Los medios informativos (y sobre todo la televisión) fueron cómplices de la dictadura cívico-militar en Chile. En este film, “Sapo”, esa situación se concentra en un personaje gris y pusilánime, que representa al colaborador por inercia.
Por JOBLAR
Miembro del Círculo de
Críticos de Arte de Chile
La película empieza con un hecho histórico: el fusilamiento de los “Psicópatas de Viña del Mar”, en Quillota, el 29 de enero de 1985, último antes de que se derogara la pena de muerte en Chile, en el 2001.
No deja de ser importante, puesto que —cuando presuntamente se ejecutó a los agentes de la CNI en Calama, el 22 de octubre de 1982— la prensa recordó que la pena no se aplicaba desde el gobierno de Eduardo Frei Montalva, aludiendo probablemente al cumplimiento de la sentencia de los culpables del triple crimen de Av. España el 08 de octubre de 1967. ¡De todos los fusilados después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, ni una sola palabra!
Valga esta mención, porque Jeremías Gallardo es un trabajador de la televisión que cubre el evento y se queda desconcertado ante la cámara, lo que me recordó La locura está de moda o El dictador del Estado Libre de Bananas, de Woody Allen (1971).
De ser una cita, me parece más que pertinente, puesto que —si dejamos de lado por un momento lo dramático de las situaciones—, el director Juan Pablo Ternicier tiene una mirada irónica acerca del personaje.
Éste —interpretado por Fernando Gómez-Rovira—, se configura como un oportunista que, tal vez sin título de nada, es contratado por un canal de televisión por sus contactos familiares con jerarcas de la dictadura y se ocupa de difundir noticias falsas y de denunciar a sus colegas disidentes (de allí el título de la película, que apunta a su condición de mirón y de soplón).
El Colegio de Periodistas de Chile se ha ocupado de desenmascarar a varios verdaderos profesionales que colaboraron con el régimen cívico-militar difundiendo noticias falsas y tendenciosas. Recuerdo los nombres más relevantes: Pablo Honorato, Claudio Sánchez y Julio López Blanco.
Ternicier ya remeció a Chile con su 03:34 Terremoto en Chile (2011), que mostraba lo bajo que puede caer el ser humano. En este caso, muestra la punta del iceberg de lo que fue la manipulación informativa, evitando el fácil maniqueísmo: Gallardo aparece como un pobre tipo, gris y pusilánime, pariente cercano de El extranjero, de Albert Camus. No es ni siquiera un golpista: es un colaborador por inercia y se deja llevar por los acontecimientos.
Símbolo de esto es cuando atropella a un animal en la carretera y quema su cuerpo agónico.
Entre paréntesis, ese episodio se desarrolla con una bellísima panorámica en plano secuencia, que confirma un estilema del film: las tinieblas en las que todo se desarrolla. En efecto, el sol parece no existir. Todo se desenvuelve en la obscuridad con secuencias memorables, como la del peaje. Y en todas partes hay crucifijos en las paredes.
El relato se desarrolla desde dos perspectivas. Gallardo, que termina su informe (y vuelve a la capital rememorando su vida con una serie de flashbacks); y el trabajo de parto de su pareja (Loreto Aravena) en un hospital. La vida ya no se respeta en el país, pero está la esperanza de que los recién nacidos tengan nuevas oportunidades.
Mientras tanto, está el circo que dulcifica la tragedia en curso: los condenados se sienten “más famosos que la Maripepa” y uno de los crímenes fue justamente durante el Festival de Viña. Imágenes televisivas traen a la memoria instancias que muchos han olvidado. O que —simplemente— no quieren recordar.
(“Sapo”. Chile, 2018)
TRAILER DEL FILM:
“SAPO”
PRODUCCIÓN:
Storyboard Media