¡Excelente película! La mejor producida en Chile que he visto este año. Un tema, que podría ser truculento, se desarrolla con una realidad opresiva, matizada con hermosas imágenes oníricas. ¡Olvídense de mensajes y panfletos baratos! ¡Esto es cine!…
Por José Blanco Jiménez (JOBLAR)
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Los hechos transcurren en un centro de reclusión del Servicio Nacional de Menores, en Chile. El solo mencionar a esta institución puede poner en guardia a muchos de los espectadores, debido a las noticias que se han conocido sobre maltratos y muertes de niños, niñas, adolescentes y adultos, que permanecían en el “sistema de protección” y en el “sistema de justicia juvenil”. En efecto, las películas de cárceles (sobre todo femeninas) han despertado siempre la curiosidad morbosa del público. Recuerdo, por ejemplo, que —cuando era niño—, tenían una gran audiencia radioteatros como Una pecadora a las puertas del cielo.
Para tranquilidad del público nacional, esta película se desarrolla sin mayores estridencias. Temas recurrentes, como los delitos que los jóvenes cometieron o la sexualidad, no están exagerados y —salvo algunos momentos de tenso dramatismo—, no son la temática principal. Tampoco lo es aquí el tema de la evasión y del abuso, que es la base de clásicos como Papillon (de Franklin J. Schaffner, 1973; y Michael Noer, 2017);
Expreso de medianoche (Midnight Express, de Alan Parker, 1978), o Sueño de libertad (The Shawshank Redemption, de Frank Darabont, 1994).
Aquí, la fuga se plantea a través de los sueños, que son hermosos con bosques impregnados de bruma y contrastan con la recurrente pesadilla de escapar para no ser atrapado.
Aquí lo que oprime es el ambiente claustrofóbico y la necesidad de una convivencia que ayude a suplir la infancia y la adolescencia que sí están huyendo rápidamente, mientras que la “justicia” —con su soporífero decurso—, deja pasar ese tiempo que nunca más se recuperará.
La relación entre los hermanos (que parecen serlo en la vida real, cuando en realidad son dos actores sin vínculo familiar), está muy bien planteada, así como la amistad con las representantes del sector femenino. También enternece la visita de los abuelos en vista de la ausencia de los padres. Y merece una mención aparte el ambiguo personaje de Sebastián Ayala (La pasión de Michelangelo, de Esteban Larraín, con guión compartido por José Román, 2013), que me hizo pensar en un tema de moda: el transgénero.
Contrariamente a otras obras de este tipo, los carceleros tienen una actitud humana y no necesariamente represiva. Se ve, por ejemplo, a la profesora que interpreta Paulina García y que, incluso, recibe un puñetazo perdido en un momento de pugna y enardecimiento.
La directora, Claudia Huaiquimilla, me concedió una entrevista y aproveché para tocar algunos aspectos intertextuales. En efecto, noté una cierta influencia de Pier Paolo Pasolini, sobre todo en el uso de actores no profesionales. Sin embargo, me expresó que ha seguido más bien la línea del colombiano Víctor Gaviria y hay películas que la marcaron para siempre: El señor de las moscas (Lord of the Flies, de Harry Hook, 1990), que le mostraron en el ramo de filosofía en el colegio; Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, de François Truffaut, 1959); y Pixote: La ley del más débil (Pixote: A Lei do Mais Fraco, de Hector Babenco, 1980).
Su verdadero tema es la exclusión, que en nuestro país se expresa de muchas maneras. De hecho, la cárcel infanto-juvenil es sólo una de ellas.
Claudia Huaiquimilla,
directora del film
Claudia es una mujer joven (nació en 1987 y pertenece a la etnia mapuche), y su existencia ha transcurrido en la época que la dictadura trasciende en el neoliberalismo y en los problemas irresolutos. Esto no lo dijo ella; lo digo yo. Es el mundo en que le ha tocado vivir y —más encima— el enclaustramiento debido a la pandemia, que ha generado ambientes cerrados, da nuevos argumentos para anhelar el no estar encerrado entre cuatro paredes.
Es la mejor película chilena que he visto en lo que va transcurrido de este año y me alegro de haberla visto en pantalla grande, sobre todo por la belleza de la fotografía. Ya las sombras que bajan la escalera en un comienzo preanuncian un relato visual de primera categoría. Debo hacer notar también las filmaciones en interiores, iluminadas por lámparas de sodio: la cinta se filmó en el Liceo Valentín Letelier y en el Internado Nacional Barros Arana. Una mínima parte se rodó en un auténtico recinto del SENAME, ubicado en Rancagua. Todo esto acompañado por una música que recrea un ambiente real y verdadero en el que se destaca el buen manejo de actores.
¡Felicitaciones, Claudia y equipo de producción!
(“Mis hermanos sueñan despiertos”. Chile, 2021)
TRAILER DEL FILM:
“MIS HERMANOS SUEÑAN DESPIERTOS”
PRODUCCIÓN:
Market Chile
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JOBLAR EN
“RADIO UNIVERSIDAD DE CHILE”
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