“MIS HIJOS” — Comentario de CINE

Diez años en la vida de un joven árabe que debe adaptarse a la realidad de ser un extranjero en su propio país, que ahora administran nuevos ocupantes. Recomiendo que la vean  en www.arcadiafilms.cl antes de leer mi comentario, porque necesito el spoiler

 Por José Blanco Jiménez
(JOBLAR)

Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile

 

En los créditos de apertura, se advierte que en Israel viven 1.617.000 árabes, que constituyen un 20% de la población. Conservan su lengua y sus costumbres mientras que el gobierno judío mantiene un rígido control militar.

Sé que todo lo que voy a escribir puede ser calificado como antisemita, pero la verdad es que el director Eran Riklis es israelita y no ha escatimado ocasiones para denunciar las arbitrariedades que se cometen en el Medio Oriente, como fue el caso de La novia siria (The Syrian Bride, 2004) y Los limoneros (Etz Limon, 2008).

El título original de la película es Dancing Arabs, pero en ámbito estadounidense tiene otro que es más acorde con el relato: A Borrowed Identity, es decir, Una identidad prestada.

Los hechos transcurren  desde 1982 hasta 1992 y el televisor informa acerca de la invasión de El Líbano y de Irak, mientras Eyad, un niño árabe de la ciudad de Tira, entra a la adolescencia con la posibilidad de estudiar en un prestigioso internado de Jerusalén.

En realidad, él no quiere pero su familia está orgullosa de la oportunidad de demostrar que puede más que los israelitas. Su padre fue un buen universitario, pero —acusado de terrorista— terminó como recolector de fruta. Todavía sueña con una Palestina libre y cree ver a Saddam Hussein en la faz de la luna.

Mientras el sistema escolar, con palmetazos en las manos y asesores norteamericanos, predica la paz necesaria en el país (que se consigue con la sumisión de los no-judíos), Eyad demuestra una inteligencia superior y quiere defender a su pueblo. Pero acepta ir a Jerusalén (que no es aún la capital del Estado de Israel) donde se enfrenta a la discriminación de sus compañeros. Se ríen de él por su acento (no puede pronunciar la “pe” y tiene que aprender a hacerlo articulando frente a un papel) y por su dificultad en leer el alfabeto hebreo.

Tampoco es gratificante participar en clase donde debe repetir lo que no quiere decir: es así cómo realiza su propio análisis de los gemelos imaginarios de Jana, al analizar Mi querido Mijael, de Amos Oz. O asistir a un local donde, con una obscena canción, se califica a los árabes de violadores o debe aceptar el bullying al esperar la locomoción colectiva. Lo que, entre paréntesis, suele verse en las películas yankees.

Noami, una jovencita judía, aparentemente se interesa por él, a pesar de que en su casa nunca aceptarán la relación. Su madre le ha dicho: “Acepto que seas lesbiana, que te drogues o tengas cáncer, pero no que te relaciones con un árabe”.

Ayed, a quien los judíos llaman Ayid, en cambio se enamora y por ella abandonará el instituto y será también expulsado de su hogar.

Fuera de esto, por obra de voluntariado, había entrado en relación con Yonatan, un muchacho judío minusválido con una enfermedad degenerativa. En el primer encuentro le pregunta: “¿Naciste así?”. Y Yonatan contrataca: “¿Y tú naciste así?¿Árabe?”. Edna, la madre (no se sabe si es viuda, separada o madre soltera) acepta la amistad porque ve que tiene un buen efecto en su hijo. Después lo invita a vivir en la casa y no objeta que —como para poder trabajar debe ser judío— se haga pasar por él y tome su nombre.

Y el romance con Naomi, que se perfilaba como una hermosa historia de amor que vencía todas las barreras, se destroza ante la cruda realidad. La jovencita de ojos claros resulta ser una pérfida protagonista de novela francesa del siglo XIX, como Nanà o Manon Lescaut. Va a entrar a formar parte de la Célula de Inteligencia del Ejército Israelí y, por lo visto, no cabe duda que va a tener éxito: tendrá licencia para embaucar y matar a todos los árabes que quiera.

Para Ayed, en cambio, definitivamente no queda nada. Debe enterrar a Yonatan con las mortajas que su abuela le había pedido que le pusieran a ella y que él no llegó a tiempo para cumplir su deseo. A pesar de que es judío, con la anuencia de la madre, se realiza el sepelio con el rito islámico como si hubiera sido él quien murió. Y de hecho está muerto: ya no tiene identidad, ni familia, ni amor, ni futuro alguno.

La película es así: amarga. Sólo que, en ningún momento, es sensiblera ni estridente. Un detalle, eso sí: el espacio urbano con militares metralleta en mano y permanentes arbitrarias detenciones para control de identidad me recordaron otros tiempos, que muchos querrían olvidar. Tenía razón Hobbes: “Homo homini lupus” (“el hombre es el lobo del hombre”).

(“Dancing Arabs”. Israel, 2014)

 TRAILER DEL FILM:
“MIS HIJOS”

PRODUCCIÓN:
Karma Fimls

 

 

 

 

 

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