Este thriller dramático podría pasar como una película antisemita por la gran cantidad de señales que emite: en particular, por los detalles que entrega durante los dos funerales con rito judío. Pero es algo más, porque tiene el suspenso de una maldición bíblica donde todo ocurre aparentemente de forma casual y —sin embargo—, parece que está escrito…
Por JOBLAR
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile
Se dice que no hay peor astilla que la del mismo palo. En esta película, Miguel Cohan deja en claro que compartir una misma raza o credo religioso termina por ser una maldición.
En Argentina vive una de las mayores colectividades judías del mundo (unas 280 mil personas) y, en este caso, los protagonistas pertenecen al grupo social medio-alto, propietarios de tierras y de industrias. Pero los negocios pueden andar mal y eso genera problemas familiares. Elías (Oscar Martínez) está en quiebra con el campo que heredó de su padre y, además de la burocracia que no tramita un documento que necesita, no tiene ayuda de Adriana, su mujer chilena (Paulina García). Se están separando y ella mantiene una relación sentimental con un primo, también chileno (Luis Gnecco).
El relato (al estilo de Ettore Scola) se desarrolla con un excelente montaje, que repite las situaciones vistas desde distintos ángulos. Lo que el espectador no entiende la primera vez (por ejemplo, la esfera azul que está debajo del mueble) se aclara en la segunda vez. Los flashbacks sirven para aclarar lo que ocurrió y por qué ocurrió.
La cinta tiene un buen suspenso y, por lo tanto, no voy a contarla. Lo que me interesa es evidenciar el mensaje, que me parece quiere entregar el director. El prólogo —que sólo aparentemente no tiene que ver con el desarrollo posterior— presenta la muerte como un accidente que no requiere de un aviso previo: llega cuando tiene que llegar e implica un cambio para los sobrevivientes.
Hay dos funerales judíos, con ataúdes que no pueden ser cargados por los parientes sanguíneos, cabezas cubiertas con kipás, ropas rasgadas y cánticos en hebreo. Con la costumbre de ver siempre funerales cristianos, el rito impresiona sobre todo porque la actitud de los personajes también es distinta: no expresan únicamente dolor, sino también sospechas, resentimientos y ausencia de resignación. Y, entre los tantos símbolos, está el diente del jabalí, que tenía el abuelo y ahora tiene el nieto.
Como una maldición bíblica, pareciera ser que no existe el libre albedrío: todo ya está escrito. No lo digo yo. Lo dice la película, que va mucho más allá del género policial.
(“La misma sangre”. Argentina/USA, 2019)
TRAILER DEL FILM:
“LA MISMA SANGRE”
PRODUCCIÓN
Patagonik