“VIAJE AL CUARTO DE UNA MADRE” — Comentario de CINE

El mundo se reduce a un departamento en el que una madre vive de su trabajo de costurera, junto a su hija que decide probar suerte en otro país…

 Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)

Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile

 Una confesión de mi parte: me gusta (y siempre me ha gustado) Lola Dueñas (1971). No la conozco personalmente, pero quiero imaginarme que es como los personajes que representa: una mujer rellenita, que irradia vitalidad y obsecuencia. La recuerdo, sobre todo, en Mar adentro (de Alejandro Amenábar, 2004) y Volver (de Pedro Almodóvar, 2006).

En esta película, hace una dupla inolvidable con Anna Castillo (1993) que, con su aspecto efébico, no representa los 25 años que tiene en realidad.

Estrella, la madre viuda, es costurera y Leonor, su hija, trabaja como planchadora (la secuencia me recordó la pintura de Edgar Degas, fechada entre 1884 y 1886). Ambas tienen una existencia plana, tranquila y sin horizontes en un departamento que más que un hogar parece una correccional, pero con la puerta abierta y sin celadoras.

Además del cariño que se demuestran durmiendo juntas, lo que las une —como ocurre en nuestros días— son los objetos de uso diario: el celular, el televisor, la cafetera, la máquina de coser, la plancha… Y, más que todo, la ropa que es casi un fetiche, porque la confeccionan y la usan. Lo que me recuerda esos cuadros de Fra Galgario en los que las personas desaparecen dentro de los trajes.

La muchacha decide irse a Londres para trabajar de babysitter. De esa manera, pretende cortar el cordón umbilical y tratar de progresar, aunque se aleja de su madre, que es prácticamente todo lo que tiene. La comunicación seguirá por vía telefónica, mientras que a Estrella le llega un trabajo por el que le pagarán muy poco por tratarse de amigos: 16 trajes para un espectáculo de baile, por el que cobrará 300 euros. Leonor le explica que en Inglaterra le habrían pagado 300 euros por cada uno; pero allá la vida es mucho más cara.

La película recurre a la monotonía de lo cotidiano, que todo lo aplasta y banaliza, mientras que el amor se intensifica. Un detalle cinematográfico resulta evidente. Para pasar de una secuencia a otra se recurre al fundido a negro, pero no se trata de un negro absoluto, sino más bien de una penumbra en la que se materializan las imágenes siguientes.

Y una constatación de tipo lingüístico, que me parece que tiene un trasfondo político.

Los hechos transcurren en una pequeña ciudad cerca de Sevilla. Los personajes hablan un castellano con marcado acento andaluz, que fonológicamente se parece al de Hispanoamérica (de hecho, no usan la “z” interdental), pero a gran velocidad. Pareciera querer poner en evidencia que ése no es el “español” que trató de imponer el régimen franquista. ¡Sí! Esa misma norma fascista que transformó el Departamento de Castellano del Instituto Pedagógico en Departamento de Español y que, en la Reforma de Eduardo Frei Montalva, quiso cambiar el ramo de Castellano por “Idioma Patrio”. En todo caso, ahora es “Lenguaje y Comunicación”.

Tal vez me equivoco, pero con esta crónica de vidas intrascendentes, Celia Rico Clavellino (1982) ha querido entregar más de un mensaje a las generaciones que están ocupando el lugar de las que están desapareciendo.

Conmueve por su transparencia y sencillez.

(“Viaje al cuarto de una madre”.
España, 2018)


TRAILER DEL FILM:
“Viaje al cuarto de una madre”

 PRODUCCIÓN
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