El movimiento estudiantil mexicano, desmembrado literalmente en 1968, dejó profundas huellas, aún dolorosas, escribiendo una sangrienta página en la historia de México… Hoy, a 50 años de aquel movimiento reprimido a sangre y fuego en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas… ¡NO SE OLVIDA!
Por MALINCHE
PLAZA DE LAS TRES CULTURAS, TLATELOLCO (México D.F.), 02 de Octubre — 2018.- La Plaza Central de Tlatelolco, llamada así porque une tres culturas, fue construida sobre las ruinas de la ciudad azteca de Tlatelolco, que representa la cultura de la Gran Tenochtitlan, la cultura española —porque en ese lugar está la Iglesia Colonial de Santiago—, y la cultura del México moderno, representado por la Torre de Tlatelolco, sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores, hasta el 2005, y actualmente sede del Centro Cultural Universitario y Memorial del ‘68 de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), así como del conjunto de los edificios habitacionales de Nonoalco-Tlatelolco.
La Plaza de las Tres Culturas fue el dramático escenario en donde miles de estudiantes universitarios mexicanos se dieron cita el 2 de Octubre de 1968 para realizar un mitin de protesta, movimiento en el que manifestaban su inconformidad, entre otras cosas, porque “lo que no estaba prohibido, era obligatorio”.
Líderes estudiantiles, profesores universitarios, familiares, amigos, simpatizantes con la Revolución Cubana, preparatorianos, efectuaron una multitudinaria marcha desde la Ciudad Universitaria hasta la Plaza de las Tres Culturas, para expresar su rebelión juvenil, sus deseos de liberación sexual, sus ansias de ser libres y de rechazo hacia la figura presidencial, que con persistente represión los había tratado de controlar durante un largo tiempo de confrontaciones violentas. Protagonizaban, entonces, un movimiento poderoso que se convirtió en resistencia organizada.
UNA FECHA DOLOROSA
El 2 de Octubre de 1968 miles de estudiantes, en forma pacífica y organizados para manifestar sus discrepancias sociales, marcharon a la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, sin siquiera sospechar que el gobierno había decidido irrumpir violentamente para acabar con el movimiento durante ese masivo mitin
EL AÑO DE LOS
JUEGOS OLÍMPICOS
Los Juegos Olímpícos de 1968, a realizarse ese año en México, estaban a punto de iniciarse en este país catalogado como subdesarrollado, por los elevados niveles de pobreza, contrastes y desigualdad social. El gobierno de la época, temeroso de que los disturbios estudiantiles perturbaran el desarrollo de los Juegos Olímpicos y deteriorase la imagen del país —ante la presencia de cientos de periodistas provenientes de todo el mundo— organizó el Batallón Olimpia para velar por la seguridad de los participantes y reprimir a manifestantes y a desmanes juveniles.
Aquel 2 de octubre de 1968, cuando el desfile estudiantil arribó a la Plaza de las Tres Culturas, los escuadrones militares rodearon la Plaza Central de Tlatelolco y apostaron tanques de guerra alrededor, acordonando el sector con contingentes uniformados, premunidos de cascos, botas, rifles… y guantes blancos en la mano izquierda, el irónico signo de identificación para los represores y agresores del movimiento estudiantil.
Ingenuamente, los jóvenes idealistas inundaron la Plaza de Tlatelolco con sus lemas y consignas, dando comienzo al mítin, escuchando con atención a los líderes que hablaban desde el tercer piso de un edificio habitacional denominado Chihuahua.
ESTUDIANTES Y FAMILIARES
La Plaza de las Tres Culturas, en aquel doloroso e inolvidable atardecer, estaba al tope, colmada de estudiantes y familiares que los acompañan, además de muchos niños miembros de esas familias que, confiadas, apoyaban en la marcha las demandas de sus hijos.
De pronto, emergieron ruidosos helicópteros sobrevolando la Plaza, en tanto las miradas ansiosas y sorprendidas se dirigían hacia ese cielo azulado, limpio y tranquilo que se apreciaba en Tlatelolco…
Abruptamente, uno de los helicópteros lanzó una luz de bengala verde, que llamó poderosamente la atención de los estudiantes congregados allí. Nadie imaginó que aquella bengala verde era la mortal señal para disparar sobre la multitud de jóvenes estudiantes, llenos de sueños, esperanzas y proyectos de vida que ese atardecer se manifestaban anhelando un mundo mejor.
