitos amperes
o de unas cuantas bujías?
Se sigue viviendo,
lo dijo Neruda,
y todos somos parrianos
como nerudianos, huidobrianos,
mistralianos, rokianos, rojianos,
lineanos, teillerianos.
Hágase el verso y la luz se hizo,
Parra no deja descansar
a los dioses en su Olimpo.
Sobre sus cenizas
se construirá la nueva poesía.
Parra dedica sus mejores epitafios
a sus pares, adorados, inmortales enemigos,
las uvas que el verano
consagra a los dioses.
La poesía no reconoce flores
en su entierro.
El poema respira
si es libre, el aire
que la página en blanco
le concede,
al lector.

 

 

 

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