Roman Polanski, un gran calígrafo, es capaz de desarrollar un antiguo tema con una película impecable en cuanto a producción y realización. Desgraciadamente, la tiñe de una inquina personal, que tiene que ver con sus problemas —verdaderos o inventados— con la justicia. Una lástima, porque sigue siendo uno de los mejores directores de la historia del cine…
Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Es el 5 de enero de 1895 y, ante una muchedumbre uniformada, en el patio de armas de la École Militaire de Paris, es degradado el capitán Alfred Dreyfus por ser un presunto informante del perenne enemigo alemán. Grita que es inocente, pero —al menos para el espectador— éste es el último tramo de un procedimiento judicial, que culmina con el confinamiento del ex oficial en la Isla del Diablo (donde va a ser también enviado “Papillon” en 1933).
El tema es vastamente conocido y, de alguna manera, sus repercusiones se mantienen hasta el día de hoy por el tema del antisemitismo e, incluso, de la creación del Estado de Israel en Palestina. Ya lo llevó al cine José Ferrer, en 1958, con el mismo título – I Accuse! –, que corresponde al del artículo escrito por Émile Zola y publicado en “L’Aurore” el 13 de enero de 1898 como una carta al Presidente francés, denunciando la injusticia que se estaba cometiendo. Eran tiempos en los que la prensa y la firma de un ciudadano honesto conseguían remover no sólo a la opinión pública, sino a las autoridades políticas.
El teniente coronel Georges Picquart, que había sido profesor de Dreyfus, fue nombrado jefe de la Sección de Estadísticas de Contraespionaje y descubrió varias irregularidades. En esas oficinas hediondas a alcantarilla (que son una verdadera alegoría de la labor que allí se realiza), no sólo tuvo una relación tensa con el segundo jefe, sino que comprobó la inoperancia del personal que hacía lo que quería. Pero, sobre todo, comprobó que el flujo de información se seguía produciendo y que Dreyfus podía ser inocente.
Picquart no veía con buenos ojos la presencia judía en las Fuerzas Armadas de Francia, pero no quiso ser cómplice de una conspiración inicua. En un momento, su subalterno, el capitán Henry le dice: “¿Ustedes me ordenan matar a un hombre? Yo lo hago. ¿Me dicen que fue un error? Lo siento, pero no es culpa mía. ¡Éste es el ejército!”.
Respuesta de Picquart: “¡Ése será su ejército! ¡No el mío!”.
Pero lo que definitivamente resquebrajó la ética militar del oficial fue el muro de la falsificación creado por sus superiores, que resultó imposible de superar. Es ahí donde intervinieron civiles como Zola, que intentaron remover las conciencias de los miembros del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial, que podían escapar al dominio de la estructura castrense. Lo que transparenta la frase que alguna vez se atribuyó a Clemenceau: “La guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares”.
Entre paréntesis, el futuro primer ministro aparece en la película como redactor de “L’aurore” y fue el inventor del título.
No sigo adelante con el relato, porque los hechos son más que conocidos. Me interesa, en cambio, poner énfasis en dos opiniones muy personales.
Primera: la película es de una calidad impecable sobre todo por la dirección artística y por la fotografía. Entre las tantas secuencias creadas a partir de pinturas de la época están Déjeneur sur l’herbe, de Manet, las bailarinas de Can Can, de Toulouse Lautrec y los músicos de Degas (y en ese concierto me pareció ver un cameo de Polanski).
Las actuaciones son extraordinarias y no quiero mencionar nombres de actores, porque no son ellos, sino los personajes redivivos. Recuerdo sólo a Emanuelle Seigner, musa del director, que interpreta (verídicamente también) a la amante del teniente coronel.
Segunda: el punto débil es la intención de denuncia antisemita, que lleva a Roman a identificarse con Dreyfus por ser un perseguido no por sus presuntas faltas, sino por el hecho de ser judío. Me parece un reduccionismo innecesario y que no está a la altura de este director, para mí uno de los mejores de la historia del cine y que se demuestra, una vez más, un gran calígrafo. Es mucho lo que podría decir del antisemitismo (verdadero o presunto), pero ésta no es la sede.
La verdadera intralectura, según mi opinión, está en la denuncia de la injusticia, como lo hizo Giuliano Montaldo con Sacco e Vanzetti (1970), que mostraba a dos inmigrantes italianos, ejecutados en Boston el 23 de agosto de 1927, sin prueba alguna, pero culpables de ser extranjeros y anarquistas. Sobre todo en el mundo actual, en el que las “fake news” generan una tal narcosis informativa y lo verdadero se confunde con lo falso y —a final de cuentas— ¿a quién le importa? Hay todavía cabezas pensantes capaces de investigar y denunciar: pero después —simplemente— los encargados deciden “no perseverar”.
¡Muy buena y digna de ser vista por los que conocen y/o no conocen el caso!
(“J’accuse”. Francia / Italia, 2019)
TRAILER DEL FILM:
“J’ACCUSE”
PRODUCCIÓN:
CineMaldito
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