“EL CHACAL DE NAHUELTORO”: FILM CLÁSICO DEL CINE CHILENO

Después de medio siglo mantiene su vigencia y su universalidad, porque expresa —con todas las implicaciones de la tragedia griega y de la violencia veterotestamentaria— el fatídico destino del hombre y su microcosmos mortal…

Por JOBLAR

Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile 

 

Ver una gran película después de tantos años, despierta nuevas inquietudes. Desde el punto de vista semiótico, la obra de arte —siendo un fenómeno comunicativo— cambia según lo que cambia el espectador. Y medio siglo es un período extenso de tiempo (para muchos, toda una vida) como para cambiar.

Dejo de lado todas esas referencias de (pseudo) marco teórico, que suelen acompañar las críticas de los que obscurecen sus aguas para hacerlas parecer profundas. El chacal de Nahueltoro es una película transparente en su difícil simplicidad.

Miguel Littin hacía clases en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, donde yo era alumno, cuando decidió realizar su película acerca de los crímenes y el ajusticiamiento de Jorge del Carmen Valenzuela Torres, acaecido en Chillán el 30 de abril de 1963.

El mundo periodístico y literario se había visto remecido también por el libro A sangre fría, que Truman Capote empezó a escribir en 1959 y publicó en 1966. Basado en esa obra, Richard Brooks dirigió una película en 1969 y es extensamente citada en la más reciente Capote, de Bennett Miller (2005).

Sería “chaquetero” de mi parte hacer depender la labor de Littin de este presunto influjo. Además de que él señaló alguna vez que empezó a investigar para su cinta mucho antes de conocer el trabajo de Capote, lo que me interesa dejar en claro que —en esta feliz coincidencia— el entonces joven director de 27 años fue capaz de crear un clásico universal con los pocos medios que contaba, con excelentes actores y un equipo técnico inigualables.

Como he visto ya demasiado cine (incluso antes de empezar a trabajar como crítico) puedo decir que las múltiples relaciones intertextuales no son producto de copia, sino de felices coincidencias que pueden permitir al espectador descubrir mensajes y establecer sus propias relaciones con momentos de la película que nos recuerdan otros similares: ¡allí está la universalidad!

¿Acaso la soledad de este grupo humano, que se encamina fatalmente hacia la muerte, no les recuerda The Witch, de Robert Eggers (2015)? La brutal secuencia del desalojo, que se repite varias veces, es la rúbrica de toda la violencia que el protagonista ha sufrido en su vida inestable y la instalación en el lugar donde estallará la bestial agresión homicida es un preludio de lo que vendrá.

Quiero ser muy claro, como lo fui comentando Allende y su laberinto (2014). Miguel Littin lleva en su ADN la tragedia griega con todas sus implicaciones y la violencia veterotestamentaria, que aún se ejercita impunemente en Palestina.

Es así como sus personajes (en todas sus películas) tienen un fatídico destino que se preanuncia a través de imágenes sencillas y eficaces. Cuando aparece José (anagráficamente Jorge) por el callejón, la visión subjetiva de la viuda con cinco hijos no promete nada bueno. “Dar de beber al sediento, dar de comer al hambriento, hospedar al peregrino”, son enseñanzas que están dentro de ella, pero no del afuerino, que no sabe nada de esos actos de caridad. ¿O es que acaso el neoliberalismo no quiso liquidar la solidaridad y el régimen constituido acusaba a la Vicaría de la Solidaridad de ser refugio de peligrosos comunistas?

Hasta ese momento ha sobrevivido como un desarraigado y tiene el comportamiento del animal que trabaja o roba con la misma facilidad. En el chinchel, no lleva el vaso de vino a los labios, sino que él baja hasta el vaso, como una bestia que sacia su sed. Años más tarde dirá que “pasaba” por los lugares; o sea, no vivía. Reconocerá más tarde que “en la cárcel, se da más cuenta de la vida uno”.

Hay algunos símbolos muy claros en la película: escojo sólo algunos.

El plato de comida de la viuda y el plato de comida (asegurado) que recibe en la prisión, es la contradictoria realidad de un ser humano que empieza a encontrar la redención en un lugar donde otros no querrían ir. Allí mismo hay carteles: “La justicia por el trabajo”, “Redimir… No deprimir”. Estos contrastan con los del local donde la gente baila y desde donde es expulsado: “Bienvenido si trae plata. Si no, buenas noches los pastores”, “Si se curó en otra parte, no venga a odiar aquí”.

Otra es la pelota de fútbol, que patea y se le ve sonreír por primera vez. Es el símbolo de un contacto con la entretención, con el compañerismo, con la vida social, en suma.

Asimismo, un hombre que nunca ha tenido Dios (porque nunca ha sabido de él), pone piedras sobre los cadáveres para que no lo persigan “las animitas”. Tampoco ha sabido que vive en un país llamado Chile (me recuerda al Gavino de Padre Padrone, de Paolo y Vittorio Taviani, 1977, que descubre que Sardegna forma parte de un país llamado Italia) y que está gobernado por un Presidente al cual recurre para el indulto. Y “la patria” será Arturo Prat, que murió en Iquique. Porque por ella se puede (y se debe) morir.

Y agrego una breve nota sobre el uso del lenguaje. No se necesita ser un experto académico para saber que es la palabra la que desarrolla nuestro intelecto y una persona que habla mal piensa mal. Valenzuela reconoce que recién en la cárcel ha tenido “enducación” y —entre las pocas frases que masculla— dice a Rosa que llegó “endenantito”. En la reconstrucción de los hechos (horrible práctica de la época con mucho público presente) declara que mató a los niños “¡Pa’ que no sufrieran, los pobrecitos!” Es decir, en su pequeño universo mental, reconocía que, asesinando a la madre, ya nadie se encargaría de ellos. Y el recuerdo de su propia madre lo acompañará hasta antes de su muerte.

Esta imperecedera creación de Miguel Littin no copia a nadie ni pretende ser una denuncia contra la pena de muerte, ni contra una sociedad injusta.

Es verdad que la búsqueda del prófugo me recordó la danza de la muerte del final de El último sello, de Ingmar Bergman (1957), pero ni el director ni yo podemos escapar a las imágenes que ya forman parte de nuestro inconsciente. Pero también el cortejo fúnebre que pasa a través de desolados habitantes de un pueblucho casi olvidado tiene un valor universal y definitivo.

¡Un clásico cinematográfico ahora y siempre! Y se puede ver gratuitamente en www.cinechile.cl. 

(“El Chacal de Nahueltoro”. Chile, 1969)

 

 

FILM:
“El chacal de Nahueltoro”
Dirección:
Miguel Littin

 PRODUCCIÓN:
The Kyuss Channel

 

 

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