Tras la indiscriminada balacera, el pánico se desató. La multitud se desbandó en una angustiada carrera, gritando de pavor, cayendo malheridos, en medio de llantos desesperados. El horror se apoderó de todos los estudiantes que se atropellaban, escapando desorientados de un lugar a otro, a la deriva… Los soldados avanzaron al trote entre las ruinas aztecas, bloqueando las salidas de la Plaza, obligando así a los manifestantes a correr en una sola dirección.
Incontables metralletas asesinas se asomaron desde estratégicos ventanales del edificio Chihuahua y dispararon a la multitud, que horrorizada, huía de la balacera, en medio de gritos de horror y espanto… Se vivieron escenas de pánico inenarrables, cientos de heridos, muertos, estudiantes caídos y pisoteados por todos lados… No había palabras de consuelo; sólo lágrimas de horror, escenas de una guerra brutal, heridos desangrándose…
CIFRAS AÚN INCIERTAS
En el portal de noticias “Arístequi” se consigna que el 6 de octubre de aquel año, el Consejo Nacional de Huelga (CNH) difundió que “el saldo de la masacre de Tlatelolco aún no acaba. Hasta el momento han muerto cerca de 100 personas de las cuales sólo se sabe de las recogidas en el momento; los heridos cuentan por miles…”.
En otro párrafo se señala que después, el CNH anunció que no realizaría nuevas manifestaciones o mítines y declaraba que “las fuerzas represivas” provocaron la muerte de 150 civiles y 40 militares.
Se agregaba, además, que la Presidencia, entonces en manos de Gustavo Díaz Ordaz, dio horas después de la matanza su propia cifra, la cual hizo pública a la prensa mexicana y a la extranjera: 26 muertos, 1.043 personas detenidas y 100 heridos.
No obstante, en 1968 el general Alfonso Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal, y el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, intercambiaron cartas aludiendo a la matanza, las cuales fueron publicadas por la revista Proceso: “En cuanto al número de muertos, supe que al general le correspondió ordenar y vigilar que se recogieran los restos de las personas desaparecidas en la Plaza de las Tres Culturas… Exactamente, hubo 38 muertos, de ambos sexos, en la explanada de la Plaza y se halló el cadáver de un niño de 12 años en un departamento del segundo piso del edificio Chihuahua. Además, perecieron cuatro soldados del 44° Batallón de Infantería”.
En el mismo portal “Arístegui”, se advierte que las cifras oficialistas contrastan con lo que, después de aquel trágico día, reportó a The Guardian John Rodda, quien estuvo en la Plaza de las Tres Culturas. Un periodista mexicano —del que no registró su nombre— le dijo que habían sido 500 los muertos. Rodda publicó esa cifra en un artículo que leyeron en Inglaterra; sin embargo, nunca se dijo cómo se corroboró ese dato.
Se concluye, además, que “al seguir las pistas, el periodista inglés conversó con estudiantes de la UNAM, específicamente con ex militantes del CNH, quienes le ofrecieron una nueva cifra aproximada: 325 muertos”.
En su libro Posdata, Octavio Paz citó al diario inglés y consideró que 325 muertos era la cifra más probable.
TRAS LA MATANZA
Tras la matanza, los líderes estudiantiles capturados fueron llevados al Palacio Negro de Lecumberri, tétrica prisión donde fueron torturados y quizás fusilados. La morgue, en tanto, estaba atestada de cadáveres, con un número indefinido de desaparecidos.
Algunos líderes que lograron escapar, tuvieron que esconderse y pasar a la clandestinidad por tiempo indefinido.
El movimiento estudiantil, desmembrado literalmente, llegó a su fin dejando profundas huellas, aún dolorosas, escribiendo una tétrica página en la historia de México, todavía sin resolver. Hoy, a 50 años de aquel suceso, reprimido a sangre y fuego en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas… ¡NO SE OLVIDA!
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