En
aquel momento, el primer árbol entendió que su sueño
se había cumplido: allí estaba el más poderoso de
todos los reyes de la Tierra.
Años
después, en una casa modesta, varios hombres se
sentaron alrededor de la mesa que había sido
fabricada con la madera del segundo árbol. Uno de
ellos, antes de que todos empezasen a comer, dijo unas
palabras sobre el pan y el vino que tenía ente sí.
Y
el segundo árbol entendió que él, en ese momento,
no sólo sostenía un cáliz y un trozo de pan, sino
la alianza entre el hombre y la Divinidad.
Al
día siguiente arrancaron dos trozos del tercer cedro
y los colocaron en forma de cruz. Lo dejaron tirado en
un rincón y horas más tarde trajeron a un hombre
brutalmente herido, que clavaron en su leño.
Horrorizado, el cedro lamentó la bárbara herencia
que la vida le había dejado.
Antes
de que pasasen tres días, el tercer árbol entendió
su destino: el hombre que allí estuvo clavado era
ahora la luz que todo iluminaba. La cruz hecha con su
madera había dejado de ser un símbolo de tortura
para transformarse en señal de victoria.
Como
siempre ocurre con los sueños, los tres cedros del Líbano
habían cumplido el destino que deseaban, pero no de
la manera que imaginaban que sería.
F
I N
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